En la madrugada de aquel mes de junio, mientras un humo flotaba sobre nuestras cabezas y la vecina agitaba su delantal desde su cocina para avisarnos de algo, nosotros nos reíamos como tontos viendo las acrobacias de la gata. Nos mirábamos y caíamos abrazados en la cama burlándonos de las nuevas noticias que llegaban del solar. Si algo bueno tenía nuestra relación eran las risas cómplices, siempre listas para hacerlo al unísono. Eso no se daba fácilmente con todo el mundo, y yo lo sabía por experiencia propia. Nos hacían gracia los nuevos disfraces del hombrecito con cabeza de puntilla, los versos de la dominatrix que se los imponía a Masantín el torero, las pinturas plagiadas de la enferma de amor, y no olvidemos los carteles de maestros japoneses que una criminal de insectos colgaba sin ton ni son. Todo aparentaba ser una escena de Singularidades u otra de las tantas locuras en la mente de Dalí llevadas al lienzo.
La gata emitía un maullido diferente, arqueaba como si fuera a vomitar al mirar las imágenes que agrandábamos en la computadora. No podíamos contener la risa que se agigantaba y nos hacía toser incontrolablemente. Cada vez que algún personajillo asomaba su cara la gata saltaba asustada y nosotros a la risa. No muy lejos se oía la voz de la vecina que seguía avisándonos que algo ardía en el techo. Pero nada nos quitaba la atención de aquellas imágenes que se crecían en ridiculez y en grandes dosis de mediocridad.
Dimos un salto cuando oímos la sirena de los bomberos justamente en la entrada de nuestra guarida. La vecina agitaba los brazos y le decía a los bomberos que no le hacíamos caso a sus gritos de alerta. Ellos saltaron la cerca y tocaron la puerta como si quisieran derrumbarla a patadas. El estruendo fue tal que la gata cayó encima del escritorio, sobre los libros de una escritora que no había vuelto a parir otro desde esa vez que se enamoró de una folklórica con peineta de sevillana. Esta vez paramos de reírnos y abrimos la puerta corriendo. Unos once bomberos con trajes amarillos fosforescentes se quedaron sorprendidos ante nuestra calma. Uno de ellos nos comunicó que teníamos que salir urgente de la casa porque el techo estaba ardiendo. El resto del equipo cargaba las mangueras, extendiéndolas por todo el patio mientras nosotros nos mirábamos en silencio. Tomé la gata en mis brazos y la foto de la poeta y salimos a enfrentarnos a la algarabía que se había formado para interrumpir nuestras risas mañaneras.
Ya afuera en medio de aquel grupo, evitando que la gata se pusiera más nerviosa de lo que estaba, miramos hacia el humo que salía del techo, y sin ser expertos en apagar incendios nos dimos cuenta de dónde venían las llamas. Los bomberos casi se caen del techo con la risa contagiosa que volvió a poseernos; la vecina parlanchina cerró de un golpe la puerta de su casa, y nosotros nos miramos una vez más con esa mirada cómplice que hemos tenido desde aquel agosto primero, y no paramos de reírnos durante horas al ver cómo los bomberos bajaron aquel aguacate achicharrado que ardía sobre nuestras cabezas.
© All rights reserved Manuel Adrián López
Manuel Adrián López. Morón, Cuba (1969). Poeta y narrador. Su poesía en español ha sido publicada por las revistas Anterior Review, Arique, Baquiana, Crear en Salamanca, Contratiempo, Delirium Tremens, La Peregrina Magazine, LaFanzine, Letras Salvajes, Linden Lane Magazine, Nagari, Revista Conexos, Revista Literaria Ombligo y Ventana Abierta, entre otras. Su poesía fue incluida en la antología poética La luna en verso, publicación de La Noche en Blanco de Granada (Ediciones El Torno Gráfico, 2013). Fue columnista de la revista digital Sub-Urbano (2013-2014). Su primer libro de poesía, Yo, el arquero aquel, fue publicado por la Editorial Velámenes (West Palm Beach, 2011). La editorial TheWriteDeal le publicó una versión digital de su libro de cuentos cortos en inglés Room at the Top (New York, 2012) y una versión impresa del mismo fue publicada por la editorial Eriginal Books (Miami, 2013), la cual fue presentada en la Feria Internacional del Libro de Miami. La Editorial Betania publicó su libro de poesía Los poetas nunca pecan demasiado (Madrid, 2013), que fue ganador de la Medalla de Oro en los premios Florida Book Awards en el 2013. El barro se subleva (Ediciones Baquina, 2014), se presentó dentro del marco de la XXXV Feria del Libro en el Palacio Minería en el Distrito Federal. Ha sido invitado a diversas lecturas poéticas en Coral Gables, Fort Lauderdale, Homestead, Miami, Nueva York, Sylmar y Tampa en los Estados Unidos, así como en el Distrito Federal en México y Barcelona y Granada en España.