algo de piel
al volver de la guerra
casi no queda nada que contar
hay quien te pregunta
de dónde vienes
uno hace enemigos rápidamente
es lo que tiene la práctica
aprende los nombres de sus adversarios
y a batirse por motivos estúpidos
que después no recuerda
sólo sabe que los tuvo
el arma da un poco lo mismo
abrazo o espada
todos morimos un poco
para poder entrar en batalla
para querer a alguien
algo de piel
pero uno no vuelve
para hablar de las heridas
sino para poner a salvo
los mundos que inventa entre golpes
rehacer castillos de arena
que se desmoronan con cada ola
salvaguardar lo que dicen
que ni siquiera existía
antes de la guerra
de esos otros
definitivamente no soy de esos
ni tengo ánimo para ver
si salta una lucecita en el móvil
mientras trato de mantener a raya
mis momentos contigo
preferiría ir callado por las calles
callado
sí
en lugar de gritar en los semáforos
y meterme rayas en los servicios de los bares
si alguna vez fui de esos
ya no quiero contártelo
hoy es lunes y hace frío
me he ido de las iglesias y las panaderías
y me he traído puestas las mareas
a esta casa en la que por las noches
los peces pasan rozándome las piernas
sueño que tal vez conozcan mi historia
la parte híbrida de mí
y que quizás ellos puedan vencer el código
encontrar las palabras que rompen
años estériles de periódicos
rescatar la luz que casi tocamos
como la que no salta en mi móvil
me sobresalto al pensarlo
me incorporo y lo apago
y me digo que yo soy de esos otros
de los que duermen con los pies llenos de arena
y de nombres comunes de peces
pero esto tampoco voy a contártelo
el ruido de las aceras
preferiría ocultar a mis hijos
el ruido de las aceras
a las dos de la mañana
el latigazo en el pecho
al volver de habitaciones y cuerpos
en los que juraré no haber estado
de juramentos cuya validez
caduca antes del desayuno
junto a la cocina
el camión de la basura
se lleva los restos de la noche anterior
de todas las noches anteriores
ella ultima los preparativos
de los niños para el colegio
tostadas y libros
un beso en la puerta antes de subir al bus
un cariño reglamentado que ya no me explica
mientras busca mi coche y mi cuerpo oscuro y
oculto a vuelta de la esquina
el bus sale de la calle
y yo
abrazo el ruido
maldito de las aceras
y pienso en mis hijos
en otro bus y en otras calles
y en los ruidos
que oyen por las noches
la mochila breve
supongo que éste soy yo ahora
el de los asientos anónimos en los trenes
y amigos que eligen no preguntarme
de dónde me han caído los golpes
me afeito
me cambio la camisa
leo el periódico
lo que hace todo el mundo
simplemente
hubo un tiempo en el que
yo no fui todo el mundo
llegar a casa
recoger lo que te fuiste dejando
algún lunes de miel
prendas y palabras mínimas
amuletos que al irte
sólo han hecho más rotundo
el ruido del frío
ignoro en qué lugar del cielo
o de tus gestos
me he perdido
estaciones que sólo marcan
los puntos de no retorno
saltar al vacío en la próxima parada
una mochila breve
mis huesos
lo que queda de mí
mis pies siguen mirando al sol
buscando nombres entre los trigales
tierra firme
mi vecina recorre selvas
que exploro tras la curva de su cuello
en un atlas que saco absurdamente
de la estantería
para provocar su risa
o al menos su extrañeza
ella lo abre al azar
lo extiende sobre mí
y señala un punto no determinado
entre el amor y el pasado
mi estómago se convierte
en el centro del mundo
en esta isla
en nuestra habitación
viven sólo dos mil personas
al momento se desactivan las corrientes oceánicas
y los habitantes de la isla
nadan entre la pasión y la duda
de la cocina a la cama o a la sala
por la tarde anda sumida
en la deriva de los continentes
de las migraciones
y vuelve del tsunami con un cuento
de brujas con Alzheimer
y enanos adictos a las vitaminas
personajes de otros mundos
a los que amo de inmediato
en esta tarde de terremotos
mi vida se repone de cartografías
en este lugar del pecho
que ya no admite puntos imprecisos
me envuelven los lugares sin nombre
de sus brazos
© All rights reserved Miguel Rodríguez Otero
Miguel Rodríguez Otero es profesor en programas de ELT y reside en un pueblito de Galicia. Es autor de la colección de relatos La mujer que huele a café y de El lugar del Norte.