Una tarde del 25 de enero de 1918, Arthur Cravan y Mina Loy se juran amor eterno. Deciden formalizar la promesa mutua, pero el deseo de legalizar la unión conllevaba complicaciones, pues requería el favor de las autoridades. Siguiendo las recomendaciones de los locales, Cravan y Loy a la oficina del alcalde en la ciudad de México con la intención de contraer matrimonio civil. Aunque integraban el grupo de extranjeros expatriados en ciudad México conocidos como los slackers, la pareja no conocía mucha gente, así que escogieron dos personas al azar para que les sirvieran como testigos. Cravan, artista del escándalo, y Loy, poeta futurista y visceral, deseaban salvarse mutuamente de sus vidas anteriores.
En fin, era un amor de destellos, de esos que exigen gloriosos actos de locura que mantienen la llama viva.
Mina Loy -bautizada como Mina Gertrude Löwy- frecuentaba los círculos vanguardistas como artista y declarada mujer moderna. Como la Emma Helmer de Ibsen, o la Daisy Miller de Henry James, Mina Loy opinaba que una mujer no necesitaba a un hombre para sentirse completa. La mujer debía vivir moralmente elevada como ser sexual, opinaba. El goce del cuerpo debía ser reclamo de la mujer, según consigna en su «Manifiesto feminista», escrito en Florencia en 1914. No puede haber medias tintas, exige.
Su relación con Cravan precede al momento en que se conocieron. Cravan era un errabundo y trasgresor del orden victoriano. Viajaba el mundo desdoblándose, sin escrúpulos, en múltiples identidades falsas. Su notoriedad le hacía resaltar en los círculos vanguardistas de París no solo por su poesía, sino también por sus hazañas pugilísticas, su parentezco con Oscar Wilde, su revista insolente, titulada Maintenant; su reclamo de ser el poeta más «americano» de la vanguardia parisina y su asombrosa capacidad para ingerir el alcohol y vivir del escándalo. André Breton le consagró como figura imprescindible en el movimiento dadaísta, si tan solo por concesión de su estilo de vida al filo del abismo más que por sus creaciones artísticas.
Para el 1909, cuando el deporte del box se había transfigurado en una metáfora poderosa de la experiencia estadounidense, Cravan quiso probar su suerte en las peleas clandestinas en Montparnasse. Durante el ascenso de la popularidad del deporte, mayormente en clubes de lucha privados, Cravan era una celebridad reconocida en los circuitos pugilísticos. Siete años más tarde, Cravan hacía estadía en Barcelona, donde se enteró de que el boxeador afroestadounidense Jack Johnson se encontraba de gira en la ciudad. Johnson huía de su país porque desde la noche que había noqueado al campeón de los pesos pesados Tommy Burns, cuya extracción racial era caucásica, le perseguía la sombra de la muerte. Cravan, seducido por el espectáculo, le retó a un match.
La pelea entre Johnson y Cravan se celebró en la enorme plaza de toros de Barcelona, la Monumental, y, aunque el poeta perdió, ganó suficiente dinero para navegar hacia Nueva York. Entre el paisaje de la multitud que orina, Cravan clavaba alfileres al tiempo y de noche dormía a la intemperie en Central Park, mientras de día se paseaba por Greenwich Village. Es en estos parajes que conoce a una poeta inglesa recién llegada, de nombre Mina Loy, con quien comenzaría una intensa relación de amor.
Arthur y Mina. Como Sid y Nancy. Paris y Helena. Florentino y Fermina. Sarte y Simone.
La pareja de poetas se vio por primera vez durante la exposición de la Sociedad de Artistas Independientes en la Grand Central Gallery, en abril de 1917, a cuatro años del primer encuentro del seminal Armory Show, en el que Desnudo descendiendo una escalera de Marcel Duchamp causó un alboroto épico. En la exposición del ‘17, Duchamp presentó La fuente, el urinario que cambió la historia del arte.
Precisamente, Cravan había llegado a la exposición por invitación de Duchamp y del artista Francis Picabia, quienes insistieron en que el poeta-boxeador disertara sobre el anti-arte. Cravan, hombre en las multitudes, llegó borracho, insultó a los presentes y sacudió su pene al aire. Fue arrestado, por supuesto, pero para Mina Loy se convirtió en «El Coloso».
Loy venía de una serie de relaciones amorosas turbulentas. Se había casado muy joven con el artista Stephen Haweis, de quien queda embarazada cuatro veces. Siendo esposa de Haweis, Loy se enfrasco en una relación con su propio psicoanalista, de quien también quedó embarazada. Haweis le propuso aceptar la paternidad del niño si se mudaban a Florencia, pero una vez allí, Loy entró en un triángulo amoroso con los poetas futuristas Tomasso Marinetti y Giovanni Papini. De la relación con Papini, Loy extrajo la colección Canciones a Joannes (publicado originalmente como Canciones de amor) incluida en Breve Baedecker Lunar.
En Manhattan, la relación con Cravan le inspiró una revitalizada poética urbana, a pesar de que pugnaba con los desaciertos e infidelidades de su enamorado. No obstante, aunque le juraba amor eterno a Mina, Cravan decidió llevarse sus debilidades a México en diciembre de 1918. La vida es atroz, dijo Mina cuando Cravan insistió en que ella debía mudarse con él, casarse y permanecer juntos toda la vida. Sin ti, me muero, le escribió. O me mato. Contigo me haré santo, juró.
Lo que no logra el amor, no debe existir.
El 25 de enero de 1918, Mina Loy y Arthur Cravan contrajeron matrimonio.
Cravan encontró trabajo en un gimnasio de boxeo local, se puso en forma y se mantuvo fuera de problemas. Consideraba que iba camino a convertirse en un santo. Su tiempo junto a Mina se simplifico a vagar por la ciudad tomados del brazo. La pobreza en paz fue su riqueza.
En el otoño de 1918, Arthur propuso dirigirse a Buenos Aires, una ciudad en auge y pletórica de posibilidades para la pareja de artistas que apostaban a un nuevo comienzo. Loy, que estaba embarazada, se adelantó en un barco hospital mientras Cravan haría el viaje a través de un viejo barco que zarpó de la ciudad portuaria de Salina Cruz en noviembre de ese año.
Pero eso fue lo último que se supo de él.
Desde una diversidad de mitos domésticos y presuntos avistamientos de la figura de Arthur, Mina Loy buscó y espero hasta el momento de su muerte por el último gran amor de su vida.
Nunca encontró rastro alguno de él.
En fin, fue un amor de destellos, de esos que exigen gloriosos actos de locura.
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Elidio La Torre Lagares es poeta, ensayista y narrador. Ha publicado un libro de cuentos, Septiembre (Editorial Cultural, 2000), premiada por el Pen Club de Puerto Rico como uno de los mejores libros de ese año, y dos novelas también premiadas por la misma organización: Historia de un dios pequeño (Plaza Mayor, 2001) y Gracia (Oveja Negra, 2004). Además, ha publicado los siguientes poemarios: Embudo: poemas de fin de siglo (1994), Cuerpos sin sombras (Isla Negra Editores, 1998), Cáliz (2004). El éxito de su poesía se consolida con la publicación de Vicios de construcción (2008), libro que ha gozado del favor crítico y comercial.
En el 2007 recibió el galardón Gran Premio Nuevas Letras, otorgado por la Feria Internacional del Libro de Puerto Rico, y en marzo de 2008 recibió el Primer Premio de Poesía Julia de Burgos, auspiciado por la Fundación Nilita Vientós Gastón, por el libro Ensayo del vuelo.
En la actualidad es profesor de Literatura y Creación Literaria en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Ha colaborado con el periódico El Nuevo Día, La Jornada de México y es columnista de la revista de cultura hispanoamericana Otro Lunes.