1.
En la vieja tienda de discos de doña Lulú vivía un vinilo. Un disco de larga duración, le llamaban. En la cubierta aparecía una nave espacial alienígena de cuya escotilla salía un hombre de raza negra con botas de plataforma plateadas y escafandra de viajante intergaláctico. Mothership Connection, se titulaba el álbum y la banda era Parliament.
Cada vez que yo pasaba frente a la tienda, allí estaba el disco. Mirándome. Llamándome. Los discos en exhibición cambiaban de lugar y hasta eran removidos, señal de que habían encontrado oídos, pero ese no. Siempre estaba allí. En el mismo lugar. Esperando.
2.
Pregunté a mi hermana -autoridad en la música pop estadounidense- si conocía a Parliament y me dijo que no. Le comenté que había visto el disco y que lo iba a comprar. Me contestó que ese disco llevaba años allí y que, si lo compraba, yo estaba loco.
Estipulado.
De todos modos, cumplí mi palabra y una tarde, después de la escuela, pasé por la tienda de discos y me traje el álbum a casa. La dueña de la tienda hasta me honró con un descuento por haberme llevado un disco viejo.
Mothership Connection fue publicado en 1975.
3.
Completados los rituales de abrir el álbum, sentir el disco en las manos, mirar su superficie de ébano relucir en la luz hasta finalmente colocarlo en el plato, dejar caer la aguja y dejar que la música llenara la habitación, le presté oído a la letra. «We shall overcome», cantaba el estribillo del corte que daba título al disco. Venceremos. «For I am here». Estoy aquí, ratificaba como evidencia empírica de alguna resistencia.
La banda, abigarrada y proto-cyberpunk, fusionaba el jazz, el blues y el funk en un caos sonoro que de algún modo venía comprometido con una melodía. «Swing low, sweet chariot; stop and let me ride» cantaba su vocalista George Clinton.
Parliament quedó como mi música de recamara. Particularmente, porque no conocí a nadie más que le gustara.
4.
Años después, iniciados ya mis estudios en literatura, encontré los versos de Wallace Willis: «Swing low, sweet chariot/coming for to carry me home». Willis, un esclavo afroamericano, compuso la pieza como canto de rebeldía e incitación a escapar de las plantaciones.
Cantaba esperanza. Fe en el futuro.
George Clinton es el eco de Willis. Lo apalabra. Le da vigencia. Lo actualiza.
La carroza es la nave espacial; el destino, la libertad. Y Clinton, metonimia metafísica y punk de la identidad negra, quiere ser el piloto.
Hay fuerzas en el universo que todavía no comprendemos. Cuando descubrí la música de Sun Ra, no me quedó duda de la potencialidad de las esferas sincrónicas. Ra, poeta y música experimental, reclamaba que provenía de Saturno, que su poder creativo emanaba de las fuerzas cósmicas del espacio sideral y que vivía en la convicción de que su música liberaría a la raza afroamericana de su opresión. Space is the place (1972) es el álbum conceptual de Sun Ra que luego se convierte en un filme de ciencia ficción. Más que música de fusión, Sun Ra proponía una estética; más que una estética, una ética del futuro.
En esa ética, el estado de conciencia afrodescendiente queda liberado de la mentalidad esclava o colonial que lo limita y lo paraliza. Lo afro se es consciente de la multiplicidad y variedad de posibilidades y probabilidades dentro del universo.
La idea imperante es que la raza afrodescendiente es tan inmensa y poderosa que desplaza su pasado de opresión y violencia por un futuro de grandeza humana.
Mark Drery acuñaría el término afrofuturismo en 1993, pero lo afro-astral ya vivía. Quizás cien años antes. En el Harlem Renaissance. En el blues de los deltas del Mississippi. En los cantos espirituales de las plantaciones del sur en Estados Unidos. En el sincretismo afroantillano.
5.
Saberme inducido al afrofuturismo como por designio, y sin saberlo, me alcanza a propósito de la muerte de Chadwick Boseman, protagonista del histórico filme Black Panther (Marvel 2018). La película dirigida por Ryan Coogler aparece como contrapunto de la noción blanqueada de los filmes de ciencia ficción, en donde los papeles protagónico por negros o negras escasean.
El afrofuturismo descansa sobre la llegada de la era electrónica (McLuhan) y cibernética porque la tecnología empodera a los sectores marginales y erosiona la solidez del poder, que es quien crea y controla.
En efecto, lo afroastral en Black Panther se representa en el surgimiento de un marco de identidad negra dentro de ensamblajes tecnoculturales globales emergentes, sumado a fuerzas biopolíticas de migración, reproducción humana, así como la realidad de los algoritmos, las redes digitales, las plataformas de software y los aumentos biotécnicos. Katheryn Hayles refiere a estos elementos como rasgos constitutivos de identidades racializadas que se materializan cada vez más, vis-à -vis a los avances tecnológicos contemporáneos, o «tecnogénesis», la idea de que los humanos y las técnicas han evolucionado juntos.
No queda duda: a partir de los años 60 y 70 del siglo pasado, los esfuerzos por alcanzar sociedades legítimamente justas e igualitarias alrededor del mundo -particularmente en los Estados Unidos- vienen sustentados por una presencia mediática-tecnológica. La democratización del acceso a la producción y diseminación de contranarrativas sociales ha abierto un canal de transmisión para voces que, de lo contrario, nunca hubiésemos escuchado.
Antes de levantarse de entre las cenizas, el fénix debe arder primero, dice la novelista afrofuturista Octavia Butler en Parable of the Talents. La idea tras el afrofuturismo es expansiva y regeneradora de la conciencia afrodescendiente.
Por tanto, el afrofuturismo, más que un movimiento dentro de la ciencia especulativa, es una visión del futuro. Afroturismo es Samuel Delaney y Kamau Brathwaite, pero también es Marisé Conde e Isabelo Zenón Cruz. Afrofuturismo es Africa Bambaata, Ghetto Kumbé, Rita Indiana y también es Outkast.
La imaginación y la representación van de la mano, tornándose esencialmente en metodología y espejo para los modos en que los afrodescendientes nos miramos al futuro. Un forma de arte. Una fuga hacia el futuro posible.
7.
Martine Syms ha afirmado en «The Mundane Afrofuturist Manifesto» que el afrofuturismo se concentra en aquellos tropos no examinados por la cultura dominante blanca. El afrofuturismo 2.0, el que adereza nuestros días, es la tecnogénesis de la identidad negra de principios del siglo XXI, donde las contranarrativas desmantelan el status quo, hackean el sistema y lo restituyen con un nuevo lenguaje, remixabililidad profunda y posthumanismo transdisciplinarias, convirtiéndose así en un importante movimiento «panafricano». La herida histórica es intervenida tecnológicamente.
Me interesa, en lo inmediato, el afrofuturismo en el Caribe. La nave madre, la Matriz, está en África. Y la última gran tecnología es la raza afrocaribeña.
A esto me dirigiré en el episodio 2.
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Elidio La Torre Lagares es poeta, ensayista y narrador. Ha publicado un libro de cuentos, Septiembre (Editorial Cultural, 2000), premiada por el Pen Club de Puerto Rico como uno de los mejores libros de ese año, y dos novelas también premiadas por la misma organización: Historia de un dios pequeño (Plaza Mayor, 2001) y Gracia (Oveja Negra, 2004). Además, ha publicado los siguientes poemarios: Embudo: poemas de fin de siglo (1994), Cuerpos sin sombras (Isla Negra Editores, 1998), Cáliz (2004). El éxito de su poesía se consolida con la publicación de Vicios de construcción (2008), libro que ha gozado del favor crítico y comercial.
En el 2007 recibió el galardón Gran Premio Nuevas Letras, otorgado por la Feria Internacional del Libro de Puerto Rico, y en marzo de 2008 recibió el Primer Premio de Poesía Julia de Burgos, auspiciado por la Fundación Nilita Vientós Gastón, por el libro Ensayo del vuelo.
En la actualidad es profesor de Literatura y Creación Literaria en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Ha colaborado con el periódico El Nuevo Día, La Jornada de México y es columnista de la revista de cultura hispanoamericana Otro Lunes.
twitter: @elidiolatorre