(Texto de presentación al libro Espejos Urbanos de Sergio Castiglione, en la Feria internacional del Libro de Miami, 2015.)
La fascinación que ejerce entre los fotógrafos la imagen especular es más que comprensible. Es una suerte de hechizo que involucra no sólo al espejo (o al artefacto como tal y sus poderes ópticos) sino también a sus refracciones, las que generan una compleja visión del mundo, abriendo la percepción a múltiples interpretaciones. Las piruetas y malabares a los que somete la cámara al mundo exterior cuando este penetra por el orificio del lente – el embudo de El Aleph -, son cuando menos, tan asombrosos o sugestivos como la mágica resurrección de la imagen en las aguas reveladoras del cuarto oscuro tradicional. Forzados a invertirse piernas arriba en este oscuro Reino del revés, los objetos deben completar -cual gimnastas- la pirueta especular para finalmente descansar, acorde a los cánones de la perspectiva, en el papel fotográfico, la pantalla de la computadora o cualquiera de los soportes digitales que existen hoy día.
Pero según el crítico Juan Antonio Molina, “el espejo nos vincula siempre con un más allá que comienza siendo espacial e inmediato pero que termina siendo metafísico. El espejo nos devuelve al otro con la convicción de que el otro es uno mismo. Mientras el espejo indica la existencia de ese más allá espacial, la fotografía anuncia la existencia de un más allá temporal”(1). De cualquier modo, fotografiar desde un espejo es amplificar (en una suerte de ejercicio tautológico intrínsecamente fotográfico) las mismas contradicciones que construyen no sólo el Noema de la fotografía (Barthes) sino el carisma y el aura de los productos de la Cámara lúcida: a saber, las conocidas paradojas del tipo documento/ficción, realidad-unívoca/interpretación-abierta, o credibilidad/engaño, antinomias que funcionan unificándose como Oxímoron en la comprensión de las metáforas de la imagen y su particular relación con el tiempo.
El libro Espejos Urbanos de Sergio Castiglione, gira en torno a un ejercicio lúdico que incluye al espejo como base compositiva y a sus refracciones como modo de re-descubrir el espíritu de una ciudad desde sus ambientes entrañables. Arquitecto de formación, Castiglione es consciente del valor de la arquitectura y de sus códigos no sólo en la articulación de la trama urbana, sino en la conformación del legado cultural de un espacio que se redefine día a día. Las imágenes invertidas de los edificios que retrata -nacidas de la refracción que ejercen los charcos y el agua acumulada en las calles- ofrecen una visión poco común del motivo, una mirada que se inserta en el archivo existente del registro realista y, de modo particular, en el imaginario de esa Buenos Aires querida a la que tantos artistas han cantado desde la música y otras formas poéticas, ya sean visuales o escritas.
Hay un interesante ejercicio de apropiación/devolución contenido en el libro que se percibe desde su concepto editorial. Si la imagen impresa transgrede la lógica constructiva y la dirección de la percepción, el espejo que se adjunta en las últimas páginas intenta devolverle por refracción, la credibilidad al discurso realista de la fotografía. Aquí la falacia de la fotografía –así como la falacia del fotógrafo a través de su proyecto artístico- se quita y pone al tiempo esa mascara de objetividad, reintegrándole al espectador la confianza perdida en la ilusión de la ventana renacentista.
Para Jorge Luis Borges –según comenta Molina en su extenso ensayo-, tanto la máscara como el espejo guardaron asociaciones muy particulares relacionadas con el terror. “A veces (estas son mis pesadillas más terribles) –confiesa el autor de El inmortal– me veo reflejado en un espejo, pero me veo reflejado con una máscara“. La imposibilidad de auto reconocerse investido en “su propio yo”, le causó a Borges no pocas pesadillas. Pero en el enfoque de Castiglione, tanto el espejo como la máscara son el pretexto y el ardid para trazar una lírica de la ciudad que involucre elementos tan emotivos como históricos o geográficos. Con mucho del espíritu del “Flaneur” decimonónico inspirado por Baudelaire, Espejos Urbanos revaloriza ese deambular sin rumbo por la gran urbe, como forma de articular un relato alterno en el archivo de las grandes narrativas de la ciudad.
Siguiendo esta línea, es imposible sustraerse de las búsquedas del arte contemporáneo en torno a una psicogeografía capaz de revalorizar el componente afectivo en el reconocimiento de la trama urbana y el entorno vital. Y si bien la visión de Castiglione no se impone como estrategia crítica para cuestionar la red de matrices y códigos cotidianos, su trabajo puede insertarse en esa búsqueda de una “cartografía emocional” que oportunamente menciona Grace Bayala en uno de los ensayos que componen el libro. Según Bayala, “Buenos Aires se acrecienta en sus reflejos y crea una nueva ciudad donde es imposible distinguir si la imagen lleva a la palabra o si es el verso el que deviene en luz. Una metrópoli y un enigma constante. Una ciudad-libro que ya ha sido abierta al universo para no cerrarse jamás“, y en cuyas páginas podría decirse, aparecen fotografiados cual protagonistas, el asombro y la emoción, el aware de la poesía Haiku: “La calle asciende / por la ventana abierta / yo la saludo”, como dijera Benedetti en una austera métrica de 17 moras. Y es que hay un eterno saludo a esa Buenos Aires querida en el sendero de los reflejos infinitos que Sergio Castiglione abre con su libro-espejo.
(1) Molina, Juan Antonio: El espejo y la máscara. Comentarios a la fotografía cubana postrevolucionaria; en Nosotros los más infieles. Narraciones criticas sobre arte cubano (1993-2005). Compilación y edición a cargo de Andrés Isaac Santana. Editorial CENDEAC, Madrid, 2008.
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