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Diciembre 2016

PORQUE SE FUE RODRIGO. Xalbador García

La abuela explicó que la maldición se reflejaba en las cucarachas. Las había en el patio y entre la ropa. Salían del fregadero. Llenaban los frascos de azúcar. Era imposible abrir un tarro de café sin que apareciera alguna. En los vasos, sobre los platos, en medio de las servilletas se presentaban. Incluso vivían debajo de los vinos que guardábamos en el sótano. Dejaron de temerle a la luz. Por la tarde, durante la mañana, las encontrábamos, dóciles, en cualquier rincón de la casa. Demostraban su victoria sobre los inquilinos.

Desde la partida de Rodrigo todo se fue pudriendo, decía durante su rosario de recuerdos. Éramos aún niñas. Mis hermanas, mis primas. No podíamos decirle nada cuando la mirada de la abuela se iba coloreando de llanto. Las mayores también callaban. Era curiosa la manera en que compartíamos ese silencio, como si cada una de nosotras tuviera algo de culpa en la huida del abuelo. Hace ya tantos años. Uno se hace viejo con el mundo. Tomaba su taza de café y cerraba los ojos.

Primero perdimos la Hacienda. Un caserón grande con terrenos para cultivar en el sur de Morelos. Había riqueza. Risas y amor. Las historias familiares hablaban de cabalgatas por los campos y la ordeña de las vacas. Hablaban de las gallinas, los guajolotes y los cerdos que se sacrificaban en días de fiesta. Cuando se quedó sola, la abuela enfermó. Nunca dormía. Se pasaba la noche esperando. Tenía llagado el sueño. Se deshizo de la propiedad y se quedó tan sólo con la amargura. Tomó a sus siete hijas y viajó a la ciudad, donde las fue casando, una por una, con hombres buenos, decentes, que les gustara trabajar, como lo manda Dios.

También como manda Dios, porque para mi abuela todo era designio divino, los maridos las abandonaron con el racimo de hijas, siempre mujeres, acrecentado por los años. Primas y tías nos fuimos refugiando en la casona que se había comprado con el dinero de la hacienda. No me gustaba. A ninguna. Era húmeda y las paredes se desmoronaban. Decían que la habían construido antes de la Revolución. A veces olía a muerte. La tristeza parecía empañarle los muros. Las siete mujeres y mi abuela ya ni siquiera buscaban consuelo en otros brazos. Bebían café durante esas tardes que anunciaban las noches más negras y crueles del año. Nosotras, las más pequeñas, callábamos. Nos repartíamos el silencio porque pesaba.

La abuela volvía a las desdichas. La maldición, contaba, se nos metió en los huesos. Algo pasó para que Rodrigo se fuera. No había otra mujer. Sus caricias, hasta la última de las madrugadas, no delataron otro amor. Pero vio algo que lo hizo huir. Algo grande que no podía enfrentar. Yo no pude ver eso que él vio, lo que nos traería la desgracia, y por eso partió aquella mañana, dejándome sola… estamos condenadas a morir solas.

Las cucarachas eran el recuerdo de la maldición que abrigaba a la familia. Se reproducían por miles. Había grandes, de un tamaño fascinante. Las más pequeñas daban repulsión. Se anidaban en los cuellos de las camisas, debajo de los manteles, atrás de la repisa, por los cobertizos, en los floreros, en las tapas de las ollas, en los cajones donde guardábamos los papeles importantes, en los ceniceros. Habían tomado la casa. Nosotras éramos las cautivas.

Los primeros recuerdos de mi infancia están matizados por el movimiento de las cucarachas. Pasaron años y nosotras con el silencio y la culpa y las paredes que se desmoronaban. Dolía el mundo tanto como el amor que a veces aparecía en la puerta, prometiendo una vida sin insectos. Cuando murió mi abuela, las cucarachas desaparecieron.

© All rights reserved Xalbador Garcia

xalbador-garciaXALBADOR GARCÍA (Cuernavaca, México, 1982) es Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM) y Maestro y Doctor en Literatura Hispanoamericana por El Colegio de San Luis (Colsan). 
Es autor de Paredón Nocturno (UAEM, 2004) y La isla de Ulises (Porrúa, 2014), y coautor de El complot anticanónico. Ensayos sobre Rafael Bernal (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015). Ha publicado las ediciones críticas de El campeón, de Antonio M. Abad (Instituto Cervantes, 2013); Los raros. 1896, de Rubén Darío (Colsan, 2013) y La bohemia de la muerte, de Julio Sesto (Colsan, 2015).
Realizó estancias de investigación en la Universidad de Texas, en Austin, Estados Unidos, y en la Universidad del Ateneo, en Manila, Filipinas, en la que también se desempeñó como catedrático. En 2009 fue becado por el Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Morelos, en la categoría de Literatura, en el área de Novela. Beca que ganó nuevamente en 2012, pero bajo el género de Ensayo Creativo. 
Poesía, ensayo y narrativa suya han aparecido en diversas revistas del mundo, como Letras Libres (México), La estafeta del viento (España), Cuaderno Rojo Estelar (Estados Unidos), Conseup (Ecuador) y Perro Berde (Filipinas). Fue editor de la revista generacional Los perros del alba y su columna cultural “Vientre de Cabra”, apareció en el diario La Jornada Morelos por diez años. 
Actualmente es colaborador del Instituto Cervantes de España, en su filial de Manila y mantiene el blog http://vientredecabra.wordpress.com/.

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