I
Humo y silencio todavía equivalen:
sollozo inminente y rugido de esta ciudad
que nunca cambia ni perdona,
frontera intraducible de retraso,
de emboscada y locura.
Pero he decidido otorgar a mi batalla
un sosiego llameante,
la espera prodigiosa de cuanto yace entre las nubes.
No ha cesado mi desafío, solo difiere:
ahora me abstengo de insomnios espesos,
depongo esta dispersión perentoria de cansancio y susurro.
Por no heredar tanta ira y puñal,
ya no intento catequizar este tumulto de polvo y de ruido;
por no heredar tantas ficciones fútiles de la caterva,
ya no intento la supresión de los laberintos insoportables.
Liso y emancipado, nómada impoluto
acopio premoniciones
y eludo distancias cotidianas.
Acarreo esta certeza de viento y guitarras
para construir una demasía,
trabajo de mansedumbre y deseo.
Lento y vasto destino:
límite de heridas feroces, colección de recuerdos,
y no creo estar mintiéndome a mí mismo.
II
Ahora me he vuelto predecible pero cauto:
en este instante me puedo desvanecer,
y espero que mis memoria también lo haga;
antorchas y escudos,
son los únicos recuerdos de esta travesía
y juro que así habrán de permanecer,
espesos e irrompibles
como la bajamar o una piedra blanca.
He aprendido todo acerca de las durezas
y cómo reaparecer
después de algún evento destrozado
Mi furia se ha convertido
en insignificante y clandestina,
pero me alegra que así sea
pues el fuego y el pavor
ya no abarcan su falsa sombra
y si acaso lo hicieran,
soy suficientemente sordo
para no traicionarme
caminando tras una nube de polvo.
Estoy esperando una mujer,
una hecha de nieve y susurros;
debería llegar muy pronto, durante el ocaso
me llamará por mi nombre
en un idioma que sólo nosotros entendemos,
detendrá mis disturbios con su clarividencia.
Constructora de simplicidad,
me enseñará a entender
lo que es la tranquilidad
y viviremos dentro de una pirámide
de cuarzo blanco.
Me doy cuenta que he sido un predicador,
uno ciego, y tonto,
un peregrino y quizá algún tipo de mago.
Como tuve que disfrazar mis esperanzas
en medio de la noche,
de alguna manera sobrevivieron, y regresaron.
Estoy quieto y silente:
intacto, me encuentro a mí mismo
pensando en el amanecer
y sigo soñando con él,
aunque se haya retrasado un poco.
Ninguno de los innumerables vestigios del mundo
me volverá a hechizar,
así me lo juro a mí mismo.
Lejos de mi umbral trataré de respirar,
lejos de las exhaustas huellas que una vez dejé,
lejos de los ásperos subterfugios
y de los muchos desfiladeros ignotos.
Creo haber encontrado a Dios
al final de esta medianoche:
miraré de nuevo la estrella bajo la cual nací
III
Mi voz quiere ahora renovar un convenio gigante,
sustituir un asedio pospuesto y frágil
por una fe simple y espaciosa,
fe de búsqueda y estallido,
fe de uvas y espigas.
Es así que mi certeza no va intacta,
pero subsiste esta dilatada inspección de recuerdo y avidez.
Por eso necesito encontrar
una antorcha permanente de refugio y ropaje,
y quiero llamarla Dios,
certeza de paz y sospechas que se ensanchan,
quiero jurar ante lo invisible y los ajustes que me aguarden
ser catapulta de liturgia y resistencia.
Y quiero llamar amor o indemne promesa
a esta tenacidad lenta y rumorosa,
esperarlo como un imperceptible escudar
como un frescor que continúe,
o como una nueva voluntad para ocultar el cansancio
y conjurar mermas y deterioros
Y quiero invocar todo compendio de sueño y sendero,
y llamar decisión de permanencia y extensión
o cancelación de fragmentos
a esta hambre de lo que asciende.
Pero me urgen, todavía, un alejamiento terminante
que esconda recuerdos antiguos y extranjeros
y un fuego, una defensa de permanencia y cautela.
Sólo entonces hablaré de una redención irrompible
© All rights reserved Alberto Quero
Alberto Quero Nació en Maracaibo, Venezuela. Narrador y poeta.
Es Licenciado en Letras, Magister en Literatura Venezolana y Doctor en Ciencias Humanas por la Universidad del Zulia. Miembro de la Sociedad Iberoamericana de Escritores, Asociación Venezolana de Semiótica.
Ha publicado cinco cuentarios: Dorso (1997), Esfera (1999), Fogaje (2000), Giroscopio (2004) y Aeromancia, (2006). También ha publicado un poemario: Los que vinieron (2013)
Ha obtenido los siguientes premios: Mención de honor en la XII Bienal de Literatura “Eduardo Sifontes”(1997), Segundo premio en el concurso estudiantil de poesía de LUZ (1998), Primer premio en el concurso estudiantil de cuentos de La Universidad del Zulia (1999), Primer premio en el concurso de poesía de La Universidad del Zulia (2001), Premio “Andrés Mariño Palacio”, otorgado por la Gobernación del Estado Zulia a escritores noveles (2002), Primer premio en el concurso de poesía “Por una Venezuela literaria”, Editorial Negro Sobre Blanco (2013).
Textos suyos han sido recopilados en “Los espejos plurales” (Poesía, Universidad del Zulia, 2000) y en “Cuentos de monte y culebra” (Cuento. Universidad de Los Andes, 2004). Ha sido incluido en dos diccionarios de personalidades “Diccionario General del Zulia” (1999) y en “Quiénes escriben en Venezuela” (2005)