“Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los secretos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.”
“Casa tomada” de Julio Cortázar
La casa siempre ha sido patrimonio de la familia, nunca hubo conflictos al respecto. Somos pocos y tenemos muy en claro que no hay un dueño. La propiedad pasa de uno a otro según las necesidades del momento.
La casa pertenece a ella misma, y en eso, todos estamos de acuerdo.
Está allí desde tiempos inmemoriales, albergando distintas generaciones con sus amplios espacios, sus paredes sólidas, la armonía de su estructura; se podría decir por su fisonomía, que es una casa con carácter.
Hoy el destino ha querido que Alfredo y yo la habitemos.
Todas las noches nos visitan, invariablemente, desde que nos mudamos a la casa.
En realidad resulta incómodo recibirlos a diario, ellos tratan de no molestar, pero su silencio de alguna manera irrumpe en nuestra intimidad, se inmiscuye en nuestras tareas cotidianas. Es cierto que durante el día jamás nos han molestado, pero las noches no nos pertenecen, ya comenzamos a sentir la opresión de su presencia y lo más difícil, es no saber cómo deshacernos de ellos.
Hemos tratado, pero no se dan por aludidos.
Nos imponen cosas: un portarretratos que yo dejo sobre el mueble del pasillo, termina apareciendo sobre la mesa de la sala, Alfredo dice no haberlo cambiado de lugar; son ellos, que ya no son visita, sino presencia constante.
A veces me pregunto por qué esta insistencia de apoderarse de los espacios, en este momento en que nada les pertenece.
Habíamos escuchado historias sobre ellos, pero de no haber sido porque vinimos a habitar la casa, jamás le habríamos dado crédito.
Pienso que de alguna manera están reclamando lo que creen les pertenece.
Deambulan por las habitaciones, me doy cuenta porque siempre dejan rastros. Si pudiéramos confinarlos a un solo cuarto de la casa lo cederíamos sin problema.
Alfredo y yo tratamos de no pensar en ellos y de llevar una vida normal, pero nuestras conversaciones siempre derivan en lo mismo.
Observando las alteraciones que ellos provocan, nos dimos cuenta de que les atraen las plantas, tal vez porque encuentran vida en ellas.
Desde que decidimos convertir el cuarto de lavado- que es el más alejado, en una especie de invernadero, no hemos vuelto a notar su presencia en otras partes de la casa. Eso nos ha traído cierto alivio.
De todas las plantas que compramos, a Alfredo y a mí nos gustan las orquídeas, por lo que decidimos dejarlas cerca nuestro. La delicadeza de la Paphilopedilum o de la Zygopetalum con sus formas extrañas y colores brillantes, nos fascinó y comenzamos a llenar la casa con estas flores. Alfredo es el que se dedica más a su cuidado, yo sólo contemplo su belleza y las acomodo por la casa. Les gustan mucho las ventanas.
El cuarto convertido en invernadero fue nuestra panacea. Disfrutamos mucho de esos días sin intrusos, nos sentimos libres y de mejor humor.
Comenzamos a llevar la ropa a un lavadero público para no tener que entrar allí. Toda esa molestia era mínima comparada con la satisfacción de sentirnos dueños de la casa.
La tarde que tuvimos ese terrible accidente en el momento que llevábamos a lavar la ropa, sólo recuerdo que llovía torrencialmente y que algo nos chocó con violencia. Sentí mucho frío, como si un manto helado hubiera caído sobre mí, inmovilizándome. Todo sonido se desvaneció y reinó la obscuridad.
Cuando regresamos a la casa, todo estaba distinto, mi prima Ana y Sergio, su esposo, estaban tan atareados que ni siquiera advirtieron nuestra presencia. La recorrimos cruzando los umbrales de un cuarto a otro, no quisimos entrar en el invernadero porque sabemos que allí están los otros esperándonos.
Me molesta ver los cambios que se están produciendo, hay muchas cosas nuevas, pero también encuentro nuestras pertenencias amontonadas en diferentes sitios y tratamos de poner las cosas en su lugar. Con el transcurso de los días, mi prima, nos deja saber de su incomodidad, se la pasa acomodando lo que nosotros –según ella-, desacomodamos y nos dirige indirectas de que ya nada nos pertenece. No se da cuenta que ella y su esposo son los intrusos, la casa no es de nadie, es de ella misma.
Mi prima ya descubrió nuestra debilidad y está llevando las orquídeas al cuarto más alejado, aquel que nosotros llenamos de plantas y convertimos en un invernadero. La pobre no se da cuenta que la casa… nunca será de ella.
© All rights reserved Alejandra Ferrazza
Alejandra Ferrazza. Nació en Buenos Aires, Argentina. Cursó los primeros años de Arquitectura y Urbanismo en la UBA (Universidad de Buenos Aires.) Actualmente reside en Miami. Cofundadora de Proyecto Setra, Inc. (organización sin fines de lucro dedicada a promover el arte y la literatura) y de la revista Nagari (Arte y Literatura). Codirige un Taller Creativo mensual en la librería Books & Books de Coral Gables desde el año 2004. Fue elegida para formar parte de la selección poética “La ciudad de la unidad posible” que se presentó en la Feria Internacional del libro en Miami en el 2009.