Algunos intelectuales piensan que el primer posmoderno fue Friedrich Nietzsche, lo que no es moco de pavo, pues se trataría nada menos que de un posmoderno del siglo XIX. Aunque la afirmación es discutible, lo que sí parece evidente es que existió una preposmodernidad dentro de la modernidad. Es decir, que hubo varios pensadores críticos con la modernidad y contemporáneos a ella. No solo Nietzsche, también Schopenhauer y Kierkegaard, entre otros.
Otra cosa muy distinta sería afirmar que hubo escritores preposmodernos antes del modernismo. Como mucho hubo precursores. Posmodernidad y posmodernismo no son la misma cosa. La primera es una escuela filosófica que critica abiertamente las bases del proyecto de la modernidad occidental, que se inició con la ilustración; el segundo es un movimiento literario y estético que pretende destruir las premisas del modernismo, que a su vez es otro movimiento literario y estético del principios del siglo XX que pretendía la narración absoluta, el relato del todo, a partir de técnicas relacionadas con la psicología y que pretendía a su vez acabar con la novela decimonónica. Sus principales figuras fueron James Joyce, Virgina Woolf, William Faulkner y Marcel Proust.
Posmodernidad y posmodernismo, sin embargo, tienen en común la idea de Lyotard de que la época de los grandes relatos ya ha pasado. Para el posmodernismo (que es lo que nos interesa, porque vamos a hablar de literatura y de creación narrativa), es imposible construir un relato global, ya sea del mundo en general o de una sociedad en particular. Todo relato debe ser fragmentario.
Algunos pensadores afirman que la posmodernidad está aquí para quedarse, aunque ya empiezan a surgir sus primeros críticos (yo me incluyo), en especial después de los atentados del 11 de septiembre, que supusieron el encuentro con la muerte, el final del juego, el choque con la realidad para filósofos como Baudrillard. Lo que sí tengo claro es que el posmodernismo sí tiene fecha de caducidad. Los movimientos literarios no son tan extensos como la periodización histórica. Precisamente, yo creo que desde el propio posmodernismo tardío ya se ha construido el germen que lo supera.
La filósofa española Rosa María Rodríguez Magda afirma que el gran relato de nuestro tiempo es la globalización, y a partir de ahí postula su denominada transmodernidad. Según la definición de transmodernidad que podemos encontrar en el blog del mismo nombre, administrado por Rodríguez Magda: “El prefijo trans connota no sólo los aspectos de transformación, sino también la necesaria transcendencia de la crisis de la Modernidad, retomando sus retos pendientes éticos y políticos (igualdad, justicia, libertad…), pero asumiendo las críticas postmodernas.” La pensadora fundamenta su teoría en la eclosión de la tecnología, las redes sociales y el mundo virtual en la realidad contemporánea. Según Rodríguez Magda, la interconexión que existe hoy en día hace que todo en este mundo, ya sea real o virtual, este relacionado, y eso imprime un inevitable carácter de totalidad que supera las afirmaciones de Lyotard. Y ahí es donde entra lo que voy a denominar la “teoría del enlace”.
El futuro de la literatura es el enlace. Incluso iría más allá, el futuro de la creación narrativa (donde incluiría al cine y la televisión) es el enlace. Resulta evidente que el enlace surge como hijo de la posmodernidad por la clara conexión que tiene con el intertexto y la cita. Pero el enlace no es el intertexto posmoderno. A partir del intertexto se crea el enlace pero este es mucho más potente. Permite una interconexión directa entre dos o más obras, lo que puede dar lugar a un relato global. Lo hace de forma fragmentaria a partir de obras puntuales, ya sean relatos, novelas o incluso películas o series de televisión (también podríamos incluir obras de arte, digital o no, aunque pienso que aún hay que ser prudente en este punto). Intentaré sustentar esta afirmación con un par de ejemplos.
El germen de la narración de «Joanna Silvestri», uno de los relatos de la colección Llamadas telefónicas, de Roberto Bolaño, se fundamenta en el monólogo interior de una antigua actriz porno ante la visita de un inesperado dectective chileno que anda tras la pista de un operario de cámara de películas X. Si usted ha leído Estrella distante, también de Bolaño, antes de leer ese cuento, usted sabe que ese tipo no es otro que Carlos Wielder, el hombre al que el detective chileno Romero persigue para hacer justicia según la narración de Arturo Belano, alterego del escritor. ¿A qué tanto lio? Uno podría pensar que el relato sobre Silvestri fue una historia que simplemente Bolaño no pudo o no quiso incluir en Estrella distante y que después utilizó para un cuento. Pero si se analiza con detenimiento toda la obra de Bolaño, se observa que esto no es una excepción, que estos sutiles pasadizos (según la nomenclatura de Vicente Luis Mora) conforman una maraña, una red que por momentos me parece una radiografía del cerebro del autor chileno.
No tenía nada claro este punto, que puede tildarse de altamente especulativo, hasta que visité la exposición que el CCCB dedicó a Roberto Bolaño, comisariada por Ignacio Echevarría y titulada “ARCHIVO BOLAÑO”. Fue al leer las notas de sus cuadernos, las páginas de la novelas que nunca se llegaron a publicar, los fragmentos de un escritor en ciernes, cuando me di cuenta de que el universo de Bolaño había estado y estaba interconectado. A mi entender, a partir de una obra claramente fragmentaria (Echebarría me mataría si dijera lo contrario), se articula un relato global de nuestro mundo culminado con 2666.
El otro ejemplo que quiero dar no es literario, aunque sí narrativo. Se trata de The Wire, la prestigiosa serie de televisión creada por David Simon. A nadie escapa que el argumento de la serie se basa en la red y la conexión (ya figura en el título) y a partir de ese recurso el autor es capaz de construir un relato global de la ciudad de Baltimore en tiempos de máxima complejidad. Pero mi teoría del enlace va más allá. Los primeros intentos de describir Baltimore por parte de Simon parten de los libros Homicide: A Year on the Killing Streets y The Corner: A Year in the Life of an Inner-City Neighborhood, el último en colaboración con el policía retirado Ed Burns. De aquellos libros surgieron las series Homicide: Life on the Street (NBC) y The Corner (HBO). Pues bien, a partir de la “teoría del enlace” mi opinión es que todos estos productos culturales están interrelacionados (lo que además demuestra que estos enlaces no tienen porque ser autoría de la misma persona, sino que aceptan la autoría múltiple). La culminación de ese proceso es The Wire, que permite a su creador un relato global de su tiempo en Baltimore en la era del enlace.
© All rights reserved Carlos Gámez Pérez
Carlos Gámez Pérez nació en 1969, en Barcelona, España. Estudió Ciencias Físicas, Historia de la Ciencia y Creación Literaria. Colabora con revistas como Sub-Urbano, La bolsa de pipas y Nagari. Es autor de un diario sobre sus vivencias en las cárceles de Nicaragua titulado Managua seis (2002). Ganó el IX Premio Cafè Món con la novela Artefactos (2012) y ha sido seleccionado para las antologías Emergencias. Doce cuentos iberoamericanos (2013) y Llegamos en avión (en prensa), así como para el primer número de la revista Presencia Humana (2013), dedicada a nueva literatura española extraña. En la actualidad trabaja en la University of Miami. En su bitácora personal, El blog de Carlos Gámez, estudia las relaciones entre ciencia y literatura.