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Me acabo de levantar. Mis manos se agarrotan. Los dedos lucen como un juego de garfios de un pirata cojo. Matizo lo de cojo porque mi espalda, mis glúteos y mis piernas perciben el dolor del luchador de madrugada. Es decir, a pata torcida me dirijo al baño. Tomo una decisión que siempre rehúyo y … Continuado