Y entonces me recree en estas circunstancias: Era la historia de un antropólogo que se hacía contar cuentos de fantasmas por los relatores locales y luego pernoctaba en la edificación que se presumía embrujada. En este estudio acerca de percepciones alteradas en “casas o lugares embrujados”, logró compilar un total de 50 experiencias, todas cumpliendo con un protocolo más o menos regular: se desplazaba a la locación identificada; previo a su pernocto, se hacía contar la historia correspondiente al espíritu local y pasaba buena parte de la noche tomando apuntes de las alteraciones en su percepción a partir de los relatos contados.
Metódico como era, el antropólogo estaba más interesado en el reporte pormenorizado de aquello que sus sentidos le hacían ver, oír, sentir u oler que en la veracidad de las historias y sus retratados fantasmas.
Vale decir que el antropólogo nunca reporto la presencia de algún ente paranormal, pero sus experiencias lo llevaron a hallar algunas similitudes en las “casas embrujadas” que visitó, por distinta que fuese su locación. El país o el clima no fueron variables, tampoco el grado de desarrollo o educación del lugar que visitaba. Algo respectivo al “ambiente” sí que era una constante: todas las edificaciones embrujadas se encontraban en lugares donde reinaba la calma. Eran lugares de retiro donde la paz parecía viable. El silencio de la noche era denso y la oscuridad era más la presencia de una tranquilidad extraterrena que la opresión de lo indiscernible.
Las historias previamente contadas al antropólogo, en cambio, sí parecieron haber pasado factura a sus sentidos a juzgar por un sueño que lo despertaba en apnea con recurrencia: era el sueño de una experiencia vivida en su infancia, apenas recordada, y ahora trasladada a la locación del momento. Él se encontraba encerrado en uno de los cuartos de la casa de ocasión, su hermana se escondía debajo de la cama, ellos dos suponían ser sus únicos habitantes, y él no contaba más que con un bate de novicio como arma para defenderse de amenazas desconocidas detrás de la puerta. El sueño era tan vívido, que nunca podía discernir si el ruido detrás de la puerta que lo despertaba angustiado cada vez era onírico o proveniente de un trozo de realidad: alguna fauna nocturna quizás, o un borracho desviado de su ruta a casa.
Muy a pesar de que nunca logró descifrar el enigma de tal sueño repetido en muchas de las casas embrujadas donde pernoctaba, un dato le valió el gran hallazgo de su estudio: “casas que suponían inhabitadas, salvo por quien se somete a la percepción de tal vacío”. ¿Sería posible que, en el marco de nuestra propia subjetividad, el vacío sea un imposible a nuestra percepción, que algo en nosotros empuje a colmar la calma de voces, ruidos y finalmente de espíritus detrás de esas voces y esos ruidos? Una calma colmada por lo que, de lo contrario, sería insoportable o acaso inconcebible: la nada.
En esta línea, el antropólogo se vio forzado a hacerse otras deducibles inquisiciones: si el vacío, bajo el signo de la calma y la paz, es tan improbable a la percepción humana, ¿qué es lo que causa tanto espanto: los espíritus que habitan ese vacío o la nada que encubren?
Una primera conclusión era previsible, en cualquiera de los casos: la percepción es siempre activa. Ver, oír, oler o sentir son acciones activas –valiendo la redundancia- y no meramente receptivas, como pudiese comúnmente pensarse. De hecho, las historias que el antropólogo se hacía contar son testimonio de ello: son artificios de lo visto, oído, olido o sentido.
Poco interesa ahora si los fantasmas que habitan estas casas de suprema calma son creación de nuestra imaginación o no, más precisamente son operaciones de una percepción que empuja siempre a percibir algo en vez de nada. No en balde muchos de estos espíritus son re-apariciones, retornos de muertos mal-olvidados, trozos de historia local no resarcida, en fin, lo irresoluto operando a preferencia de la nada.
El verdadero horror sería percibir nada, que nuestra prima máquina de ficciones reciba la afrenta de un universo inhabitado, donde los que mueren no regresan y los que viven se irán sin ser vistos, oídos, olidos, sentidos. El vacío horroriza hasta a los fantasmas.
© All rights reserved José Armando García
José Armando García (Abril, 1976) Originario de Venezuela. Vive en Miami, Florida desde el 2004. Sociólogo de profesión y psicoanalista de oficio, con un posgrado de Trabajo Social Clínico. Asociado activo en la Nueva Escuela Lacaniana. Más interesado en el barroco de Baltasar Gracián que en cualquier tendencia contemporánea. También las épocas son injustas con aquellos que nacen a destiempo.