Nunca sé en qué pensar cuando el frío de la cama me rechaza. El silencio es muy grave. Estoy adicta al ruido, aunque me mantengo callada. El murmullo de las sábanas me causa dentera. Sé que la percepción de un momento importante siempre es un proceso solitario. A estas horas de la madrugada no tengo más opción que arrancar de mí eso, esa dentera, ese murmullo de inquietud que me impide el descanso. Claro, se siente rico compartir cuando algo nos llega al corazón; un meme, la frase de algún libro, el simbolismo imaginario que da sentido a vivir. Me desvisto de este susurro y aprendo a respirar con el diafragma. Me levanto de la cama y escribo. Escribo sobre correr bajo la lluvia para llegar a un edificio lejano donde encuentro que hay más distracción que descanso. Escribo sobre tanta gente que me mira raro por atreverme a correr bajo la lluvia.
Hay tantos momentos que hablo, y mi voz se suspende en el aire como el perfil de usuario de quién aún no aprende la jerga de la red. Algunas veces descubro una pieza de arte que me destruye con el mejor de los caos, y me inundo de emoción, pero sentada ante mi escritorio solitario estoy mirando una pantalla. Leyendo poco y tanto, el internet es un colectivo de dispensables cantos, hay tanta indiferencia y tan poco llanto. Estoy aislada en la maravilla de esta pieza que me invade, que me arrebata las palabras y no sé a quién contarlo. Entonces esta maravilla se vuelve una dicotomía de soledad y epifanía que circula en mi mente, y no encuentro como hacer énfasis al por qué me asombra tanto.
Rimo… Porque del arte emana el arte.
Cuando todo lo importante se dispersa, en un muro de comentarios; tweets, y posts, y memes, y vlogs y vids y blogs y pics, Instagram, y Facebook y Pinterest, y Kik, no sé cómo accesar los arquetipos sin perderme. El internet es simultáneamente el archivo para guardar el recuerdo y para olvidarlo. Volvemos aquí para abandonar quienes somos o para reconstruirnos, aquí, en esta línea soy una partícula de comandos que permiten reflejar un fragmento de mis anhelos, para poder desecharlos.
Pero yo solo quiero un momento…
Un traslado fuera de la conexión y la desconexión, fuera de la inundación de pensamientos despreciados para poder maravillarme con aquella pieza de arte, que me estremeció. Con lluvia y color, yo solo quiero disfrutar ese dolor inherente de quien se expone ante una cacofonía de distracciones y sin saberlo, me maravilló con su arte. Desató en mí, la soledad inminente de disfrutar lo que debería disfrutar a sollozos toda la gente. Aquí, presente. Hay una vaguada de líneas y una selección abrumadora de información. Pero cuando estoy conectada, sincronizada en la frecuencia del arte, la mente va iluminada, y por unos instantes estoy contenta por aún tener la capacidad de entristecerme, en vez de -perdida en la cacofonía- no sentir nada.
Por eso es importante…
Levantarse del silencio, evolucionar de plataformas.
Lo que sea necesario para escaparse del frío murmullo de las sábanas.
Lo que sea…
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Krystel Bravo (San Juan). Estudiante del Departamento de Literatura Comparada en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Su trabajo varía desde poesía, ensayo, cuento y reflexión poética. Gusta de la tergiversación de la realidad desde la lente poética.