Desde Platón el discurso poético ha sido un fenómeno que causa una profunda inquietud en pensadores de todo signo. En medio de la contemporánea preocupación por el personaje en detrimento de la obra, el discurso poético ha sido uno de las más férreas resistencias a la reducción de todo a su mero valor de cambio. La poesía no se vende, no se adapta, no se presta a la banalización en los medios masivos ni deja de erigirse en el espacio propicio para que la intuición y la sorpresa se expresen. Frente a la potencia subversiva de la poesía, lo máximo que ha hecho el mercado es apropiarse de la imagen de los poetas, de la misma manera que en el pasado esta imagen fue secuestrada por las más diversas ideologías.
No es así lo importante la poesía de Villon o la de Rimbaud. Son importantes los personajes del poeta errabundo y del converso al tráfico de armas. La fotografía de Baudelaire es más conocida que A una carroña y Salvador Díaz Mirón y Acuña son, ante todo, calles veracruzanas.
Por lo mismo y en detrimento de la lógica de los homenajes y los centenarios ―cómo si no supiéramos que la obra se lee y ya― es quizá momento de fijarnos en esa tradición de la poesía que deja fuera del escenario público al poeta, aquella que, más allá de alguna incursión obligada en lo cívico (no en balde la plaza es el espacio compartido por el orador y el poeta) cifra su peso en sí misma y no en las diversas muletas de la popularidad y los medios. Pienso en una anécdota narrada por Salvador Cruz Montalvo respecto a Villaurrutia, Novo y Gorostiza: “Encontré a Villaurrutia en un sepelio y nos alcanzó Salvador Novo. Estuvimos charlando un rato y luego Novo nos dijo: «Bueno, me despido. Ahora voy para que me vean». Ese era Novo y Gorostiza, todo lo contrario”. La manera en que en la actualidad el Novo personaje sustrae la atención de su obra poética en tanto que Gorostiza es ante todo, Muerte sin fin y no otra cosa, son un buen parámetro para observar como la necesaria convivencia con lo prosaico pueden generar problemas de recepción sobre la obra.
¿En qué medida la tentación contemporánea de opinar respecto a la agenda pública no puede convertirse en un bumerán contrario a la función del poeta? Por lo menos en el Ion. Sócrates sabe distinguir claramente entre la voz del dios que se expresa a través del poeta y la voz del mismo poeta y su competencia sobre los asuntos públicos. Claro. El poeta es a su vez ciudadano, aunque al mismo Platón le irrite. Pero es ahí, en esa función de vocero donde el poeta empieza a pesar más como imagen que como generador de poesía. La corte y el estado son un peligro para el poeta y no al revés.
Hago una pausa. Yo quería escribir aquí un texto de reconocimiento a Juan Bañuelos. Remitirme a su poesía, más que a su traje gris y sus buenas maneras. Reconocer como el mejor Juan Bañuelos es el que leemos y su imagen se nos evade. Pero no sé si es traicionar mi discurso hablar del poeta Juan Bañuelos y no de la poesía de Juan Bañuelos. Luego me doy cuenta que son mayoría los poetas cuya imagen se nos escapa y apenas recordamos sus nombres en una revisión apresurada. Si, la poesía triunfa cuando olvidamos al personaje y repetimos la palabra.
De Juan Bañuelos recuerdo ciertos poemas que circulan en la red, algunos libros con los que me topaba en las horas muertas de la universidad y alguna lectura de poesía donde resaltó la bonhomía y proximidad de la persona en contraposición de la distancia con que suele asaltarnos la memoria de los poetas que de alguna manera reflejan el bronce sospechoso de las monografías.
Al final del día solo recordamos algunos nombres y mejor aún algunos poemas. Juan Bañuelos y el resto de la Espiga Amotinada, esperan un lector ocasional o uno especializado que tenga diálogo con sus textos. De Pellicer poco importan sus militancias políticas a la hora de recordar Horas de junio y habrá quienes como List Arzubide y el mismo Díaz Mirón ameriten un libro aparte sobre sus nexos con el poder.
El punto es que hoy por hoy, es diciembre y luego de tantos centenarios no debemos olvidar a los poetas que con su trajín cotidiano en la palabra nos recuerdan lo inenarrable y precioso del momento y la palabra.
Venga un poema de Juan Bañuelos:
DONDE SÓLO SE HABLA DE AMOR
A los hombres, a las mujeres
que aguardan vivir sin soledad,
al espeso camaleón callado como el agua,
al aire arisco (es el aire un pájaro atrapado),
a los que duermen mientras sostengo mi vigilia,
a la mujer sentada en la plaza vendiendo su silencio.
En fin, diciendo ciertas cosas reales
en una lengua unánime, amorosa;
a los niños que sueñan en las frutas
y a los que cantan canciones sin palabras en las noches
compartiendo la muerte con la muerte,
los invito a la vida
como un muchacho que ofrece una manzana,
me doy fuego
para que pasen bien estos días de invierno.
Porque una mujer se acuesta a mi lado
y amo al mundo.
(De Espejo humeante, 1968)
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Marco Antonio Cerdio Roussell. Escritor y profesor universitario. Radica en Puebla, México. marco.viajero@gmail.com
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