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Julio 2013

ALLEN GINSBERG, POETA EN EL OTRO PUERTO RICO. Elidio La Torre Lagares

Un día, senté a un poema en mis rodillas. Y lo encontré amargo. Y lo injurié. 

El poema me asaltó a la vista por su forma particular: verso largo y tono bíblico, de fraseo sincopado, como una partitura musical en verbo.

El poema me habló.

“He visto a los más grandes espíritus de mi generación destruidos por la locura, hambrientos, histéricos, desnudos, arrastrándose en la calle al amanecer, buscando una cura violenta.”

Entonces comprendí su belleza.

Quedé hipnotizado por la crudeza de aquel lenguaje, y a la misma vez por el dolor que transmitía. Era un dolor humano.  Un dolor sublime.

Se trataba del “Aullido” (“Howl”) de Allen Ginsberg, un poema cuya importancia artística y social, hasta entonces, yo desconocía. La poesía, en efecto, podía ser tan sublime como peligrosa.

Su efecto es algo que nunca he superado.

Ginsberg, conocemos, fue precursor del movimiento Beat de los años ‘50 junto a Jack Kerouac y William S. Burroughs, con quienes cruzó destinos en la Universidad de Columbia y coincidieron en que la poesía necesitaba un nuevo renacer, una “nueva visión indecible.”

Robinson Jeffers y Richard Wilbur marcaban el canon poético de la época, pero todavía vivían bajo la sombra del modernismo de Ezra Pound, T.S.Eliot y William Carlos Williams.  Los Beats, término que emerge como sustracción de polos entre “beat down” (abatido) y  “beatífico”, asumieron que la poesía debía emanciparse de la métrica e ir en dirección más espontánea, una conjugación de los acordes del jazz de Charlie Parker y los versos del mismo Walt Whitman que tanto cautivaba a Martí, a Lorca y a Neruda.

Después de la Segunda Guerra Mundial, Ginsberg y los Beats enfrentaban la época del control de masas, la complacencia y el conformismo en los Estados Unidos. La televisión comenzaba a quedarse con las salas de los hogares, y los ciudadanos privilegiados comenzaban el éxodo de la ciudad hacia los suburbios. La industria automotriz adquiría preponderancia, mientras la ciudad era legada a los menos privilegiados, minorías emigrantes, particularmente a los puertorriqueños que, en éxodo forzado, buscaban soliviantar el Lamento Borincano en el Sueño Americano. Ante la futilidad de la empresa del éxodo, surgieron los arrabales dentro de la metrópolis donde Ginsberg y compañía encontraron terreno propicio para aquella visión novedosa.

Ya para 1957, los Beats cambiaban la piel de novedad literaria por una visión con matices de revuelta socio-cultural. Su filosofía albergaba todas las religiones y amparaba a los olvidados de la sociedad, a los marginados de la historia.  Es en esta concepción “Whitmanesca” de la sociedad donde entran los puertorriqueños exiliados en Nueva York.

La relación de Ginsberg con los puertorriqueños probablemente comenzó a través de William Carlos Williams, cuya madre era originaria de Mayagüez. Williams, llamado “El Poeta Americano,” por haberse negado a exiliarse en Europa (como lo hicieran Pound y Eliot)  proponía un lenguaje directo, en ocasiones cotidiano, idea que nació del “broken English” que él escuchaba de su madre puertorriqueña.  Su poemario Paterson no sólo es prosaico en su lenguaje, sino que, además, es dislocado, en combinaciones de verso corto y verso largo, precisamente el estilo que Ginsberg reproduce en  Aullido y otros poemas, y en cuyo prólogo Williams escribe: “Señoras: agarren el ruedo de sus faldas.  ¡Vamos al infierno!”

Eventualmente, los puertorriqueños, como comunidad, continuaron poblando la poesía de Ginsberg, adornando sus versos de paisajes y visiones citadinas cotidianas en Nueva York, meca de los Beats.

La identificación de Ginsberg con la realidad puertorriqueña lo llevó a vivir toda su vida en el Lower East Side, el famoso “Loisaida” de tantos boricuas emigrantes. Aquí, el poeta encuentra reflejado entre los menos afortunados por el desbalance social y se convierte en un ambulante más del Lower East Side, la tierra santa de los sueños perdidos: “Arrastré catres sin vida hasta las pilas de basura en las aceras/ viejas pisoteadas alfombras desde Paterson hasta el Lower East Side lleno de chinches/ el Caos cayendo sobre los techos de la ciudad.”  Los catres son el punto constante de encuentro con los sueños fallidos que transmutan en la desilusión y el abandono descritos en “Robo”, entre “escaleras de portales de cemento, pasillo para arrendar pintado de verde y púrpura, al estilo puertorriqueño”. El destino fatal de los boricuas que fueron en búsqueda de su porción de universo y que nunca lo encontraron es retratado en “Esqueleto mortal”: “Tengo miedo de salir esta noche a mirar la luna del Lower East Side, donde los drogadictos rompen sus cuellos entre los pasillos de edificios abandonados.” Ginsberg no sólo es asaltado en el poema, sino que también los puertorriqueños han sido expropiados de sus ilusiones materiales y sueños, convirtiendo el acto de robar en un ciclo de sobrevivencia.

Ante los ojos del poeta, la agonía de los boricuas en Nueva York desaparece una vez al año: durante la Navidad. Nuevas esperanzas de pronto iluminan el deseo de un nuevo comienzo. En el poema “31 de diciembre”, la alegría resplandece en “las trompetas de hojalata que esperan el anuncio de la medianoche del año,/ dientes grandes disfrutando,/ puertorriqueños sonriendo/ bajo las cornisas de la calle 44/ saludando  la esperanza en blanco…/ el sufrimiento se ha ido.”

La poesía de Ginsberg propició el revivir de la palabra hablada y devolvió los registros de la oralidad a la poesía durante la década de los ‘60, principio que se vació en la creación del Niuyorican Poet’s Café, desde donde se enunció toda una vanguardia poética liderada por puertorriqueños en Nueva York (poetas como Tato Laviera, Miguel Algarín, Pedro Pietri y Víctor Hernández Cruz, entre otros), y asentó un espacio del cual Ginsberg era un declarado habitante.

Mas Ginsberg es más que un boricua en Nueva York por adopción. Si Kerouac alcanzó la epifanía de su salvación en Ciudad México, Ginsberg encuentra la suya esparcida por Latinoamérica. Tras los decididos  versos que cantan “Hay un dios/ que muere en América”, el poeta alcanza su iluminación en medio de las ruinas de Palenque, donde confiesa “estas ruinas/ me despiertan/ a la nostalgia/ por las estaciones/ de la tierra/ el continente ancestral/ que no conozco” (“Siesta en Xbalbá”). En “A un poeta viejo de Perú” (dedicado a su amigo poeta Martín Adán) afirma: “Voy a Pucallpa/ a tener Visiones”.

Indistintamente de su inclinación a retar los límites del consciente por medio de alucinógenos, Ginsberg plantea que aquella visión que no podía significarse en palabras tampoco puede ser contextualizada en el contexto estadounidense. Guatemala, Colombia, Bolivia, Chile y, por supuesto, Perú serán su propuesta de alteridad, la cual culmina en las alturas de Machu Picchu, como el Neruda a quien tanto Ginsberg admiró.

Uno llega a Ginsberg  y nunca lo deja. Leerlo es, indefectiblemente, vivir el lugar que le otorgó a los puertorriqueños y a los latinoamericanos en su literatura. En estos tiempos del capitalismo tardío, nos abraza su visión de los ángeles olvidados y hasta, tal vez, en ella encontraremos amparo en estos años de soledad, sean cien o mil.

©All rights reserved Elidio La Torre Lagares

elidiolatorreElidio La Torre Lagares es poeta, ensayista y narrador. Ha publicado un libro de cuentos, Septiembre (Editorial Cultural, 2000), premiada por el Pen Club de Puerto Rico como uno de los mejores libros de ese año, y dos novelas también premiadas por la misma organización: Historia de un dios pequeño (Plaza Mayor, 2001) y Gracia (Oveja Negra, 2004). Además, ha publicado los siguientes poemarios: Embudo: poemas de fin de siglo (1994), Cuerpos sin sombras (Isla Negra Editores, 1998), Cáliz (2004). El éxito de su poesía se consolida con la publicación de Vicios de construcción (2008), libro que ha gozado del favor crítico y comercial.

En el 2007 recibió el galardón Gran Premio Nuevas Letras, otorgado por la Feria Internacional del Libro de Puerto Rico, y en marzo de 2008 recibió el Primer Premio de Poesía Julia de Burgos, auspiciado por la Fundación Nilita Vientós Gastón, por el libro Ensayo del vuelo.

En la actualidad es profesor de Literatura y Creación Literaria en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Ha colaborado con el periódico El Nuevo Día, La Jornada de México y es columnista de la revista de cultura hispanoamericana Otro Lunes.

twitter @elidiolatorre

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