Nadie puede decirle a un autor cómo debe escribir. Este ya es casi un lugar común, pero su fundamento sigue siendo sólido. Sucede que el autor tiene que encontrar su voz personal para encontrarse así con lo mejor de su obra y, lógicamente, al respecto no puede existir una experiencia previa.
Sin embargo y a pesar de que entonces, ningún consejo puede ser del todo válido, sí podemos aventurar unas pocas posibilidades en esa dirección.
El autor debe buscar adrede influencias, experimentando continuamente sus combinaciones, porque nada surge de la nada sino de lo anterior. Como decía el gran César Vallejo: “no hay dios / ni hijo de dios, / sin desarrollo”. Si adolece de excesivo coloquialismo, puede buscar la influencia de Saint-John Perse o tratar de caer, en algún momento, bajo la de Dylan Thomas (son estos simples ejemplos) para contrapesar el estilo, aunque siempre buscando uno tercero, que podría ser el suyo o parte al menos del suyo.
El autor tiene que tratar de experimentar sentimientos imaginarios, que resulten ser tan potentes e influyentes como los reales. Así, podrá convocar más fácilmente aquello que antes llamábamos “la inspiración” –hoy no podemos, porque hay gente que se ofende, parece- y aprovecharse de la candidez de la imaginación, siempre una buena cantera.
El autor no tiene que confiar demasiado en la energía de su sinceridad: los malos autores también escriben apasionadamente y el resultado suele ser desastroso.
El autor tiene que recordar siempre que de él se espera que escriba como un poeta y no como un período de la literatura. La moda, aunque tenga tantas seguidoras y seguidores, aunque tenga tanto papel impreso a su favor, es algo cambiante y definitivamente, insustancial. Pensemos en la larga vida de Juan Laurentino Ortiz, por ejemplo, y en cuántas modas y nombres célebres vio apoderarse de los sucesivos presentes de la poesía. Si hubiese sido adicto a la moda y a las sombras famosas, más que a sus propias sendas, hoy no tendríamos a Juan L. Ortiz, como no tenemos ya presentes –afortunadamente- a esas modas y celebridades del ayer.
Y finalmente, el mejor consejo: que nunca tenga en cuenta la opinión de nadie respecto de lo que él escribe, porque si lo que él escribe está todavía en formación, siempre será temprano para que alguien opine sobre ello, en tanto que si ya está consolidada su obra, ¿qué podría agregarle o quitarle la opinión de nadie?
Lo que, desde luego, incluye definitivamente a todo lo que acabo de decir.
© All rights reserved Luis Benítez
Luis Benítez nació en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1956. Es miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía, Capítulo de New York, (EE.UU.) con sede en la Columbia University, de la World Poetry Society (EE.UU.); de World Poets (Grecia) y del Advisory Board de Poetry Press (La India). Ha recibido numerosos reconocimientos tanto locales como internacionales, entre ellos, el Primer Premio Internacional de Poesía La Porte des Poètes (París, 1991); el Segundo Premio Bienal de la Poesía Argentina (Buenos Aires, 1992); Primer Premio Joven Literatura (Poesía) de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996); Primer Premio del Concurso Internacional de Ficción (Montevideo, 1996); Primo Premio Tuscolorum Di Poesia (Sicilia, Italia, 1996); Primer Premio de Novela Letras de Oro (Buenos Aires, 2003); Accesit 10éme. Concours International de Poésie (París, 2003) y el Premio Internacional para Obra Publicada “Macedonio Palomino” (México, 2008). Ha recibido el título de Compagnon de la Poèsie de la Association La Porte des Poètes, con sede en la Université de La Sorbonne, París, Francia. Miembro de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la República Argentina. Sus 36 libros de poesía, ensayo, narrativa y teatro fueron publicados en Argentina, Chile, España, EE.UU., Italia, México, Suecia, Venezuela y Uruguay.