Eras de las que pueden sacudirse el hollín de los recuerdos.
Eras de las que mascan arañas mirando fijamente a su interlocutor.
Eras de las que se tiran pedos de narciso sin decir “perdón”.
Eras de esa raza sangrienta de mujeres que frotan sus encías con ajo matinal,
de esas mujeres genuinas sin afeites ni depilación: un mamífero, una resolución.
Te vi un día de invierno. El cielo paulatino reflejaba sus grises de antaño.
Fue extraño. Yo, que huía de la mirada femenil,
que torpemente evitaba la risa vaginal en su inminencia
quedé pegado a tus ojos de tigre y a tu bigote
a la Frida Kahlo esbozado
entre tu nariz recta de griega de Atenas y tu labio superior
sacado de la raíz misma de tu vulva.
Culpa no sentí, ni recelo, ni aprensión ni ninguna de esas sandeces
que sistemáticamente me acaloraban
a la hora de conquistar.
Me abrí en ti como un clavo de olor en la cebolla. Eso eras:
una cebolla bigotuda y sazonada que mira al otro como a una presa
fácil de roer.
Quedé librado a ti y ése desde entonces
fue mi destino. ¡Al fin un destino en mí!
Un incesante rayo frío me insinuaba futuros aprietos
como aquel de los romanos ante Genserico,
el vándalo nacido en España en el año 406
o el de algunos peleles
viendo llegar al galope a las amazonas de Sarmacia
con manteca de cerdo en los cabellos
y la teta izquierda arrancada
a fin de manejar el arco con presteza.
Fueron semanas ariscas, vividas al hilo, en vilo, acabadamente,
mas estábamos, desde el vamos,
en la pendiente
de un imposible amor.
No sabías leer ni escribir,
hablabas apenas, a gritos, y con gestos que Darwin
hubiera interpretado a su manera, tan lela,
sin hablar de los peatones amilanados
que no podíamos evitar. Sin embargo
una sensibilidad superior ante las imágenes te habitaba.
Un día
tuvimos que atarte en la casa de un amigo
para que dejaras de rasgar los sillones de cuero italiano
de primera calidad.
Quedaste postrada mirando un afiche turístico de 1934 que mostraba
una playa y una selva tropical.
Te indiqué el norte
(estábamos en Buenos Aires, en una fecha por determinar).
Al punto roíste tus cuerdas y acabaste
saltando por la ventana sin que yo te pudiera atrapar.
Tampoco fueron muy viriles mis intentos:
lo nuestro no podía durar.
Lo inevitable de aquella ruptura no me ahorró el penar
de saberte lejos para siempre
ni la nostalgia de tu piel
ya no tocar.
Mi amigo,
aliviado y alcorzado como siempre,
abrió una botella de champán argentino,
tibio y alicorado, que me dejó resaca,
ganas de vomitar, y una jaqueca mortal.
Volví a casa muy tarde y de pésimo humor.
Arrojé a la basura los pocos enseres que habías dejado
y, acongojado, abrí las ventanas para dejar escapar
tu recio perfume de animal.
Tiempo más tarde,
bajo aquel cielo paulatino
que reflejaba sus grises de antaño
terminé colgando en la pared
de un blanco pasado
la foto de una playa
y de un bosque
vagamente
tropical.
© All rights Omar Emilio Spósito
Nacido en la ciudad de Buenos Aires en 1956, Omar Emilio Spósito reside desde hace muchos años en Francia, donde se desempeña como docente universitario de filología y civilización hispánicas y traducción. Su obra poética comprende los siguientes títulos: “Poemas 1980-1987”, “Paredes”, “Poemas al vacío”, “Aguas”, “Días y noches”, “Nubes”, “Travesía”, “La mansedumbre” y “Criollas”. En francés ha escrito una recopilación de poemas titulado “Prénom: Adresse”. Su último libro de poemas, “Sedes del ser” fue publicado en 2014 en Buenos Aires.
Como traductor lleva publicados dos libros de Jean Muzi en España, “Cuentos del Magreb” y “Cuentos de la sabana”. Ha traducido algunos poemas de Atilio Jorge Castelpoggi y de Jacobo Fijman al francés así como estudios sobre la obra de estos poetas.
Es asimismo autor de cuentos en castellano, algunos de los cuales han sido publicados en revistas especializadas.