A LADO y lado del arcén, como esparcidos,
los deseos en el paisaje
cambiante del automóvil que viaja
—pero el paisaje de adentro cambia aun más todavía—,
se lanzan, como desde una alta torre,
promesas de «un día volveré».
Pasan como rasguños por el aire en movimiento
desde un automóvil que no registra la conciencia
pero cuyo viaje aún perdura en ella.
Acolchada la conciencia con la promesa
de «mañana será,
volveré por los esparcidos,
y de seguro hablarán entonces también,
de mí, de mi paisaje»,
como si el viaje de regreso fuera un viaje aparte.
(como detritos de un crucifijo salvado por las olas)
NO PUDO la noche quemar
la cerilla de las buenas copas, los buenos tragos
pero de la vida diurna arrasó con todo
–depuso la salma de un cuerpo en pie
con gesto de sonrisa tibia,
como de alguien que va al trabajo porque toca–;
no la noche, sino la mano nocturna imprevista
de una ley opaca que a veces cala
en la madera equivocada;
no pudo la noche quemar la noche,
aunque perduran aún las pavesas;
incandescente alumbra la cerilla
de las celebraciones
para alimentar la eternidad de una sola tarde.
(non per sola vanità)
«¿Pero quién, en usual ocasión,
verá sucesivos incendios en una misma calle?»
Ida Vitale
ESCRIBO con mi lámpara
frente a la oscuridad del mundo
para que el canto permanezca.
Todo era un espejismo:
vivir, pensar, huir
eran un mismo trazo.
Algo rompe los cristales del mundo
y sus anchas orillas traen intemperie,
la insidiosa ventana que pone distancia
entre la mano que escribe y el mar de fondo
Bajo los huracanes de la noche
como un río que comienza a pasar
tras la tormenta,
una mano se abre camino
a través del papel
y la boca que escribe.
A tientas,
más allá del fondo de la neblina,
esa mano que escribe
escribe sin saber que sabe
lo que ahora sabe,
como follaje inscrito dentro de la llama.
Escribe
con las alas nocturnas
de quien conoce la caída
y sin embargo mira
hacia remotos aeropuertos.
Más cerca de la patria que la espera
que del paisaje al que se debe,
esa mano escribe en la noche
a sabiendas de que la noche corre
hacia los altos aires del deseo.
(entre los arrecifes de la noche)
© All rights reserved Juan Pablo Roa Delgado
Juan Pablo Roa Delgado (Bogotá, Colombia, 1967). Tras un viaje por Portugal e Italia (1993-1997), se estableció en Barcelona (España) en el año 2000, donde trabaja como editor. Ha publicado los libros de poesía Ícaro, (Bogotá, 1989), Canción para la espera (Bogotá, 1993), El basilisco (México, 2007) Existe algún lugar en donde nadie (Palma de Mallorca, 2011; Zaragoza, 2017) por el que obtuvo en 2010 el XXXV premio de poesía Vila de Martorell, y Cuaderno del Sur. Ha traducido obras de las poetas italianas Amelia Rosselli (Poesías, Montblanc, 2004), Ana Maria Giancarli (Arqueología del presente, Madrid, 2013) y Antonella Anedda (Desde el balcón del cuerpo, Madrid, 2014). Es fundador y director de Animal Sospechoso (librería y editorial especializadas en poesía) y de la de la revista anual de poesía animal sospechoso (junto con Roberta Raffetto) de Barcelona.
Asimismo, trabajó con Nicanor Vélez Ortiz en la Colección de Poesía y en la de Obras Completas del sello Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg de Barcelona entre 2001 y 2010.