Del laureado dramaturgo cubano Nilo Cruz (Hurricane, Beauty of the Father, Lorca in a Green Dress, Anna in the tropics…) se ha representando en el Main Street Playhouse de Miami Lakes A Bicycle Country (1999) escrita y dirigida por John Olivera “A partir de las nuevas relaciones entre Cuba y EE.UU, esta historia es más importante que nunca, no porque hable solo de los “balseros” sino porque nos cuenta la historia de innumerables hombres y mujeres que han llegado a este país a riesgo de sus vidas para alcanzar la libertad y una mejor vida”.
Estructurada en dos actos (Tierra (I) y Agua (2)) bien diferenciados a partir de la utilización de los cuatro elementos básicos de la Naturaleza (el Fuego y el Aire aparecen intercalados en el segundo) intenta emular la misma composición orgánica entre los distintos sentimientos y emociones que nos transfieren los personajes.
Ubicada antes de la intervención de EE.UU en el tema de los balseros, y una vez la antigua URSS abandona a la isla para dejar que la influencia china inunde el país de bicicletas, la historia nos cuenta la vida de Julio (Michael Fernández), Pepe (Luís Acosta) e Inés (Michelle Antelo) que emprenden su huida hacia EE.UU en pos de mejorar sus vidas a través de los sueños que llevan en su interior. El primer acto narra la historia de amor que se engendra entre los tres a través de un discapacidad temporal que padece Julio. Y un segundo, el cual, desde una balsa, saldrán a flote -nunca mejor dicho- sus quimeras y espejismos sobres sus vidas.
Un país donde, no solo las ruedas de una bicicleta sirven para transportar a los individuos en sus viajes, sino que “las gomas”… que dicen los cubanos, también arrastran en su silla de ruedas a Julio al principio. E incluso, las de un camión completo sin uso, servirán para sostenerse en una balsa antes de llegar a las costas de EE.UU. Metáfora en todo el contexto de la pieza para evidenciar esta famosa frase de la gente de la Isla que tanto estigmatiza su manera de ser: “pa’ lante”. Adverbio, este último, que caracteriza en sí toda la obra desde su inicio y que, hacia el final, alcanzará su máxima expresión a través de las alucinaciones que se crean en ellos por la falta de esperanza en medio del Atlántico.
Regida con sobriedad y equilibrio por Olivera, el director controla en todo momento el histrionismo que podría suponer la propia tragicomedia de tinte caribeño. Este punto permite que los actores saquen lo mejor de sí en sus registros. Tengo que destacar, casi sin palabras por la mimesis y la naturalidad que le da a la interpretación, el personaje de Julio investido de paralítico por Michael Fernández.
Será en el segundo acto donde Luís y Michelle, a partir de dos monólogos sobre sus delirios, alcanzarán su momento actoral. Pepe nos hace llorar cuando, bajo la alucinación, dialogará con el mar: You are not going to make me lose my head. I’m not sentimental. I’m not. I’m like a fish. Scales. Sharp bones. You never see a fish cry. Why cry when fish live in the water. O Inés, junto al sonido de un crucero, nos da una lección frente al espejo de la polvera maquillándose, antes de desaparecer entre las aguas. Un recordatorio hacia la madre, relaciona su situación infantil con la que vive en aquel momento Oh if she could peek from the sky and see that I’m finally getting somewhere¡. She used to say, Ines has butterflies in her head.
Obra llena de un dolor afable y, a la vez, sentido en sus personajes. Como si el agua de una tormenta batiera en tu propia piel el rumor de su extravíos. Incluso, no siendo el espectador de Cuba, aparece una huella de comprensión y solidaridad en uno ante lo escenificado. Nilo Cruz juega con la ambigüedad en muchos momentos del texto y sobre todo desde una poética ligada al sueño y la desesperanza de aquella odisea. Para concluir, una interpretación sensible y equilibrada de su elenco bajo la dirección de Olivera en aquel espacio tan acogedor del Main Street Playhouse, ayuda a que el mensaje enigmático y abierto del final sea pueda “leer” mejor ante la duda. ER