El pasado mes de noviembre dentro del marco de la Miami Book Fair, tuvimos la oportunidad de entrevistar al escritor Cristian Alarcón, ganador del premio Alfaguara 2022 con su novela El tercer paraíso.
Conversamos en la cafetería del PAMM (Pérez Art Museum), sobre su novela, disidencias, migración, ficción y no ficción.
Cristian Alarcón Casanova (La Unión, 1970) es un escritor y periodista chileno que reside en Argentina. Es licenciado en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata. Es codirector de la Maestría en Periodismo Narrativo de la UNSAM (Universidad Nacional de General San Martín). Es fundador y director de Anfibia, revista digital de crónicas y ensayos narrativos editada por la UNSAM, y de Cosecha Roja, la Red Latinoamericana de Periodismo Judicial. Desde comienzos de los años 1990 se dedicó al periodismo de investigación y a la escritura de crónicas. El tercer paraíso (Premio Alfaguara 2022) es su primera novela.
Omar Villasana: Muchas gracias Cristian por el tiempo. Yo sé que estos viajes son un poquito pesados con la agenda, siempre bastante apretada y tener una entrevista tras otra es un ejercicio, algo agotador. Pero creo que este escenario incluso viene muy a tono con tu libro que aborda este tema del paraíso y rodeados de toda esta vegetación.
De hecho, a mi me llama la atención que se recurra a esta imagen del jardín como una construcción del paraíso. Tenemos una tradición ya muy rica, para empezar con la Biblia. No sé si esto fue una cuestión consciente, este tipo de tradición que existe sobre la construcción de un paraíso o fue casual.
Cristian Alarcón: No, fue un descubrimiento producto de las lecturas sobre botánica, a partir de la descripción que hace Gilles Clément, el jardinero francés que dirige la Escuela de jardinería del Palacio de Versalles, cuando se remonta al significado de la palabra paraíso como un cercado construido para la protección de lo primero que atesoró el humano en las primeras comunidades, sus sembradíos y sus animales. Esa idea del cerco que se engarzaba al cerco que yo mismo había encargado para un espacio delimitado perfectamente como un rectángulo muy masculino, en el que siempre los primeros bulbos de las dalias, que son casi lo único absolutamente real de esta novela de ficción que es el tercer paraíso.
La idea de la construcción de un paraíso propio que escapa de las lógicas binarias del infierno y el paraíso propuestas por lo cristiano católico.
La idea de la persecución de una felicidad que no es el cliché de la perfección, sino la absoluta imperfección de vidas sitiadas por el caos de lo contemporáneo.
La búsqueda incesante de momentos y de instantes de plenitud de mi propia generación a través de la música, el baile, las drogas, los vínculos, los viajes, las múltiples maneras en que unos y otros hemos intentado la construcción de paraísos propios.
OV: Sí, de hecho hay una frase en tu novela que a mí me llamó mucho la atención, que está ahí flotando y que dice en un momento: el paraíso no existe porque no lo deseamos.
¿Qué hay acerca de este deseo, o de esta falta de deseo de un paraíso? ¿Es una cuestión que como humanidad no la estamos deseando? Porque un paraíso podría ser hasta una distopia.
CA: Yo creo que tiene más que ver con la idea de un deseo que no es solamente el de la belleza y la felicidad. Un deseo que nos lleva más allá de los objetivos, que es la construcción de un ideal capitalista de éxito que nos puede ofrecer como alternativas de futuro. ¿No? La concreción de la propiedad, la concreción de la pareja, la concreción de la paternidad, la concreción del viaje a Europa, la concreción de el jardín que florece todas las primaveras o de la concreción del auto cero kilómetro o la concreción de la carrera. ¿No? de aquellos logros que la generación de nuestros padres deseó para nosotros y que supuestamente deberíamos desear nosotros y nosotras para nuestros hijos y nuestros hijos para nuestros nietos. Es un momento de transición el que vivimos hacia múltiples escenarios posibles y los escenarios dejan de parecerse a lo que conocimos. Nuestros hijos no necesariamente tienen que ir a la universidad para ser exitosos o para conseguir lo que quieren. La velocidad y el vértigo no necesariamente son lo más excitante de lo contemporáneo. La lentitud, la distancia de la ciudad, la búsqueda de lo campestre versus lo citadino un regresar a otro modo de administración de los tiempos. Nos plantean escenarios novedosos. La gestación de comunidades, en donde no solamente las identidades sexuales sino también las identidades culturales y territoriales no responden a los cánones de lo preestablecido. La manera en que nos sustraemos, digamos, a la tentación de encajar en el molde. Y no sólo aquellos que hicimos un camino temprano hacia las disidencias, sino también personas que al cabo de su vida o en el medio de su adultez, deciden dar timónazos sobre sus producciones y sobre el lugar que ocupan en el mundo. Son gente que decide dejar la ciudad, gente que decide abandonar el pueblo, que decide invertir lo último que tiene en ese viaje que nunca hizo o en el bar que o el chiringuito que nunca puso.
OV: De hecho, hablando de estas disidencias que mencionas, bueno, no sé si llamarla disidencia, pero obviamente la sociedad la ha hecho disidente: La sexualidad, que el personaje asume sin ninguna culpa, como debe de ser, en su condición homosexual. Pero al punto al que quiero llegar y la pregunta que deseo plantear es que a mí me parece que tú usas la ciencia como un planteamiento donde esa disidencia está presente desde antes y el cuestionamiento de la sexualidad a partir de las plantas, de las flores, como tal. En toda esta narración que tú haces entre Clément, Linneo y Humboldt que sabemos que ademas era homosexual…
CA: … y era un follador inmenso, imparable …
OV: que además en Latinoamérica nos dejó una huella profunda.
CA: Sí, la disidencia para mí fue indistinguible, digamos, en mi propia trayectoria vital, hasta que no conocí la teoría queer de la mano de un novio que tuve muy, muy joven. Mi primer pareja, digamos, a los 25 años. Un filósofo contemporáneo que quizás haya sido el primer traductor de Judith Butler en América Latina.
Y la cercanía con las feministas, que hoy son las pioneras del feminismo que llevó a la Argentina a la ley de aborto legal y gratuito.
La disidencia, en términos de una posición más allá de la identidad sexual, fue incluso anterior, porque siempre me tocó como niño exiliado o migrante en plena dictadura chilena, como niño pulcro y nerd y ñoño en medio de varones hiper masculinos y desinteresados por el arte o la literatura. Como joven delicado entre machos peronistas, hay una cierta disidencia que viene con uno y que se va construyendo con el tiempo hasta llegar a determinados niveles de conciencia.
Y la botánica como un modo de la disidencia, era algo que no me lo esperaba. El descubrimiento de una genealogía que me hacía viajar y fantasear sobre la relación entre Linneo y los efebos que enviaba en cada uno de los barcos de las compañías de las Indias Orientales, desde los puertos europeos a todas las colonias del mundo, para traerle a sus manos los herbarios con los vegetales y las flores y los frutos desconocidos para Europa desde cada rincón, que todavía me me imagino como un modo de intercambio libidinal y no solamente como compromisos científicos entre ellos y él y sus mecenas, que lo solventan en pos de que le construyera sus propios jardines.
El espacio de la construcción del jardín como una coartada lúbrica y poética para algo mucho más crudo y carnal ha dado el ardor como libro el de Nabokov, como quizás también ese modo de hablar de la naturaleza para hablar del amor y del ímpetu de lo corporal.
Las disidencias han sido para mí, digamos, un modo de habitar el mundo. Pero luego yo me dediqué con mucha fruición a la construcción de lo mío, más allá de incluso esas categorías. Y en el caso de la novela, la habita sin gran estruendo. Están al servicio de una narrativa que no trata de construirse como distinta por el mero hecho de que el protagonista de la historia es un niño marica, hormonado, intervenido, coartado, que tiene su iniciación en medio de un pasillo construido por los jabalíes que bajan a robar comida a las casas campesinas del sur.
Y así la llevo. No, no habito el mundo de lo LGTBQ con el fanatismo de muchos otros de mi generación. No siento que deba transitar esa cultura para ser disidente. La ejerzo de un modo mucho más anfibio, mucho más transfronterizo, mucho más híbrido, en mis contiendas con lo cultural y lo político que tienen que ver con la literatura, con el periodismo, con la política y no necesariamente con las identidades.
OV: Hay dos líneas temporales que me resultan muy interesantes. Una es la actual, donde se vivió la pandemia. Y la otra es la caída del régimen de Salvador Allende. Y, sin embargo, con excepción de la de la parte en la cual el protagonista experimenta en carne propia el cobijo, no hay nada de los horrores que vivimos recientemente y sin embargo, sí se ve palpable los horrores de la caída del régimen de Salvador Allende ¿nos podrías hablar al respecto? está como situación en la cual se ve aislado.
CA: Podría haber sido cualquier otro motor que lo aislara. No, no es tan importante para esta novela la pandemia Sí, porque es sumamente aburrido hablar de esto que nos pasó, que podemos hablar a veces personalmente como forma de poner un tema en común, como que quien habla de una serie que todos vimos.
OV: ¿Será porque está muy próxima también a nosotros?
CA: Puede ser. No sé, pero creo que no hay cosa más aburrida que rememorar lo que nos ha pasado con la pandemia en términos de su ferocidad.
Te lo dice alguien que la pasó muy mal y es duro pensar en las víctimas del virus. Es duro pensar en las políticas sanitarias, Es duro pensar en como el mundo se dividió entre los poderosos con vacunas y los pobres sin vacunas. Pero no veo que sea un tema literario aún.
Es probable que esto ocurra. Tampoco lo veo como un tema en el arte. No lo he percibido aún, pero quizás le pase a otros lo mismo que me pasó a mí, que es que intenté evitar de todos los modos posibles que mi libro sea un libro pandémico, pero ya está presente porque posibilita la coartada que le permite al narrador encerrarse y conectarse con la naturaleza, no al revés, pero no con la idea de dar testimonio de aquello que ocurrió con nosotros por efecto del virus. Y lo del golpe, en algún sentido se parece porque sí está presente en la novela, pero es apenas de los 150 o 70 capítulos. Apenas uno o dos registran ese momento el momento en el que la familia campesina proletaria y socialista, se entera de que el golpe ha caído sobre todo Chile y que ha muerto Salvador Allende. Pero es más importante en ese capítulo que el personaje de Elías esa mañana deja la fábrica y pasa con su hijo, uno de sus hijos menores, a las 11:00, por el bar de la madre Adana, a tomarse una caña de vino blanco al seco para soportar el embate de lo que estaba ocurriendo y llegar a la casa ya colocado.
He decidido no apelar al dramatismo de la historia para llevar esa línea temporal a la novela, era una tentación hablar de la pandemia o hablar del golpe de Estado, pero decidí evitarlo para no entrar en el cliché de ese melodrama de la memoria, digamos, sobre el que está construida gran parte de la narrativa latinoamericana.
OV: Hay una cuestión que me parece un poco más recurrente y es la violencia intrafamiliar, a pesar de estar viviendo en el paraíso y en algún momento hay un rompimiento afortunado por parte del protagonista de ese ciclo destructivo y la aceptación inclusive de esa violencia, porque son tus padres, son tus abuelos, es gente que quieres, que a veces como que todos pensamos en una idea de una familia de Facebook, nada más están las fotos de la Navidad, del año nuevo en que no pasa nada en nuestras familias.
CA: Ha sido muy difícil para quienes me han entrevistado a lo largo de estos meses, hablar de la violencia de las madres. Entiendo que porque la mayoría de los periodistas que me entrevistaron son de una generación muy cercana a la mía, de uno u otro modo, pasaron por allí. Mucho se ha hablado sobre la cuestión de los jardines, sobre la cuestión de la pandemia o sobre la cuestión histórica. Pero esa madre monstruosa que no puede evitar reproducir la violencia que sobre ella se ejerció sobre el niño disidente, ha quedado lejos de las preguntas y de los relatos y de las reseñas.
Creo que es absolutamente normal, porque no debe haber un tema más tabú que el de la madre imposible porque lo dice el protagonista de esta novela: Todos necesitamos una madre posible. Es como hablar de la muerte. No podemos vivir sabiendo que nos vamos a morir. Obviamente no podemos construir una afectividad si no somos capaces de querer a nuestras madres, por más monstruosas que hayan sido. Pero yo decidí llevar adelante la narrativa de estas violencias más allá de la propia historia de mi familia, y recrearlas y construirlas como mujeres universales y profundamente latinoamericanas.
Porque al mismo tiempo que son objeto de la violencia machista, son sujetos de la violencia machista, en tanto se ven obligadas a ejercerla para construir fortaleza en los más débiles de su propia familia, como una inoculación de un virus mucho más letal y persistente que el del COVID. El virus de la violencia como un modo de fortalecimiento y de gestión de los afectos. No sé si eso se ha cortado, o se puede cortar. Creo que los feminismos han hecho una tarea inmensa, pero que todavía no llegan a esos niveles de cuestionamiento.
OV: Si, es que creo que no queremos mirar al espejo, ese huir, no sirve de nada. Como lo mencionas ahora tú, el no enfrascarse en un activismo. Porque cuando uno empieza a verse a sí mismo y reconoce lo que el espejo nos refleja, que nos desagrada, sentimos que a veces no podemos defender una causa que es justa, a pesar de lo que sucede.
CA: Es que nos vemos tentados a encarnar la posición de las víctimas y la victimización. La victimización era un riesgo enorme de la trama de esta novela, porque podía construirse en torno a las protagonistas, mujeres que atraviesan gran parte de la primera y la segunda, las primeras tres partes de la novela o de ese niño sobre el que luego caen todas las violencias.
Ni ellas están encarnadas como víctimas, ni el niño está encarnado como víctima.
Porque en el niño hay una búsqueda y una conciencia de otro orden, que lo lleva incluso a una temprana iniciación sexual por fuera de toda la lógica represiva que lo condicionaba.
Ahí hay algo esencialmente erótico, digamos, en su relación con el mundo, que está sustrayendo, sí, a la posibilidad del resentimiento.
OV: Erótico y sensual en toda esta narrativa. De hecho, arrancas muy fuerte con este lirismo del primer capítulo y se va decantando a lo largo de toda la novela.
No solo el erotismo, la sensualidad con las flores, con las relaciones, con lo que las personas están experimentando en ese momento inclusive en esta región de Daglipulli.
CA: Sí, sí. Hay una concentración en un nivel exacerbada en los pliegues, digamos, del lado del objeto, flor del objeto o del sujeto, planta de de la humanización de lo vegetal y de lo climático. Hay allí como un regodeo que puede llegar a cierta sensualidad, como vos decís, pero también un enorme esfuerzo por el desapego y no el desapego, digamos, de lo barroco, el desapego de una tradición literaria realista mágica, el desapego de la posibilidad de caer en un modo de decirnos más cercano, a los maestros del Boom que a una narrativa contemporánea. Hay una conciencia del narrador de que no es ese el lugar que quiere habitar, un modo de decir que es misterio. Sigue siendo misterioso el modo en que nos forjamos humanamente los latinoamericanos, pero que eso no está dado solo por la singularidad, de nuestras historias familiares, sino por la enorme crudeza con la que somos forjados. Hay crudeza en nuestra génesis, no magia. La magia ya no está presente.
Si acaso existió o es que alguna vez existió y ya no está presente, porque sabemos y tenemos la certeza de que no hay futuro, porque el futuro nos lo robaron desde los 90 en adelante hasta llegar al punto en el que el escenario sea el de la extinción y no el de la vida futura. Entonces, las búsquedas son búsquedas mucho más presentes y existenciales que antes.
OV: ¿Qué oportunidades nos ofrece la migración? Porque en el personaje hay dos migraciones forzadas una por la enfermedad y otra por la situación política ante el descubrimiento o la solución inclusive de esta violencia que se vive, ¿no?
CA: Sí, yo creo que es cuando me redescubro migrante y no exiliado. Me fortalezco. Primero porque dejo de pertenecer a un colectivo en extinción que es el del exiliado latinoamericano. Excepto por los casos, digamos, de los autoritarismos de izquierda que producen expulsiones, como es el caso de Cuba, de Nicaragua. La cantidad de colegas que de Nicaragua han tenido que dejar sus casas para poder trabajar haciendo periodismo desde Costa Rica u otros países, o el caso de los cubanos que no pueden ya, como en el caso de la mayoría de los grandes cronistas que viven todos en otras ciudades. Muchos venezolanos también. Pero tal como conocimos el exilio, que era producto de la huida ante la certeza de la tortura y la muerte, estamos en una situación distinta. Lo que me resulta más interesante es la condición migrante de media humanidad y cómo eso, que era extraordinario, ahora no tiene nada de extraordinario. Porque lo que constituye el modo en que el capitalismo se alimenta para poder llevar adelante no sólo las tareas más esforzadas y mal pagadas de las economías imperiales, sino porque la lógica del mundo es una lógica de hibridez cultural que implica la migración como herramienta fundamental de la construcción de un escenario posible de estado, de economía y de sociedad.
Y porque culturalmente la interseccionalidad, en términos de cómo estamos siendo intervenidos permanentemente y deconstruidos en algunos casos por la cuestión del género, la raza y la clase. Ya no se trata solamente de una teoría elaborada por las teóricas feministas, sino de algo que experimentamos en el cotidiano.
Estas conciencias renovadas vuelven a la migración, un escenario que no entra en los cánones de la OIM y de Naciones Unidas, ni de las ONG que se dedican a acompañar los procesos migratorios. La migración excede completamente la posibilidad incluso de estudio académico, porque produce escenas de transformación tan veloces, tan vertiginosas, que son inasibles. De modo que como migrante me siento más cómodo porque vivo en esa tierra, en ese devenir migrante. Tal es así que me atrevo, después de 45 años en Argentina y de haber vivido temporadas en Colombia, pero de recorrer permanentemente América Latina, me atrevo a pensar en volver a Chile y me vuelvo a sentir migrante. Pero ahora, como argentino, en mi propia patria, como aquel niño al que el bullying lo perseguía porque hablaba delicado y en chileno es ahora un señor que intenta comprender las lógicas culturales de un país que es el propio, pero que por momentos le resulta ajeno y que es para los demás también un bicho raro, muy difícil de soportar.
OV: En tu oficio como escritor eres un cronista consumado. Me parece que eso también lo encontramos de una manera muy sabrosa en la novela. Pero hay una parte que además es un poco cómica y trágica a la vez. Cuando el niño descubre la a diferencia entre ficción y no ficción.
CA: Cuando patea el arco de fútbol y cree que ha hecho un gol y todos le caen encima para pegarle y ha hecho un gol en contra. (Jajaja)
OV: (Jajaj) Y aquí está la pregunta. Entonces ¿la ficción es el mundo que deseamos y la no ficción es la realidad que nos golpea?
CA: Es una buena hipótesis, para empezar. El deseo es siempre ficción, porque no está concretado. Lo que es realidad es la gestión del deseo. Todo lo que hacemos para concretarlo y ya empieza a dejar de ser interesante cuando se vuelve demasiado costoso.
Por eso la magia de los encuentros fortuitos. Por eso el amor a primera vista, a pesar de la deconstrucción del amor romántico, sigue siendo posible. Por eso sigue ocurriendo. Porque hay algo de lo incierto que se vuelve cierto en un instante, ¿no? De modo que, por qué no pensar que las ficcion es lo que deseamos y lo que sabemos es la no ficción. Quizás por eso me cueste tanto ir a mis archivos y arremeter con los libros inconclusos. Porque ya sé lo que dicen y me resulta tanto más misterioso no saber lo que harán los personajes que invento o que inventaré en los próximos años.
OV: Pues para finalizar, Cristian, muchas gracias por tu tiempo. Y esta es una pregunta que le hago a los escritores que visitan esta ciudad. ¿Tú ya conocías Miami? Y bueno, ¿cuál es la impresión o qué es lo que se queda en ti de Miami?
CA: Vine a Miami gracias a la tozudez de una amiga mía, la querida y gran periodista de policiales, Silvina Tamous, directora del diario El Ciudadano de Rosario, con quien tuve muchas aventuras periodísticas y otros viajes.
Veníamos juntos a un encuentro organizado por el departamento del Centro de Estudios Latinoamericanos de Austin. Yo quería ir a Nueva York y ella decía que hacía demasiado frío y no la pude convencer y negocie por New Orleans vs. Miami. Yo a New Orleans ya había ido, me fascinaba Miami y tenía todos los prejuicios de un argentino de clase media, intelectual, franco fílica, que si no va a París me parece que tiene que ir a Nueva York y que consideraba que Miami solo era destino de lavadores de dinero y y nuevos ricos con departamentos frente al mar. Cuando llegué a Miami, la ciudad me dio primero una cachetada emocionante y luego me sedujo. En una semana que estuvo llena de descubrimientos entre el arte, lo callejero, el paisaje, la combinación entre paisaje y urbe, la convivencia del mar con la vegetación y la arquitectura.
Hay algo de Miami que me fascinó. Por lo tanto, cuando este fin de año, después de un estrés lógico, después de 18 vuelos de 32 vuelos en cinco o seis meses, tuve que bajar la gira y luego me recuperé y pensamos que viaje era el que quería rescatar de los suspendidos. Miami fue el campeón.
OV: Miami es una ficción entonces o fue una ficción.
CA: ¿Porqué fue una ficción? Porque es una ficción muy contemporánea. Tuve la oportunidad y el privilegio de ir acompañado por Juan Carlos Saldívar, un artista maravilloso que vive aquí, el sábado a conocer Magic City. Este nuevo barrio a punto o en pleno inicio de su proceso de gentrificación, que va a competir pronto con el Art District, con Wynwood y visitar una galería conducida por una curadora dominicana y luego otra galería mucho más grande donde habían 500 personas brindando y comiendo por un espacio de experimentación artística que se inicia y que va a ser uno de los que va a marcar esa zona de la ciudad.
Veía los viejos talleres, las viejas fábricas, los negocios que antes pertenecieron a la comunidad negra de la zona y el inicio de una transformación detrás de la cual hay una inversión inmobiliaria millonaria. Al mismo tiempo, la toxicidad de los procesos de desarrollo inmobiliario en los que se nota la marca de un capitalismo financiero que debe acudir a las ciudades como Miami, para poder convertir esa belleza en capital, reproducir el capital y refugiar el capital a través de este caso en el arte. No tengo una mirada prejuiciosa sobre esta posibilidad que abre una escena como esta. Me da muchísima curiosidad, saber cómo se producen esos movimientos y no dejo de aprender en esta ciudad. No dejo de aprender porque descubro estas transformaciones, porque descubro gente que me resulta interesante. Porque es tan latina que me parece fascinante en su latinidad y porque también puedo visitar muestras y ver imágenes y sentirme implicado y provocado por artistas que de otro modo no conocería, ni siquiera visitando ciudades donde es más consagratorio el arte como Nueva York o París.
OV: Muchas gracias Cristian, nuevamente.
CA: Gracias.
© All rights reserved Omar Villasana Cardoza
Omar Villasana Cardoza (La Paz, Baja California Sur, México 1972) Ingeniero, poeta y editor.
Editor general y cofundador de nagarimagazine.com, fundador del sello editorial katakana editores. Poemas, cuentos y ensayos suyos se han publicado en diversos medios. Ha publicado el poemario Árbol de tu olvido (Ediciones Baquiana 2017).
twitter @arboldetuolvido