La generación del 37
Bajo este nombre se conoce a un grupo heterogéneo de poetas y prosistas: Esteban Echeverría, Domingo Faustino Sarmiento, Juan Bautista Alberdi y José Mármol, entre otros, que si bien coinciden en varios aspectos ideológicos y estéticos, en realidad distan mucho de ofrecer una propuesta programática y literaria común.
Sin embargo, el interés capital que ofrece esta etapa de la poesía argentina consiste en que, durante ella, llega a nuestro país y se difunde rápidamente una nueva influencia europea, el romanticismo.
Este movimiento literario, que en Europa reacciona contra el neoclasicismo, llega a la Argentina a través de quien se constituirá en la figura más importante de este período, Esteban Echeverría, quien a su regreso al país en 1830, se aplica a difundir los preceptos del romanticismo y las obras de los autores europeos adscriptos al movimiento: el escritor, filólogo y filósofo Friedrich Schlegel (1772-1829); la escritora Madame de Staël (1766-1817); el vizconde de Chateaubriand (1778-1848); el poeta Alphonse de Lamartine (1790-1869); el polígrafo Víctor Hugo (1802-1885); el novelista Walter Scott (1771-1832); el poeta George Gordon, lord Byron (1788-1824). Luego de la entusiasta labor propagandística de Echeverría, el romanticismo es adoptado en forma y tópicas por otros autores nacionales, el más destacado de ellos, José Mármol.
La importancia de la difusión del romanticismo realizada por Echeverría en nuestro país, si no se midiera solamente por la renovación temática y estilística que representó para la época, de modo igual sería llamativa, dado que representó la primera vez que la poesía argentina se apartó tajantemente de los cánones españoles. Y ello, de un modo radical, dado que al elegir el camino del romanticismo francés propuesto por Echeverría, sus seguidores se apartaron definitivamente del neoclasicismo todavía sostenido por Juan Cruz Varela y otros. Amén de esto, al haberse alzado en Francia precisamente contra los principios anquilosados del neoclasicismo, el romanticismo francés tenía un carácter todavía más virulentamente programático que sus correspondientes inglés y alemán.
A los modelos ciegamente seguidos por los neoclasicistas, a la perfección formal y los “clichés de buen tono”, como motejaban los románticos a los recursos del neoclasicismo, éstos oponían elementos nuevos, antes inéditos no sólo en nuestro país, sino en toda América, definitivamente opuestos a los sostenidos por la poesía colonial y la posrevolucionaria. Para los románticos, eran artículos de fe la libertad del poeta ante su obra, su posibilidad de romper reglas y normas clásicas, buscando exaltadamente la originalidad expresiva, dado que el yo del autor era el motor mismo de la obra y ésta su fiel reflejo. Asimismo, frente a lo sostenido por el culteranismo y el conceptismo barrocos y el neoclasicismo, en los que definitivamente lo intelectual y racional primaba sobre lo sentimental y emotivo, en el romanticismo argentino tenía el primerísimo primer plano todo lo referente a la sensibilidad exacerbada. La emotividad, en verdad, era para sus cultores el nexo que unía el ego sensible del autor con lo real, desde Dios hasta la mujer, desde la naturaleza hasta la relación con los otros. En palabras del mismo Echeverría, quien recibió el sobrenombre de “Lamartine de las Pampas” por parte de Alejandro Dumas padre: “El romanticismo no reconoce forma ninguna absoluta; todas son buenas con tal que representen viva y característicamente la concepción del artista. En la lírica canta y dramatiza, es heroico, elegíaco, satírico, filosófico, fantástico a la vez, en el drama ríe y llora, se arrastra y se sublima, idealiza y copia la realidad en las profundidades de la conciencia; toca todas las cuerdas del corazón; es lírico, épico, cómico y trágico a un tiempo, y multiforme” (E. Echeverría, Clasicismo y Romanticismo). Sin embargo, en el caso del romanticismo argentino, no se trató de un mero trasplante imitativo de una nueva forma europea de poetizar, esta vez venida de Francia. Los románticos argentinos le incorporaron al original francés un elemento que éste en su origen no tenía: el americanismo. Este elemento toma la realidad geográfica, histórica y cultural del topós, así como las temáticas de índole nacional, y las incorpora a la puesta en escena del egomaníaco espíritu creador del poeta. Basta leer La cautiva, de Echeverría, para comprender que su autor no describe el desierto exclusivamente bajo el influjo entusiasta de sus lecturas de Atala, de Chautebriand: lo que hace Echeverría es incorporar la pampa al atlas poético mundial; un paisaje nuevo, antes irrepresentado, se establece definitivamente a partir de 1837. Las sucesivas obras continuadoras del camino abierto por Echeverría no harían más que abonar este nuevo campo y representación de “lo que está más allá de las ciudades”, el desierto, como lo nombraba el introductor del romanticismo, extendidos sus límites hasta abarcar todo el interior el país no urbanizado. No sorprende, ante esta extensión progresiva de lo diseñado por Echeverría, que en otras épocas de la poesía argentina -futuras en relación a aquella de la que estamos tratando- el romanticismo vuelva a aparecer, aunque mediatizado por otras influencias, cada vez que los poetas se refieren a este topós en particular. Un ejemplo preclaro de esto último será aportado por una generación tan lejana de Echeverría como la de 1940, cuando diversos autores de Buenos Aires o de origen provinciano evoquen el paisaje rural argentino acudiendo a procedimientos e imágenes propios, entre otras influencias, del romanticismo.
© All rights reserved Luis Benítez
Luis Benítez nació en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1956. Es miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía, Capítulo de New York, (EE.UU.) con sede en la Columbia University, de la World Poetry Society (EE.UU.); de World Poets (Grecia) y del Advisory Board de Poetry Press (La India). Ha recibido numerosos reconocimientos tanto locales como internacionales, entre ellos, el Primer Premio Internacional de Poesía La Porte des Poètes (París, 1991); el Segundo Premio Bienal de la Poesía Argentina (Buenos Aires, 1992); Primer Premio Joven Literatura (Poesía) de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996); Primer Premio del Concurso Internacional de Ficción (Montevideo, 1996); Primo Premio Tuscolorum Di Poesia (Sicilia, Italia, 1996); Primer Premio de Novela Letras de Oro (Buenos Aires, 2003); Accesit 10éme. Concours International de Poésie (París, 2003) y el Premio Internacional para Obra Publicada “Macedonio Palomino” (México, 2008). Ha recibido el título de Compagnon de la Poèsie de la Association La Porte des Poètes, con sede en la Université de La Sorbonne, París, Francia. Miembro de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la República Argentina. Sus 36 libros de poesía, ensayo, narrativa y teatro fueron publicados en Argentina, Chile, España, EE.UU., Italia, México, Suecia, Venezuela y Uruguay.