Cuando empecé a leer Aunque seamos malditas de Eugenia Rico lo hice sin convicción, con la urgencia del lector empedernido que se ha quedado sin materia prima. Por lo tanto, no estaba preparada para lo que tenía que venir. Era verano y había olvidado en casa una novela a medias. Ante lo inusual de la situación, opté por asomarme a la pila de ediciones de bolsillo de un supermercado y buscar algo que calmara mi desasosiego. De inmediato apareció Aunque seamos malditas y quedé tocada por sus poderes sobrenaturales. No tenía ninguna referencia de la autora pero confié en mi intuición y así fue como me lancé a la aventura.
Lo que descubrí no me decepcionó, sino todo lo contrario. Aunque seamos malditas plantea una historia poco convencional, ecléctica, polémica, bajo las premisas del realismo mágico. Los dos planos, el real y el irreal, conviven y se simultanean en la narración. Se enriquecen mutuamente y conforman un mundo mítico, donde las reglas las dicta únicamente la propia historia y en su defecto la autora. Desde el inicio las vidas de Ainur y Selene, las “malditas”, se desarrollan en paralelo, separadas por varios siglos en el tiempo pero concomitantes en muchos aspectos. Tanto es así, que en el último tercio de la novela, aproximadamente, asistimos al solapamiento de ambas historias, a una especie de fusión con alto valor simbólico, que fulmina los límites del espacio y del tiempo. Y es que sobre la novela, de principio a fin, sobrevuela una especie de designio maldito, un fatum que rige los destinos de las dos mujeres. De ahí el título, he ahí su significación.
El argumento gira en torno a una joven licenciada en Historia, llamada Ainur, que se convierte en personaje mediático tras ganar el primer juicio en España por acoso sexual en el trabajo. El proceso la deja extenuada y con secuelas psicológicas, pero cuando cree que la pesadilla ha terminado empieza a recibir anónimos amenazadores. En busca de refugio, y movida por un resorte interior, decide viajar a su pueblo natal en Asturias. Allí comienza a investigar sobre brujería con el objeto de elaborar su tesis doctoral, pero lo que se inicia como un trabajo académico acaba siendo un ejercicio de revelación interior. Descubrirá que sobre ella pesa la misma acusación, inherente a toda la estirpe de mujeres curanderas a la que pertenece. Este descubrimiento va de la mano de una trama de misterio en torno al paradero de Ainur, orquestada por los medios de comunicación y por sus perseguidores. Al mismo tiempo, en la narración van germinando elementos mágicos, presagios y sucesos inexplicables alrededor de la protagonista.
En estrecha imbricación con este argumento, la sexualidad de Ainur está muy presente en toda la novela. De hecho, es el detonante de la historia –el acoso sexual origina el juicio y su huida- pero tras la experiencia traumática el componente erótico da un giro importante. Adquiere un valor iniciático. A través del sexo Ainur toma conciencia de su cuerpo y de sus propios límites. Así pues, encontramos descripciones que desprenden una refinada carga de erotismo, mientras que en escenas más próximas al final el atisbo sadomasoquista se vuelve bastante acusado. Estas incursiones en la intimidad de la joven caracterizan de un modo inequívoco su soledad y su tormentoso devenir. También cuestionan un tema tan complejo como el sentimiento de culpa, la “responsabilidad” que la protagonista siente en los hechos más determinantes de su vida.
Con una trama como esta no es difícil captar la atención del lector y mantenerlo en vilo, aunque Eugenia Rico dosifique la información con morosidad, partiendo en todo momento de la subjetividad de sus personajes, describiendo sus sentimientos y convirtiendo los escenarios y los sucesos en hitos con una simbología muy clara. No obstante, a medida que la acción avanza el ritmo va in crescendo hasta llegar al final, donde se precipita el desenlace.
Pero no olvidemos que nos hallamos ante una novela de estructura fragmentaria. Eso quiere decir que a falta de un discurso unitario, con una única voz, son los personajes los que asumen el peso de la narración. Y este, precisamente, me parece uno de los grandes hallazgos de Aunque seamos malditas. Algunos de estos personajes funcionan como individuos arquetípicos, por ejemplo, la vieja Consuelo, representante de una sociedad mezquina, inculta y llena de prejuicios:
“Desde que vi llegar a la pelirroja supe que habría problemas. La pelirroja no era trigo limpio. No lo habían sido ni su madre ni su abuela. La hija de una madre soltera, nieta de una madre soltera. Tenía que preñarlas el Diablo, si no de qué… porque las hijas eran siempre iguales a las madres, las abuelas con el mismo rostro que las nietas.”
Otros, como el Señor Oscuro, actúan con atribuciones simbólicas, en una representación antropomórfica de los abismos del subconsciente, tan incomprensibles como inconfesables:
“[…] Todo había terminado. No sabía si había durado un minuto o si había durado siglos. -No digas que te he violado porque no es cierto. La voz tartamudeaba un poco al inicio de las frases, silbaba y luego se volvía cortante como un cuchillo. […] La blancura de la cama iba inundándose de negro. Había una mancha oscura que formaba un continente desconocido entre el Señor Oscuro y mi cuerpo desmadejado.”
Un tercer grupo es el constituido por Ainur y sus personajes afines: Selene, el farero. Estos últimos son seres con personalidades complejas y atormentadas, con una experiencia vital que los aparta de los estereotipos, de lo que es socialmente aceptable. Todos ellos, a su manera, son atípicos, verosímiles según la función asignada en la novela. En su conjunto, estos seres profanan los pilares de la sociedad, al cuestionar sus valores más sólidos, sus tópicos más incuestionables.
“Ése fue el tren que me llevó hasta Satán. Aunque primero me trajo aquí. Mis profesores decían que el mundo fue creado por Eros y Tánatos. El amor y la muerte. El rojo y el negro. Mis profesores subestimaban el miedo. Porque el miedo también creó el mundo. […]”
En el aspecto formal llama poderosamente la atención la arquitectura de la novela. Ya he anticipado antes algunos aspectos estructurales, pero ahora añadiré que Aunque seamos malditas está concebida como un todo fragmentario, es decir, que su organización parte de capítulos brevísimos, en los que se van alternando las voces narrativas (incluido el narrador omnisciente), los tiempos y los estilos. Ello, de entrada, exige al lector un esfuerzo de composición importante. Sin embargo, tras las primeras páginas el rompecabezas no tarda en encajar. La historia que se nos va desvelando es apasionante y la naturaleza de lo narrado nos sobrecoge.
El lenguaje empleado, en consonancia con su estructura, es diverso, huye de la uniformidad, puesto que la visión totalizadora de la novela así lo exige: a veces es académico –tesis doctoral-; otras es directo, con coloquialismos y dialectalismos propios de la zona –cuando habla Consuelo en representación de los vecinos del pueblo-; lírico, cuando es la propia Ainur la que nos explica lo sucedido y cómo se siente; y aún hay más estilos y niveles de lenguaje. No obstante, predominan los recursos poéticos intercalados en la diversidad de discursos. Se logra, de esta manera, que la novela adquiera un valor simbólico unitario y que el tono lírico contrarreste la dureza de algunas escenas.
Ineludiblemente, en una novela como esta, en la que se pone en solfa a estamentos poderosos de la sociedad, que perpetra un crimen formal contra el edificio de la narrativa, cuya temática a algunos les puede parecer aberrante, la polémica está servida. En 2008 (fecha de su publicación) los círculos más tradicionales reaccionaron rápidamente y se apresuraron a descalificarla con ferocidad. En contrapartida, el éxito en Alemania fue incondicional y unánime.
A mi modo de ver, el mayor acierto de la novela –sin ser el único- es su capacidad para crear una simbiosis narrativa entre las diferentes voces del discurso, los estilos de lenguaje y el manejo de los elementos mágicos, que nos conduce hasta una tercera dimensión. En este lugar mítico se produce la intersección de las coordenadas temporales que vertebran la historia –el presente de Ainur y el pasado de Selene-. Ese momento representa el clímax de la novela y coincide con el desenlace, apoteósico.
En definitiva, la novela nos habla de seres estigmatizados como producto de una sociedad y de una historia. La trascendencia del hecho y sus planteamientos inducen a la reflexión. Cabe preguntarse la legitimidad de la marginación y cuestionarse hoy en día si basta con haber derribado tantos prejuicios, si la acumulación de conocimientos es verdaderamente útil en este sentido.
Los seres malditos puedan revestir una forma u otra pero para Eugenia Rico, sin duda, asumen cuerpo de mujer.
Aunque seamos malditas, Prisa Ediciones. Madrid 2013. 479 páginas.
© All rights reserved María Dolores Fernandez
María Dolores Fernández es filóloga y residente en Barcelona (España). Creadora del blog literario Despeñaverbos, es autora, entre otros, del conjunto de relatos Halogramas y del poemario El escriba en su pirámide.
twitter: @sibilinda