Hace varios años tuve la suerte de leer por primera vez la poesía de Alfredo Pérez Alencart, poeta peruano arraigado en Salamanca. Desde entonces visito con frecuencia sus textos, en los que encuentro un fondo de paz, una humanidad destilada en el constante caminar entre fronteras, en los salmos aprendidos que marcan el corazón y el oficio de la escritura. Esta entrevista, hasta ahora inédita, se llevó a cabo hace cuatro años y es justo ahora, cuando ha pasado más camino, que tengo el privilegio de compartirla con ustedes. Alfredo es, además de poeta y ensayista, profesor de Derecho del Trabajo en la Universidad de Salamanca desde 1987.
Alfredo, ¿cómo y en qué momento descubres la poesía?
Prefiero creer que fue la Poesía quien me descubrió. En todo caso, fue sin fatiga aparente, entiendo. De niño me bastaba mirar la hora del crepúsculo: entonces, esa coloreada plegaria de los cielos amazónicos como que se alargaba sobre la selva y los dos grandes ríos que bordean la ciudad de mis primeros pasos, Puerto Maldonado, allá por una de las esquinas de Perú, en la frontera con Bolivia y Brasil.
Y luego las palabras, silabeándolas primero, comprendiéndolas después hasta asumir su música y su significado congruente, pero también la explosión de metáforas que pueden gestarse cuando se las une de forma idónea. Supongo que la conjunción de todo, tal destetamiento, fue lo que aceleró la maravilla; es decir, que la Poesía haya nidificado en mí desde muy pronto.
Otra cosa diferente es la escritura poética, que en mi caso tardó todo lo necesario que requería la cimentación de una voz propia para que no se derrumbara al menor vientecillo. Ahora, con algo más de diez lustros preñando mis ojos, intuyo que esa ligera tartamudez que me acompañó hasta mis años de universitario limeño, tuvo que ver con el proceso de lento aprendizaje del mundo, que el asombro ante lo visible y lo invisible hacía de cedazo para que mi habla no diera envidia. Pero también me hizo conocer un amplio vocabulario para emplear sinónimos cuando sabía que algunas palabras tropezarían si las expresaba. Por esos tiempos, como milagro de la pasión poética, fluyó caudalosamente la elocuencia en mis ajetreos jurídicos, a la par de la escritura de textos líricos.
contestando tu pregunta, te diré que desde muy temprano supe que la Poesía ensancha la burda realidad y que solo se enrosca en las pupilas de quienes saben la contraseña para ser humildes pasajeros en su milenario vientre.
En tu obra hay un fuerte trasfondo religioso, ¿podrías elaborar sobre ello?
A tiempo advertí algo que es evidente, pero que en esta centuria frenética pocos poetas se atreven a declarar, al menos de forma pública: la Poesía siempre es oración, aunque te estimes ateo. Y es que el lenguaje poético compendia la breve eternidad de lo sagrado, siendo por ello una de las posibilidades más ciertas de comunicarnos con Dios o de preguntarnos por el Misterio de nuestra existencia. Poéticamente están escritos la mayor parte de los Libros donde se recoge lo imprescindible de las religiones principales de nuestro planeta.
En el mundo occidental, sin ir muy lejos, más de la mitad de la Biblia fue escrita por varios poetas: David, Isaías, Miqueas, Jeremías, Job, Salomón, Eclesiástes…, sin olvidar que Jesús fue Poeta, no sólo por sus parábolas sino por sus propios actos, a contracorriente de los gestores políticos, económicos y religiosos de su tiempo. Repárese que fueron los religiosos de entonces quienes alentaron la muerte de Jesús. Y también fueron ellos los que ordenaron la nueva muerte del resurrecto Lázaro, tratando de borrar las huellas del milagro.
Ahora bien, siendo como soy, un cristiano que tiene en el Evangelio el magma de su fe, descreo de religiosidades ampulosas, de estatuas de piedra, madera o escayola… También descreo de la religión jerarquizada, de los atavíos, de los predicadores que no dan ejemplo. Lo mío es una relación muy cercana con Cristo, nunca una religión. Es un abrazo con un Poeta-Profeta, con un Hermano mayor.
Esa relación, de cierto que se encuentra en buena parte de mi obra poética, traducida en un Amor que no admite señuelos o tentaciones del consumismo egoísta, del poder por el poder, de la rampante hipocresía… Esta vertiente de mi poesía es medular, porque está identificada con el prodigio de la Revelación, como Juan cuando estaba en Patmos.
Defiendo lo Sagrado porque el espíritu respira y vive en los muchos Gólgotas que valsan en todas la épocas del hombre. El poeta, si realmente no finge su sacerdocio de la palabra, suele asomarse a la rendija del misterio y atisbar cómo los siglos se retrasan y adelantan a su regalado gusto. El poeta que tiene a Cristo nunca desfalca a la esperanza, porque sabe que Dios está más allá del fin, tal cual el Verbo que ensambló a su criatura definitiva. Lo numinoso es el plus que requiere casi todo poema que pretenda ser perdurable.
Tu poesía contiene, muchas veces, un testimonio social, especialmente para los desposeídos. ¿Podrías contarnos tu visión al respecto?
Más que visión, fue un sencillo aprendizaje. Mis padres, desde pequeño, me enseñaron a ser justo, a tratar a todas las personas de forma similar, a preocuparme por sus problemas. No me hablaban mucho sobre ello; los veía practicarlo a cada instante. Luego, en la universidad, me decanté por el área más social del Derecho, la que se ocupa del hombre en relación al trabajo y a las prestaciones sociales.
Pero esta entrega también está muy entroncada con la pregunta anterior, con el Mandato que trasmite el salmista: “¡Defended al débil y al huérfano;/ haced justicia al afligido y al menesteroso,/ librad al afligido y al necesitado…!”. La Biblia contiene innumerables pasajes imperativos para que atendamos al otro que sufre desgracias o injusticias, para preocuparnos por el que menos tiene… aunque la Historia nos demuestra cómo tan poco caso se hace de esta petición, hasta por aquellos que repiten el nombre de Dios hasta la saciedad, pero poco, muy poco hacen por los demás.
La prueba del Amor no puede atornillarse en los cielos, y eso que entiendo que la voz del Poeta se ensambla en el cosmos, pero debe desangrarse en la tierra: sin tregua debe estremecerse en el humano mundo de los desposeídos o de los empobrecidos, pues ellos son los que acopian, genuinamente, el resto de la esperanza. Y es que me resulta imposible olvidar aquellas palabras del Sermón del Monte o el clarísimo tirón de orejas que Santiago, el hermano de Jesús, hace a los ricos que no pagan el jornal de sus obreros. Claro que antes de su Epístola, ya las leyes del pueblo judío contenidas en Levítico, por ejemplo, señalaban el camino a seguir: “No oprimirás a tu prójimo ni le robarás. No retendrás el salario del jornalero en tu casa hasta la mañana”.
Hay tantos congéneres que gimen a nuestro lado y la respuesta no debe ser taparnos los oídos o hacernos los sordos-ciegos-mudos. De forma chabacana o con marcada estulticia se ha desdeñado la poesía social, y hasta algunos beatos y/o esquilmadores de incautos no dudan en tildar de comunista o de panfletario al poeta que pone su acento en la poderosa realidad que estrangula a tantos.
Por ello, conviene que traiga a colación un fragmento del pórtico que escribí para mi libro “Hombres trabajando”, publicado a principios de 2007: “No pretendo ser poeta puro, si ello implica esquivar el drama de los otros. Pureza también es sentir las turbaciones que hacen temblar al hombre o el trato avariento que desiguala a la mujer. Vicisitudes hay -hubieron y habrán- en el largo tránsito del trabajo humano, generador de éxodos y legislaciones: corresponde al poeta condensar tales voces enmudecidas y -alejándolas del panfleto- ponerlas en órbita precisa, sin prestar atención a modas que buscan imponer quienes se saben alfeñiques en esto de decir las palabras justas, rehuyendo del compromiso elemental de la propia poesía: ser bálsamo para resucitar sin muerte. Recuerdo con precisión el verso del salmista David: Mientras callé, se envejecieron mis huesos…”.
Luego se desató la crisis, y lo que entonces para algunos era un ejercicio poético desfasado, propio de las primeras décadas del siglo XX, hoy se ha convertido en un librito posmoderno, porque esta crisis ya no solo es estructural sino que en Occidente marca un cambio de época a peor, especialmente en cuanto a la degradación de las condiciones laborales, al trato indigno del ser humano, al pan que faltará en muchas bocas…
Ahora que menciono esto, vienen a mi memoria unos versículos del poeta Jeremías, tan actuales en su lamentación: “La lengua del niño de pecho se pegó a su paladar por la sed/; los pequeñuelos pidieron pan,/ y no hubo quien se lo repartiese”. Si alguien estima que estos versos son panfletarios, pues también parte de mi poesía lo es, si así lo creen quienes prefieren que el poeta solamente escriba odas a las flores del campo. O la luna llena.
En definitiva, puedo decirte que mi poesía no acuerda armisticios con lo injusto.
Háblanos de tu relación con tus libros publicados. ¿Tienes favoritos?
No quiero caer en tópicos ni repetir que todos los libros son mis creaciones y que los quiero por igual. Todos mis libros son diferentes y a cada uno prodigo un afecto especial, pero muy diferenciado. Dentro de ellos, “Madre Selva” acumula toda mi dulcísima ternura, pues fue el primer libro escrito (el segundo en publicarse) y en él embarqué a mi reino primero, la selva y su desmesura donde se hospedó mi infancia y primera juventud. Árbol por árbol, hombre por hombre, ríos y quebradas, bauticé de nuevo aquel paraíso de todo lo posible.
Luego está “Cristo del Alma”, mi reino de ahora y de lo porvenir. A este lo quiero porque en él desfondé mi lenguaje para que nazca una criatura con la sinceridad de una fe que no traiciona. Poetas muy alejados del hecho religioso estiman que este es uno de mis mejores libros. No lo sé.
Lo que sí sé es que al escribirlo sentí mi corazón invulnerable.
Eres peruano de nacimiento aunque hayas hecho tu carrera en España. ¿Cómo concilias estos dos mundos en tu poética?
Siendo un aprovechado, un auténtico “Doblemundo”. Quiero decir que me siento un auténtico latifundista que se aprovecha de tan vastos dominios. Además, los polos opuestos se necesitan y complementan: tengo el verde de la Amazonía y el amarillo de la piedra salmantina y de los campos de cereales: he escrito poesía del paisaje de ambos territorios, porque lo telúrico se halla prendido al ser humano.
Creo que un poemita pergeñado años atrás, Doblemundo, puede ofrecer mejor constancia de esos dos territorios que ocupo a diario: “Aquí yo seguí siendo de allí, / enraizado al sol de mi trabajo, / vidente de lo que hay detrás del mar. // Allí yo seguí siendo de aquí / porque mi cuerpo y espíritu / recibieron el pan de este suelo. // Aquí como allí reconocieron que migraba por páramos y selvas / con un mismo verbo agradecido/ por sentirme de vastos dominios. // Testifiquen que hasta mi muerte / solo dije amén por ambas tierras; / con humildad yo canté los afectos / que marcaron el mapa de doblemundo”.
¿En cuál de las dos tradiciones poéticas (española y peruana) situarías tu obra?
La latitud de mi poesía está asentada en la poderosa temperatura del castellano de todos los tiempos: he libado de ciertos poetas del Siglo de Oro y de la grande poesía hispanoamericana que tiene su primer anclaje renovador en Darío y Vallejo, hasta llegar a Gastón Baquero, Gonzalo Rojas, Olga Orozco, Tundidor, Alejandro Romualdo, Emilio Adolfo Westphalen o Ramón Palomares, mis hermanos mayores, mis grandes amigos: me nutren todos los buenos Poetas que puedo leer en castellano.
Mi poesía, entonces, tiene una notable promiscuidad en cuanto a tradiciones. Pues a las señaladas habría que sumarle algunas fuentes griegas, latinas, hebreas, aztecas, incas o japonesas, traducidas a nuestro idioma. Y es que descreo de tradiciones de pelaje ralo, de bastiones levantados sobre columnas de hojarasca, de nacionalismos trasnochados… También descreo de generaciones o de grupos poéticos: los primeros son inventos de profesores un tanto holgazanes para ahondar en las especificidades; los segundos son solapados intentos de escalar por el peso físico y/o social que suman los miembros del grupo y no por el valor que tenga la propia obra.
El poeta sólo debe colocar sus frutos en la balanza donde se pesan las perlas y diamantes.
Al volver la mirada hacia tu trayectoria literaria, ¿qué piensas de tu quehacer poético?
Que no podría estar en otro territorio que no sea el que he ido demarcando, poco a poco, demorándome hasta donde me ha sido posible. He sido un moroso en esto de exponer mis ejercicios poéticos.
Ahora bien, soy un agradecido en grado sumo, porque la Poesía me ha alejado del pensamiento aridecido, del nudo corredizo que refuerza el agobio cotidiano, ése que convierte el vino en brea. El quehacer que tú señalas es, para mí, un enseñar el corazón palpitando en medio de la ceniza y demás estragos. Estar limpiando cada semilla que uno hace brotar es, que duda cabe, un magno ejercicio de humildad y de añadir plumas al pajarillo que se ha quedado sin ellas.
Mi modesta trayectoria está libre de espejismos, de luces de neón y de postureos en pos de la fama. En esta travesía he podido hacer noche en el genuino oasis de la Poesía y devorar, hasta saciarme, una porción de sus dátiles.
¿Qué mayor recompensa que el seguir apretando los dientes muy adentro de su matriz?
Eres un hombre que ha cruzado, en muchos sentidos, múltiples fronteras. ¿Cómo marcaron tu poética esos cruces y descruces?
Dándome un irreprimible yo colectivo, un responder ante el clamor del otro. Mi yo poético casi siempre es plural porque en esto de las travesías hay buena experiencia desde mis ancestros, auténticos emigrantes por necesidad económica.
Fuera de mi lugar de nacencia siempre leo y releo a Zain: “Cánticos fueron para mí tus estatutos / en la casa en donde fui extranjero” (Salmo 119.56). Por ello, y porque mis ascendientes asturianos, gallegos y brasileño también fueron de un lado para otro, hago como Job: “El forastero no pasaba fuera la noche; / mis puertas abría al caminante”. De cierto que abro las puertas de mi casa a toda hora. También mi corazón cuando se trata de quiénes dejan atrás su casa y su país, no como ejecutivos sino huyendo del hambre, de las guerras o de persecuciones e intolerancias religiosas, raciales o políticas.
Mis libros hasta ahora publicados contienen muestras evidentes de esta temática, poemas engarzados a dicho drama. Pero guardo un libro inédito, “Los éxodos, los exilios”, escrito desde hace 20 años y que posiblemente publicaré este 2014. En él he intentado destilar todos esos cruces y descruces no solo míos, sino especialmente los de todas las generaciones, de todos los tiempos. No es anecdótico sino que se enraíza en los flujos migratorios de siempre, desde antes del Éxodo.
Cómo poeta, ¿qué esperas del futuro?
Una enriquecida desnudez, una visión que todo lo contemple al trasluz. En definitiva, poder asomarme a las bodas de Caná y libar algunas copas de vino junto al Amado galileo.
¿Querrías compartirnos algo sobre algún proyecto tuyo en el que estés trabajando actualmente?
Acabo de terminar de pulir el poemario “Memorial de Tierraverde”, que en los próximos meses publicará, en Lima, Lancom Ediciones. Es una editorial dirigida por Aldo Gutiérrez, quien desea que lo presentemos en la Feria Internacional del Libro de Lima, el próximo mes de julio. En la pasada edición presentó la primera antología de mi obra, “Monarquía del Asombro”, en cuya portada destaca una hermosa pintura de Oswaldo Higuchi.
“Memorial de Tierraverde” es la continuación de mi libro “Madre Selva” (1992). En esta parte la poesía va dejando constancia de la mudanza del encanto y trata de la terrible devastación a la que se está sometiendo a la Amazonía.
¿Qué consejos les das a los poetas noveles?
Procuro no dar consejos de forma indiscriminada. Si un joven poeta se me acerca y constato que en él hay pasión y ganas de resistir, entonces sí le recomiendo sobre aquello que entiendo debe mejorar.
Pero no quiero parecer grosero y quedar sin responderte. Les diría, por ejemplo, que la Poesía, gracias a Dios no es mercancía para uso (o abuso) de las masas que prefieren lo utilitario del frenético vivir desdeñando todo aquello que estiman inútil o falto de valor. Deben saber que su poesía puede ser solo para las cuatro o cuarenta personas que a ella se aproximen con la intención de leerla o escucharla. Y también deben saber que la Poesía es revelación de una realidad otra; que el poeta sierra imágenes y las deja totalmente libres para que atraviesen los ojos, los oídos y la imaginación de esos escasos cómplices que tendrán por este u otros lugares del mundo.
Y así como la Poesía repara la existencia, también deben saber que la vida del auténtico poeta es a todo o nada, contrastando las injusticias, los pliegues retóricos, las infamias y corruptelas que derraman las élites de cualquier tipo de poder.
Alfredo, ¿Qué te hubiera gustado que te preguntara?
No eludo ni entro en desbandada ante pregunta alguna, pero tampoco me atrevo a estar sugiriendo lo que más me apetece. Creo que siempre es mejor contestar aquello que los demás formulan, porque así uno intenta ser lo más genuino posible.
© All rights reserved Elvia Ardalani
Elvia Ardalani es poeta, editora y traductora, además de Catedrática de Creación Literaria en el Departamento de Escritura y Estudios del Lenguaje de la Universidad de Texas-Río Grande Valley.