Este es un libro dedicado “a los hombres del sesenta, por cuyas ideas mi generación puso el cuerpo”. En consonancia con esa fuerte huella objetiva, los poemas que lo integran eluden la titulación y se agrupan en secciones con el signo de la materia vulnerada (“Heridas”, “Erosión”), abandonada (“Soledad”), o transformada (“La varita del mago”). Un camino que parece llevar desde el daño físico al espiritual y desde allí al milagro (falso) del toque mágico que todo lo cambia en otra cosa, como si la materialidad sólo importara en cuanto trayecto inevitable. Vistos en el sendero que ordena el conjunto —la lectura de izquierda a derecha, de principio a final—, y que marca el “contenido” de la significación, son poemas que hablan de llanto y de búsqueda, de lo que “muere de inanición” y que “clava en la nada” porque todo semeja la pérdida y el otoño, donde lo real es vida que “va y va y va”, como los niños perdidos en el bosque o como la nostalgia del milagro. Mechados en el conjunto hay versos en bastardilla que parecen ordenar el sentido final de cada poema, y que, se nos alerta, pertenecen a Juan Gelman, como otra inconfundible señal de cuanto dice la dedicatoria de apertura y de cuanto cifra la página de cierre. Página en la que se ¿declara? que hemos leído “la historia de una separación”, aunque el secreto de esa varita de mago que da título al libro parece estar en otra parte, como la ecuyére que vuela para cerrarlo, no mágicamente, en la materia del aire.
Andrés Avellaneda
las heridas aun duelen pero más las ausencias
esos huecos presentes que donde tocás tiemblan
pasadas tantas luchas el cansancio me puede
me llega desde adentro se me inclina la lanza
yo sé que están los hijos cuidando mi caballo
yo sé pero hoy los huecos la sangre como llamas
los diálogos truncados y tanta mala pata
yo sé pero no nombren después de la batalla
después de tanto tiempo con el dolor en ancas
ay padre madre tierras después de tanto tanto
al fin voy a llorar
(después de la batalla)
él encapotó con su mano la cabeza de ella.
ella pensó que la cuidaba.
él pensó que debía cuidarse de una mirada así.
(llegada a la ciudad)
cielo casa en la luz tu música no dicha
horneros amarillos con nidos como fuegos
¿sabías Mozart que existen también desiertos húmedos?
que cascos corcoveantes marcan compases de la pampa
que hoy hubo una mirada con flecos como poncho
y aún me abriga en mi alero de pamperos deshecho
cielo amparo intemperie sostenida por Mozart
flotando como un rayo no te lleves
el único brasero que me queda
no dejes de mirarme
y tejerme con lanas de colores y crines
la bandera envolvente contra la soledad entera
contra toda muerte no dejes de tocar.
(mozart en la pampa húmeda)
sol edad es el tiempo que nos queda
soles que viajan solos rigiendo
en tristes centros sistemas planetarios
llamaradas de vos destruyen las voces
estallan la palabra y el encuentro
mientras la vida va y va y va.
(en soledad)
la varita del mago
bajo el spot azul el mago juega
vuela la ecuyére por la tropilla
en un giro le arrebata su galera
cerca el telón caída la varita
aún sonríe sus poderes en vela.
Los títulos que figuran al pie de algunos poemas corresponden a cuadros de Luis Felipe Noé.
Los versos en bastardilla corresponden a fragmentos de la obra de Juan Gelman.
© All rights reserved Andrés Avellaneda sobre la reseña
Andrés Avellaneda (1937-) es autor de El habla de la ideología. Réplicas literarias en la Argentina contemporánea, de Censura, autoritarismo y cultura. Argentina 1960-1983, y de artículos especializados en revistas académicas de Latinoamérica, Europa y los Estados Unidos. Ha enseñado literatura y estudios latinoamericanos en universidades de Argentina, Puerto Rico, Francia, España y los Estados Unidos.
Graciela Perosio, fotografía de Juan Pablo Hidalgo.