A Mar
Paz en la mar a las olas de buena voluntad.
Vicente Huidobro
I
paolo ardengo había despertado arrastrando del sueño a la vigilia la misma tristeza de hacía meses. había estado mirado el techo blanco de su habitación dejando que los minutos largos y bajos pasaran delante de sus ojos. había estado escuchando sus latidos,
contando sus latidos como quien cuenta ovejas.
había deseado estar solo.
solo y el sabor a alquitrán de su boca; solo y la flor de sal de sus recuerdos que se desmoronaba mientras miraba el techo. inmóvil.
se levantó en silencio, fue a la cocina a preparar café y caminó en calzoncillos hasta el balcón. echó un vistazo reconociendo su calle: el café de las gallegas, la tienda de foto de diego, el restaurante italiano, las bicicletas atadas a los postes, el bar de brasileños, las motos estacionadas en batería, las turistas rubias con poca ropa y gafas y sandalias y mapas de barcelona en la mano y pechos levantados y barbillas levantadas y faldas levantadas. las rancheras de josé alfredo jiménez se desbarrancaban desde el tercer piso del edificio de enfrente. jose, el culpable de la música, estaba ya en su balcón sentado en su silla de viejo.olvidado; y en el balcón de al lado, la morena que cada tarde tomaba el sol completamente desnuda, sumergida en la música de los auriculares, desconectada del aquí y del ahora y enchufada en el allá, quién sabe dónde.
era lunes.
un lunes insípido como cualquier otro.
II
desde su balcón, paolo ardengo se inclinó y tomó la cuerda que tenía dispuesta desde la noche anterior, atada firmemente en un extremo al barandal y con un perfecto
nudo de horca
en la otra punta.
muchas veces había pensado en su muerte. imaginaba su cadáver en medio del paisaje y se estremecía. le resultaba bello imaginarse, por ejemplo, ardiendo sin vida en una pira en mitad del monte rodeado de araucarias y framboyanes que alfombraría la tierra con una lluvia de pétalos. o reventado en la acera después de caer de diez metros de altura, con los ojos abiertos, intuyendo por última vez los pasos de algún transeúnte que se acercaría a ofrecerle ayuda inútilmente. o ahogado en mitad de un océano frío, lejano, sin más elemento que el agua y la sal. sin embargo, había desechado una a una esas alternativas: la muerte en la pira porque sabía que en realidad no tendría fuerzas ni valor para hacerse fuego una vez rodeado de leña y rociado con gasolina; la muerte por lanzamiento.de.azotea porque le producía algo muy parecido a la indignación el hecho de imaginar su cuerpo pisoteado por los turistas; y el ahogamiento porque juzgaba que el mar era más bien un elemento de vida y no de muerte.
«quien se suicida en el mar no quiere suicidarse», pensaba, «lo que busca en realidad es trascenderse».
así, había llegado a la conclusión de que la muerte más digna era
la horca,
pues tenía ese toque romántico y brutal que tanto seduce a los poetas.
y paolo ardengo era poeta.
unos meses antes había ido a tatuarse en la planta de los pies sus últimas palabras a este mundo. en la planta del pie izquierdo se leía:
esta vida
y en la planta del pie derecho:
es una mierda.
III
de pie frente al balcón, recargando las manos en el barandal, paolo ardengo pensó en la cafetera borboteando sobre el fogón de su cocina y en la mujer que había conocido la noche anterior ahora metida en su cama. pensó en el condón tirado en el suelo de su habitación. pensó en su esperma muerto en la puntita del preservativo. pensó en sus lágrimas, escasas y profundas. pensó en su carne en medio de aquella mujer de quien no recordaba nada,
ni el nombre.
pensó en el olor a mar, en la escarcha que dejan las olas en los acantilados. y pensó también en su cuerpo desnudo colgando a metro y medio del suelo. imaginó el estrecho carrer ample vacío, acordonado. imaginó el sol de las cuatro y cuarto cayendo sobre sus párpados ya sin vida, sombreando sus perfiles. la gente atisbando por las ventanas; la morena asomada al balcón envuelta en una toalla y sin auriculares; las gallegas mordiéndose los dedos y con los ojos llorosos; jose, sentado en su silla de viejo.olvidado, ajeno al mundo, oculto detrás de las rancheras de josé alfredo jiménez que anegarían el estrecho carrer ample al momento en que un policía cualquiera, examinara el cuerpo pendiente del balcón y leyera:
esta vida
en la planta del pie izquierdo.
es una mierda
en la planta del pie derecho.
imaginó al policía con sus manos vivas sujetando sus pies muertos. imaginó a las turistas rubias de pechos levantados levantando las narices en la esquina acordonada para poder ver el cuerpo de ese hombre de cincuenta y pocos, moreno, de ojos tristes y con la curva lumbar más pronunciada de lo normal. sintió la tristeza empedernida que se le había echado encima los últimos meses, tal vez años; el desdén de los días; el sinsentido de las semanas. recordó sus libros publicados, los poemas que hablaban de montes y de soles y de salivas y que ahora le sabían a nada. recordó sus luchas, su militancia en la izquierda más subversiva; sus viajes alrededor del mundo y sus hijos que hacía años no le llamaban. recordó sus vicios olvidados, sus renuncias, sus miserias esparcidas a lo largo y ancho de su existencia. pensó en sus poetas preferidos, en sus películas preferidas, en su bebida preferida… pero ahora todo le resultaba insípido, descolorido, pobrísimo igual que aquel lunes en el que se encontraba; igual de irrelevante, igual de vacío.
paolo ardengo se coronó con la soga cerrando los ojos, imaginando que su muerte no sería una muerte más en barcelona, en españa, en europa, en el mundo entero. cuando sus manos tocaron el nudo, vino a su mente el esmero que puso para conseguir la cuerda que le quitaría la vida; las lecciones que estuvo leyendo durante semanas hasta conseguir anudarla bien; su último poema escrito esa misma madrugada, en penumbras, con una mujer desconocida durmiendo a su lado; su último poema garabateado en la cama con un cigarrillo en la boca; su último poema reducido a seis palabras:
ansiedad
vaguedad
otredad
oquedad
soledad
edad.
IV
con la soga al cuello paolo ardengo echó una pierna sobre el barandal y miró cómo algunas hojitas de las macetas descendían como pequeños paracaídas hacia el suelo.
—¡¿qué haces?! —escuchó una voz a su espalda y desmontó del barandal para girarse.
la voz había salido de la boca de la mujer que había dormido en su cama. estaba pálida,
atravesada por el espanto,
muda, imbécil. la mujer giró sobre sí misma y buscó apresurada la puerta de salida. paolo ardengo la miró huir descalza pero ni siquiera hizo el intento de detenerla. volvió al balcón, inclinó lentamente el torso hacia la calle y la vio salir por el portal del edificio mordiéndose los labios. la vio girar la cabeza buscándolo en el balcón y dejar al descubierto su rostro ya desencajado, rajado por la resaca y la noche y las pocas horas de sueño y el horror de haberse acostado con ese
futuro muerto.
la vio correr por el estrecho carrer ample rumbo al mar
y pensó en el mar,
el mediterráneo que se movía unas calles abajo
el mediterráneo vivo, profundo
el mediterráneo que no se detiene nunca
el mediterráneo que vuela y siente y cambia y da salud.
paolo ardengo supo entonces que le hubiese gustado morir colgado en un muelle, para que las olas mancharan de sal sus tobillos y acariciaran las letras de sus palabras póstumas:
esta vida
en la planta del pie izquierdo.
es una mierda
en la planta del pie derecho.
pero ya era tarde para eso. las rancheras de josé alfredo jiménez ya flotaban en el ambiente; y el sol de las cuatro y cuarto ya caía; y la morena ya estaba desnuda en su balcón; y las turistas ya iban y venían con sus pechos y sus faldas levantadas; y las gallegas ya se movían entre las mesas del café; y diego, el fotógrafo, ya charlaba ameno con sus clientes; y la cuerda ya estaba atada a la herrería de la baranda; y en su cuello paolo ya sentía el peso de la soga;
y ya era lunes.
reitero.
un lunes anodino como todos.
V
ardengo nuevamente montó el barandal decidido a saltar y fue entonces cuando la miró; en el balcón de enfrente a la izquierda, un piso por debajo.
y pudo mirarla porque era lunes, un lunes común, un lunes pálido y descafeinado;
y como todos los lunes estaba cerrado el restaurante italiano;
y debido a esto un grupo de rubias de pechos y faldas levantadas discutían en la acera sobre otro sitio para comer;
y gracias a su presencia un coche repleto de marroquíes había detenido su marcha a media calle para piropearlas y silbarles y proponerles cosas.sucias en una lengua que oscilaba entre el castellano, el inglés y el bereber;
y por esa razón otros coches se habían detenido detrás de los marroquíes haciendo sonar el claxon, desesperados, histéricos;
y a causa del escándalo que tensaba el estrecho carrer ample ella había salido a su balcón;
y gracias a que ella salió al balcón,
él pudo mirarla:
tenue, mucho más joven que él y con una humedad en la piel que hacía pensar en las olas, o en la bruma que se asienta sobre el mar en los noviembres, o en la textura de las flores de los limoneros. llevaba encima un breve vestido color granate que daba noticia de unas caderas tersas y unos pechos blancos y llenos. la presintió descalza, anillada en algún dedo, sin ropa interior. tenía el cabello corto, despeinado; pero lo que detuvo a paolo ardengo fue la lejanía de su mirada, como si estuviera mirando una parvada de golondrinas rasando el horizonte.
con un pie sobre el barandal paolo ardengo quiso besarla, volar de un balcón a otro y besar sus ojos y sus labios y sus pechos.
colgarse de sus tobillos antes que colgarse del balcón.
VI
la mirada de él provocó que ella volviese la cara y lo miró: atónito, embelesado, coronado con una cuerda de horca y montado en la baranda. pensó ella en la cafetera borboteando sobre el fogón de su cocina, en el hombre que había conocido la noche anterior y que ahora estaba metido en su cama. pensó en el preservativo tirado en el suelo de su habitación. pensó en su orgasmo monótono, desdeñoso. pensó en sus lágrimas, abundantes y profundas. pensó en su cuerpo encima de aquel hombre de quien no recordaba nada,
ni el nombre.
pensó en el olor a mar, en la escarcha que dejan las olas en los acantilados. pensó en las gallegas y en las rancheras y en diego el fotógrafo y en toda la fauna del estrecho carrer ample. sintió la tristeza empedernida que se le había echado encima los últimos meses, tal vez años; el desdén de los días; el sinsentido de las semanas. recordó los poemas que hablaban de montes y de soles y de salivas y que ahora le sabían a nada. recordó sus equivocaciones, sus mentiras, sus confusiones. recordó la orfandad de su espíritu y sus delirios de pobreza y sus padres que hacía meses no la llamaban. recordó sus vicios escondidos, sus impertinencias, sus ganas ahora podridas de gritarle cuatro verdades a la existencia. pensó en sus poetas preferidos, en sus películas preferidas, en su bebida preferida… pero ahora todo le resultaba agobiante, incestuoso igual que el lunes en el que se encontraba; igual de escandaloso, igual de histérico. pensó en el frasco de pastillas y el vaso de whisky
que tenía dispuestos en la mesa de la cocina,
esperándola
junto a la carta póstuma escrita a mano a renglón seguido y en papel de hojas de tulipán. pensó en su cuerpo desnudo y muerto, olvidado en una silla de la cocina, con los brazos abiertos, con las manos abiertas, con los ojos abiertos. miró a aquel hombre triste con la soga al cuello, volátil como las horas que gotean en las noches de insomnio y hondo como parvada de estorninos…, y quiso besarlo.
volar de un balcón a otro y besarlo.
atiborrarse de sus besos antes que atiborrarse de pastillas.
VII
con los ojos fijos en ella, paolo ardengo bajó el pie del barandal mientras las rubias de pechos y faldas levantadas continuaban su camino y el coche de marroquíes hacia lo propio y se apaciguaba la histeria en el estrecho carrer ample. hundido en los ojos de ella levantó la mano temblorosa a manera de saludo pero no pronunció palabra.
«hola», respondió ella bajito, más para que él leyera sus labios antes que escucharla.
«paolo, me llamo paolo», dijo él exagerando igual el movimiento de los labios, mientras se le transformaba el gesto en uno más liviano y se dibujaba el reflejo de ella en sus pupilas: el cabello despeinado, la mirada que hacía pensar en el vuelo de las golondrinas, los pechos que invitaban a la bruma que se asienta sobre el mar los noviembres.
entonces todo cobró sentido en el estrecho carrer ample: diego, el fotógrafo; la morena desnuda; jose y las rancheras de josé alfredo jiménez; las bicicletas atadas a los postes; el café de las gallegas; las motocicletas estacionadas en batería; el bar de brasileños; el restaurante italiano cerrado porque era lunes. todo le pareció coherente y objetivo. todo el pasado y el presente encontró acomodo en el pecho y los pulmones de paolo ardengo cuando ella,
iluminada por el sol de las cuatro y cuarto, movió los labios para susurrar:
«mar. mi nombre es mar».
© All rights reserved Edson Lechuga.
Edson Lechuga. Escritor. (Pahuatlán de Valle, Puebla. México. 1970)
Ha publicado: Anoche me soñé muerta, Axial 2015. Atemporal Suburbano Editores/USA 2013; gotas.de.mercurio, Editorial Montesinos/España, Colofón Editores/México 2012; Llovizna, Editorial Montesinos/España; Colofón Editores/México 2011; 72 Migrantes, Editorial Almadía/México 2011; Morir matando, Revista Reflexiones Marginales/España 2011; Elefantes y Papalotes, Ediciones La cartonera de Cuernavaca/México 2011; Luz de luciérnagas, Editorial Montesinos/España; Colofón Editores/México 2010; Sonata número 13 para clarinete, Revista Clarín/España 2009; Morir matando, Ediciones Beta/España 2009; El canto de los búhos, Anónimo Drama Ediciones/México 2000.
Ha colaborado en las revistas Cuadernos de doble raya, MexBcn, Pie Izquierdo, El viejo topo, Quimera, Letras Libres, Número Cero, Lateral, Clarín.
Y en los periódicos El País, El Periódico de Catalunya, La Jornada, El Universal. Realizó estudios en la Universidad Nacional Autónoma de México, en Casa Lamm y en la Universidad de Barcelona.
Imparte talleres de Creación Literaria y Narrativa en Casa del lago UNAM, Universidad del Claustro de Sor Juana, Casa Refugio Citlaltépetl en México; y Casa Elizalde, Aula de Lletres, Universidad Elisava en Barcelona.
Fundó el ensamble de poesía musicalizada Poética Shakti y fue director de la productora Achichincle Audiovisuales.
Actualmente trabaja en el proyecto de poesía sonora nueve.de.espadas y desde 2008 mantiene el blog: yonosoyedsonlechuga.blogspot.com con más de 50 mil visitas.