Solos. Autor y director Eduardo Pardo.
Reparto: Neher Jacqueline Briceño y Jorge Hernández
El encuentro de dos almas que viajan.
Una experiencia teatral en un black box es única. Vivir la expresividad del gesto, la dicción del actor y el significado de la historia en primer plano, te permite observar el relato en un lugar privilegiado que sólo se les concede al director cuando está lidiando el ensayo en un escenario. Esta modalidad, hoy muy en voga en Miami en el teatro hispano – que no quiere decir que no existiera antes- a raíz de la incursión del microtreatro, nos ofrece una ventaja singular en los inicios de este movimiento que ya empieza a hacer historia en esta ciudad.
Si encima, el vacío de este espacio hay que llenarlo con algo tan difícil de sostener como es la temática de la soledad de dos individuos, un hombre y una mujer, en busca de sí mismos: el reto y los riesgos son aún mayores durante una hora y cuarto.
En el escenario varias luces de papel, dos bancos separados, un teléfono, un reloj que marca siempre las 10.05, un cartel turístico y un lugar desconocido pero concreto: una estación de autobuses. A lo lejos entra un hombre que ocupa el área escénica; silba una canción y se sienta. Al rato una mujer “loca y amargada” según sus propias palabras – ocupa el mismo sitio que el protagonista ha dejado vacío. Gruñen, reniegan, y muestran su infelicidad. A partir de aquí, un duelo de realidades líricas se suceden entre los dos mientras el tiempo está detenido en busca de un autobús que tiene que llegar. Un diálogo cruelmente dulce y bien construido en imágenes y acciones irá ascendiendo con discreción y giros muy sutiles a lo largo de la obra.
Memorables hay muchas cosas. Empecemos como la mujer (Neher. J. Briceño) asume un papel bien interpretado de olvidada de sí misma en una vida donde, quizás, el único brío haya sido su infancia donde aprendió a ser costurera. Un par de maletas viejas almacenan su ropa, cabezales de hilo y unas galletas que comparte con quien, como ella -“…eres otro solitario”- complementan a su alter ego; esta escena, magistralmente interpretada por ambos,…sin ser muda, es un homenaje poético al mundo interior del personaje de Chaplin.
Jorge Hernández, el hombre, silba, tartamudea mientras conversa o discute, se enoja ante el rechazo, y transporta su melancolía y su particular luna de Valencia a puntos sostenidos y naturales. Puntos que sólo un buen actor puede llevar acabo con sus pausas medidas y una dosificación emocional dignas de un triste en un texto beckettiano basado en el teatro del absurdo, donde la esencia es la nada de dos nadies que tienen miedo a amar.
Algunos trozos textuales del autor y director venezolano Eduardo Pardo reflejan el tono naturalista de este drama con caricias inolvidables de humor en bastantes momentos
Ella: Al principio, en medio de la desconfianza entre los dos, cuando intentan acercarse con miedo, le responde “¿Me estás tuteando?“. En otro contexto se define a sí misma: “Estoy acostumbrada a que me digan loca…pero no amargada”. En un momento donde parece que el contacto coge el buen camino e intenta compadecerlo le espeta “A lo mejor huyes de ti”…. Pero en un lapso lúcido donde habla de su experiencia le contesta:”Sentirse sola, duele; estar solo te hace fuerte”.
El. Al inicio intentando cortejándola a su manera le dice “Yo no le exijo nada a nadie”. Más adelante una evidente e irónica sentencia sobre las relaciones humanas “No conozco a nadie que no conozca a otra persona”. En medio de la historia cuando parece que el desencanto pudiera irse y pudiesen ir por el mismo camino le contesta “Puedo vivir sin amor pero no sin cantar”.
Al final una hermosa despedida en boca de él: las últimas estrofas del bolero de Alma Mía de la mexicana María Grever que sumarizan todo: la nota melancólica de la obra y mi sentir humanista por ella.
…y a veces me pregunto que pasaría
si yo encontrara un alma, como la mía.
ER