Incluyo en este cuaderno casos y cosas de la cotidianeidad que se han filtrado en mi propia intuición. Ya son entes que conviven en el imaginario que proyectan mis creaciones. Con este, mi quinto libro, lo que verdaderamente me estimula no es producir un alto número de publicaciones, sino desafiar el espíritu de indagación en algún ser que intercambie pareceres con la dispersa subjetividad que me define. Todo lo demás se lo dejo al lector, entidad que considero más significativa que el creador mismo. A él o a ella le dedico mi trabajo, acentuando la importancia del juicio de aquellos que se aventuran a leer con seriedad y entusiasmo.
Años luz atrás descubrí el duende de la escritura estampado en mi ínsula. Ahora, aún más consciente de ello, me consta que algunos críticos tratan de etiquetarme en el universo de la poesía. Otros insisten en que debo entregarme al de la narrativa. Admito que, aun sin proponérmelo, tengo la costumbre de convertir las vivencias en textos maliciosamente salpicados de literatura, pero en realidad me dedico a aventurar en más de un género.
He estructurado mi proyecto en cinco capítulos o acápites, cada uno de ellos precedido de un título concebido como sustantivo en singular. En conjunto, las secciones contienen unos 30 trabajos que, a diferencia de otras producciones, he querido llamar “ensayos”, siguiendo, aunque no fielmente, el modelo conversacional de Michel Eyquem de Montaigne [1533-1592]. [1]
Si alguien me inquiriera qué me ha motivado a lanzarme en la escritura de un libro de ensayos, traería a colación aquella anécdota de mis amigos recién llegados en una época ya lejana, que una vez me preguntaron: —¿En qué trabajas? — a lo que contesté: —Soy cajero—. —¿Cajero? Ño, qué suerte, compadre: la mayoría de nosotros tiene que bajar el lomo en una fábrica o en la ‘construcción’, y tú trabajando en un banco—. La respuesta no se hizo esperar: — ¿Banco? —dije; —No, hermano: trabajo en una fábrica… haciendo cajas”.
En efecto, he estado allí, en ese lugar que llamamos sorpresa o adaptación, hasta obtener, con sudor y perseverancia, el tan ansiado nivel de asimilada madurez y sensación de felicidad que llamo locus amoenus. El proceso no ha sido fácil. Sin embargo, no me lamento de haber encontrado rocas y espinas o de que “ellas” me hayan encontrado a mí. Quizás han sido mi mejor escuela.
En cuanto a formación académica, tuve excelentes maestros de primaria a secundaria que machacaban el léxico y la sintaxis con tesón. A nivel de universidad, me obligaron a leer o re-leer con ojo avispado las novelas y poemas clásicos, los textos tradicionales españoles y de la América Hispana, más el colosal número de inter-textualidades que conviven en la literatura universal.
En el adiestramiento universitario, dentro del preciado número de profesores que impartían sus enseñanzas, tuve dos maestras que sobresalieron ante mis ojos: las doctoras Diana Ramírez de Arellano y Florence Yudin. Ambas eran muy excéntricas, dedicadas casi exclusivamente a la poesía, y particularmente a la orientación de la inquietud creativa que mostrábamos algunos de sus alumnos. Fui uno de aquellos afortunados que, picados por el germen de la escritura, creamos o cofundamos talleres y tertulias de poesía dentro y fuera del recinto académico, en sus inicios, bajo la tutela de nuestras mentoras.
Merece mención, el doctor José Olivio Jiménez, profesor que inculcó en mí la importancia del concepto antología, cuaderno que hace las veces de escaparate donde se exhiben muestras de obras literarias, particularmente aquellas enmarcadas en el género poesía. Otro de los instructores que marcaron mi trayectoria como estudiante universitario, fue el doctor Reinaldo Sánchez, quien literalmente se mantenía alejado de todo lo que tenía que ver con lo poético. Recuerdo con cariño y admiración a la doctora Raquel Chang-Rodríguez. Es una ferviente entusiasta de la investigación historiográfica del acontecer de la América hispana, con énfasis en la producción narrativa durante la época colonial e independentista de sus nuevas repúblicas.[2] Debo incluir en esta lista especial al doctor Erik Camayd-Freixas, quien con su eficaz sistema de organización me acompañó en todo momento en la etapa culminante de la preparación y elaboración de mi tesis doctoral.
Agrego que en el entrenamiento académico, mi agenda fue saturada con la producción narrativa del “Boom Latinoamericano” por un lado y las teorías literarias de moda por el otro. Esto último fue unidad estructural en mis estudios de post grado y, obviamente, la travesía dejó vestigios indelebles en mi metodología, particularmente en el acercamiento a textos literarios. El saldo de estas y demás experiencias pedagógicas, tanto en la época de alumno como en mis años de instructor, se manifiesta en los trabajos.
Hubo más de una escuela teórica, divorcios entre ellas, huidas de iniciadores y seguidores a otras zonas geográficas, usualmente en busca de libertad. En sus postulados se registraron muchos errores; se mezcló en demasía la política y la ideología, particularidad que tuve que torear con pertinacia. Gracias a los rompimientos y éxodos de los intelectuales que crearon los axiomas preceptivos o modificaron estructuras fundamentales de las teorías en uso, el concepto “ideología” también se ha diversificado. De hecho, recuerdo que el conocido sociólogo Daniel Bell proclamó, hace ya décadas, el fin de la ideología, cuyos preceptos hermenéuticos en ocasiones se habían fundido con la maquinaria del “totalitarismo” como sistema guardián de la misma o viceversa. [2]
Por supuesto, la crítica literaria, actividad investigativa que cultivo, se ha quedado como componente esencial en la “Academia”; mas sus herramientas interpretativas y acercamientos fenomenológicos registraron cambios profundos, como también ha sucedido con las ideologías que las impulsaron. [4]
Ahora vemos que en las “arcas” de estudios filológicos, la “Academia” se encuentra en una encrucijada en su nueva faceta de desarrollo: la burocracia en departamentos académicos a veces no sabe qué hacer para enrolar un número suficiente de alumnos que les permita a los profesores continuar trabajando como docentes.
De ahí la idea de crear los “consorcios departamentales” que les permite a los centros compartir alumnos de diferentes ramas de estudio en una misma universidad, más con fines de mantener o justificar los salarios de los profesores que de enriquecer los conocimientos de los estudiantes. Quiérase o no, las causas son socio-económicas y al final de las batallas, tanto la educación como la cultura en general, han sufrido el impacto del deterioro y consiguiente relajamiento de los requisitos de entrada y la evaluación final.
El avance de la tecnología ha sido dramáticamente veloz, factor que también influye en sus avatares. La “globalización”, o en términos quizás más certeros “las globalizaciones”, han invadido las metodologías pedagógicas con propuestas más recientes y, con frecuencia, obviamente improvisadas. Entre los nuevos conceptos cuento la toma de consciencia racial, la diversidad de género o religión, y otras tendencias que alimentan ahora los currículos. Se ha tenido que acomodar, incorporar o modificar la creación de nuevas o casi nuevas teorías, no todas tan robustas como las que se desarrollaron a mitad del siglo pasado, y un tanto alejadas de las Humanidades, terreno al que pertenecían hasta hace poco.
Ya es un hecho que la intencionalidad de la misma, actualmente se erige en razones de percepción de la multiplicidad de abusos a miembros de la sociedad que muestran diferencias tipológicas y que son tradicionalmente marginados. Se condena en particular, a aquellos individuos, grupos o clanes cuyo arrastre psico-sociológico, poder político o monetario son abusivos. De mi parte, sin titubeo alguno, siempre estaré al lado de las víctimas. En principio, les doy mi apoyo en los textos y cedo mis contribuciones a las organizaciones que combaten la discriminación y el ninguneo. A la vez opino que los fundamentos de muchas de esas nuevas teorías que llaman a la comprensión, mientras incitan a la reprobación de actos abusivos, en muchos de los casos, persiguen un motivo político o económico.
Por esta razón, más de una de ellas no me acaban de convencer del todo como genuinas, en especial cuando los objetivos de departamentos de nuestras escuelas y universidades trazan agendas sociales rebosadas de discursos que están muy lejos de ser académicos. Las veo carentes de una robusta alineación estética cimentada en códigos deontológicos transparentes. Claro que esto no me impide estudiarlas. El instinto me recuerda constantemente el bagaje epistemológico que infundieron mis maestros, y personalmente me mantengo abierto a visitar, a analizar y aun discutir sus contextos, pues en definitiva, es a mí a quien le toca acomodarlos en la modalidad exegética.
Reincidiendo en el tema de las influencias, además de monseñor de Montaigne, a los familiarizados con un reducido número de autores que he leído, no les será difícil encontrar en mis textos la huella de Miguel de Cervantes, José Martí, Marcel Proust, Miguel de Unamuno, Ernesto Sábato, Julio Cortázar y, tardíamente quizás, pero no menos influyentes, de Jorge Luis Borges, Alejandra Pizarnik, y Ricardo Piglia. Son puntos de referencia. Los traigo a colación, no por pretender estar en sus zapatos, sino por mi intimidad con las respectivas normas de connotación y denotación en unos o el afán lúdico en la literatura y el arte en otros. Desde luego, si me sumerjo en el universo de los que menciono, como es mi costumbre, es necesario, casi obligatorio, respetar las distancias cronotópicas. A pesar de las referencias que anoto y los intertextos a que sutilmente alude mi discurso, no sería muy atinado que se me ubique, por ejemplo, en medio del período renacentista o se percibiera en mi discurso el control subliminal de la Inquisición. En otras palabras, aún sin quererlo, que no es mi caso, soy hijo de la bifurcación de los siglos XX y XXI.
A estas alturas, creo justo añadir que la alusión a los autores mencionados es válida, debido más que nada a determinados aspectos estilísticos. En éstos quizás se destaque mi insistencia en asumir la primera persona singular alternada con el “nosotros”, más la tendencia a inventarme alter egos que adquieren vida propia, incluso fuera de la escritura. Esto último, me ha traído con frecuencia, encontronazos con ciertos sujetos en casuales intercambios de tertulia —embates que a veces no logro evadir, aunque quisiera—. Tristemente, estos individuos no dan señales de descubrir —y mucho menos comprender— rasgos de carácter semiótico que son obvios aún para aquellos en que la lectura pausada y analítica no es rutina organizada.
En fin, compendiando las etapas de mi desarrollo escolástico, insisto en que una vida sin riesgos, particularmente los riesgos o peligros de la cultura, como bien decía mi padre, me resulta aburrida. Se deduce entonces, que aunque el auto-empuje fue el camino que tomé, conté con la ayuda de los que me asesoraron durante mis años de discípulo. Todos ellos supieron inculcarme el valor de la disciplina en la investigación y la referencia bibliográfica; forjaron en mí su incorporación en la conversación y en la escritura desde la perspectiva de lector y crítico. Por esta y muchas razones no ceso de recordarlos y agradecerles su valioso aporte.
En esa secuela de andanzas escabrosas nace el proyecto que ahora comparto. La transfiguración de mis hormigueos metafísicos y lances ontológicos, fraguados ya en los primeros tres libros de cuarentenas, se despliegan tenue pero firmemente, tanto en los temas como en la forma de abordarlos.
Nunca me ha interesado ganar premios, ni distinciones. Me impulsa más el deseo de escribir que el de vender el fruto de mis jornadas. Una visita a los textos, a cualquier texto, es siempre una puerta que se abre, otra oportunidad de conocernos o reconocernos, de encontrarnos o quizás re-encontrarnos. En el ámbito de estas páginas recopiladas con amor, franqueza y empatía, la gama es amplia. Por supuesto, sé que no todos se atreverán a escudriñar la pátina de mis destornilladas ocurrencias. Mas los pasajes están ahí, disponibles, esperando a los que unen la curiosidad con la audacia.
NOTAS AL PIE:
[1] Aunque por lo general la amplitud en intencionalidad y profundidad varíe, los trabajos que he recopilado de una forma u otra están enmarcados en el género literario que refleja el título. Son el producto de los diferentes matices epifánicos que generosamente me regala el trajín de la lectura. Los ensayistas que más he visitado, por fuerza serían Michael Montaigne, José Julián Martí Pérez, Miguel de Unamuno, Federico de Onís Sánchez, Amado Alonso, Ángel del Río, Pedro Henríquez Ureña, Jorge Mañach y Robato, Alfonso Reyes, Fernando Aínsa, George Orwell, George Steiner, Alejo Carpentier, Cintio Vitier, José Lezama Lima, Octavio Paz, Juan Goytisolo, Arturo Uslar Pietro, Mario Vargas Llosa, Elena Poniatowska, Carlos Fuentes, Gastón Baquero, Roberto Bolaño, Rafael Rojas y Liliana Weinberg.
[2] Por supuesto, debo mencionar mi familiaridad con los grandes ensayistas continentales que abordaron el tema “América como unidad”, acertado concepto creado por Carlos Ripoll, al referirse a las extensas ponderaciones de los ensayistas José Martí, Domingo Sarmiento, Andrés Bello, Juan Montalvo, Eugenio María de Hostos, Manuel González Prada, José Enrique Rodó, José Vasconcelos, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, y Graciela Maturo.
[3] Sin restarles mérito a los que no menciono, la larga lista de intelectuales que se entroncan con algunas de las teorías de interpretación literaria, incluye a Mikhail Bakhtin, Jacques Derrida, Roman Jakobson, Herman Northrop Frye, György Lukács, Terry Eagleton, Roland Barthes, Julia Kristeva, Jean-François Lyotard, Jean Paul Ricœur, Tzvetan Todorov, Walter Benjamín y Umberto Eco.
[4] Ya sea por asignaciones, pura investigación o simplemente curiosidad, visité repetidas veces los planteamientos de un pequeño grupo de pensadores destacados del siglo XX. De alguna manera éstos contribuyeron con ideas muy específicas a poblar el espacio disponible en mi forma de pensar. Busqué en ellos respuestas a mis propias inquisiciones, me acompañaron en aventuras metafísicas, concepciones escatológicas y espirituales, definiciones ontológicas o existencialistas y, por supuesto, contribuyeron al desarrollo progresivo de mis métodos de acercamiento a los textos. Puedo mencionar unos cuantos: Jürgen Habermas, Michel Foucault, Simone de Beauvoir, Karl Popper, Sigmund Freud, Jean Paul Sastre, Hebert Marcuse, Theodor Adorno, Jacques Lacan, Ludwing Wittgenstein, Francisco Ginés de los Ríos, José Ortega y Gasset, Bertrand Russell, Martin Heidegger, Edmund Husserl, Ferdinand de Saussure, María Zambrano, Julián Marías, José Saramago. Otros más recientes, serían Martha Nussbaum, Alain Badious, Gayatri Spivak, Yuval Noah Harare, Judith Butler, Kwame Anthony Appiah, John Searle, Bruno Latoour, y Charles Margrave Taylor.
© All rights reserved Héctor Manuel Gutiérrez.
Héctor Manuel Gutiérrez ha realizado trabajos de investigación periodística y contribuido con poemas, ensayos, cuentos y prosa poética para Latin Beat Magazine, Latino Stuff Review, Nagari, Poetas y Escritores Miami, Signum Nous, Suburbano, Eka Magazine, Insularis Magazine, Linden Lane Magazine y Nomenclatura, de la Universidad de Kentucky. Ha sido reportero independiente para los servicios de “Enfoque Nacional”, “Panorama Hispano,” “Latin American News Service” y “Latino USA” en la cadena difusora Radio Pública Nacional [NPR]. Cursó estudios de lenguas romances y música en City University of New York [CUNY]. Obtuvo su maestría en español y doctorado en filosofía y letras de la Universidad Internacional de la Florida [FIU]. Es miembro de National Collegiate Hispanic Honor Society [Sigma Delta Pi], Modern Language Association [MLA], y Florida Foreign Language Association [FFLA]. Creador de un sub-género literario que llama cuarentenas, es autor de los libros CUARENTENAS, Authorhouse, marzo de 2011, CUARENTENAS: SEGUNDA EDICIÓN, agosto de 2015, CUANDO EL VIENTO ES AMIGO, iUniverse, abril del 2019, DOSSIER HOMENAJE A LILLIAM MORO, Editorial Dos Islas, 2020 y DE AUTORÍA: ENSAYOS AL REVERSO, Editorial Dos Islas, 2022. Les da los toques finales a dos próximos libros, ENCUENTROS A LA CARTA: ENTREVISTAS EN CIERNES y LA UTOPÍA INTERIOR, estudio analítico de la ensayística de Ernesto Sábato.