CAFÉ LITERARIO “MIRÁ LO QUE QUEDÓ” (18 de Julio de 2007)
La idea es descubrir poesía en su prosa, como asimismo introducirnos en el Julio Cortázar poeta, faceta de importancia opacada por su relevante obra narrativa.
Como dice OMAR PREGO GADEA en su libro “LA FASCINACIÓN DE LAS PALABRAS” (Alfaguara, 1997) de conversaciones con Julio Cortázar, la poesía fue una fuente que jamás dejó de correr de manera subterránea a lo largo de toda su obra.
De niño tenía preferencia por la poesía rimada, el soneto y el endecasílabo.
Y escribía poemas perfectamente medidos y de rimas impecables, más allá de las temáticas románticas acordes a aquella edad (alrededor de sus 9 años), hacia imaginados amores infantiles que podían ser alguna amiguita, alguna maestra, el patio de su casa, alguna querida tía, objetos diversos, etc.
Su madre siempre sospechó que los copiaba, sin poder creer aquella capacidad de Julio a tan temprana edad.
En la Universidad de Cuyo, Mendoza, en su cátedra de literatura, se centró con especial interés en el romanticismo inglés (Blake, Shelley, Keats) como asimismo en los alemanes como Hölderlin y Rilke.
Una frase suya que marca esta influencia es “la escritura es una operación musical”, y asignaba a la poesía esa música que sentía como latido dentro de ella o como basamento de su narrativa, siendo que también admitía que buena parte de sus cuentos más logrados fueron producto de sueños.
También es conocida su afición por el jazz, tan bien retratada en su cuento “El Perseguidor”., siendo entonces la música una clave más que importante en su creación. Uno de sus músicos de jazz admirados era el gran Charlie Parker.
Se consideraba un músico frustrado como ejecutante, pero todo lo contrario como un gran melómano, casi hasta lo obsesivo. Y sentía que esa nostalgia por la música la había llevado de alguna manera a la escritura, en la prosa a través del ritmo.
Y en cuanto a la melodía, como el otro elemento de la música, sentía que con ella era en la poesía donde buscaba compensar su frustración como músico.
Decía Cortazar, ya largamente consagrado y a poco tiempo de morir:
“sí, es cierto, a mí me da un poco de pena tener que admitir ahora que la poesía siempre fue en mi caso una actividad un poco vergonzante, que nunca la mostré, o la mostré muy poco”.
de “RAYUELA” capítulo 7
Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.
de “62 MODELO PARA ARMAR”
Los amantes
¿Quién los ve andar por la ciudad
si todos están ciegos?
Ellos se toman de la mano: algo habla
entre sus dedos, lenguas dulces
lamen la húmeda palma, corren por las falanges,
y arriba está la noche llena de ojos.
Son los amantes, su isla flota a la deriva
hacia muertes de césped, hacia puertos
que se abren entre sábanas.
Todo se desordena a través de ellos,
todo encuentra su cifra escamoteada;
pero ellos ni siquiera saben
que mientras ruedan en su amarga arena
hay una pausa en la obra de la nada,
el tigre es un jardín que juega.
Amanece en los carros de basura,
empiezan a salir los ciegos,
el ministerio abre sus puertas.
Los amantes rendidos se miran y se tocan
una vez más antes de oler el día.
Ya están vestidos, ya se van por la calle.
Y es sólo entonces
cuando están muertos, cuando están vestidos,
que la ciudad los recupera hipócrita
y les impone los deberes cotidianos
de “Salvo el Crepúsculo”
La lenta máquina del desamor…
La lenta máquina del desamor,
los engranajes del reflujo,
los cuerpos que abandonan las almohadas,
las sábanas, los besos,
y de pie ante el espejo interrogándose
cada uno a sí mismo,
ya no mirándose entre ellos,
ya no desnudos para el otro,
ya no te amo,
mi amor.
POEMA
Te amo por ceja, por cabello, te debato en corredores
blanquísimos donde se juegan las fuentes de la luz.
Te discuto a cada nombre, te arranco con delicadeza de cicatriz.
Voy poniéndote en el pelo cenizas de relámpago y cintas que dormían en la lluvia.
No quiero que tengas una forma, que seas precisamente lo que viene detrás
de tu mano;
porque el agua, considera el agua, los leones cuando se disuelven en el azúcar de la fábula;
y los gestos, esa arquitectura de la nada,
encendiendo lámparas a mitad del encuentro.
Toda mañana es la pizarra donde invento y te dibujo;
pronto a borrarte, así no eres, ni tampoco con ese pelo lacio,
esa sonrisa.
Busco tu suma, al borde de la copa donde el vino es también la luna y el espejo,
busco esa línea que hace temblar a un hombre en una galería de museo.
Además, te quiero, y hace tiempo y frío.
de “RAYUELA” capítulo 73
Sí, pero quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color que corre al anochecer por la rue de la Huchette, saliendo de los portales carcomidos, de los parvos zaguanes, del fuego sin imagen que lame las piedras y acecha en los vanos de las puertas, cómo haremos para lavarnos de su quemadura dulce que prosigue, que se aposenta para durar aliada al tiempo y al recuerdo, a las sustancias pegajosas que nos retienen de este lado, y que nos arderá dulcemente hasta calcinamos. Entonces es mejor pactar como los gatos y los musgos, trabar amistad inmediata con las porteras de roncas voces, con las criaturas pálidas y sufrientes que acechan en las ventanas jugando con una rama seca. Ardiendo así sin tregua, soportando la quemadura central que avanza como la madurez paulatina en el fruto, ser el pulso de una hoguera en esta maraña de piedra interminable, caminar por las noches de nuestra vida con la obediencia de la sangre en su circuito ciego.
Cuántas veces me pregunto si esto no es más que escritura, en un tiempo en que corremos al engaño entre ecuaciones infalibles y máquinas de conformismos. Pero preguntarse si sabremos encontrar el otro lado de la costumbre o si más vale dejarse llevar por su alegre cibernética, ¿no será otra vez literatura?
Todo es escritura, es decir fábula. ¿Pero de qué nos sirve la verdad que tranquiliza al propietario honesto? Nuestra verdad posible tiene que ser invención, es decir escritura, literatura, pintura, escultura, agricultura, piscicultura, todas las turas de este mundo.
Ardemos en nuestra obra, fabuloso honor mortal, alto desafío del fénix.
el Crepúsculo”
PARA LEER EN FORMA INTERROGATIVA
Has visto,
verdaderamente has visto
la nieve, los astros, los pasos afelpados de la brisa…
Has tocado,
de verdad has tocado
el plato, el pan, la cara de esa mujer que tanto amás…
Has vivido
como un golpe en la frente,
el instante, el jadeo, la caída, la fuga…
Has sabido
con cada poro de la piel, sabido
que tus ojos, tus manos, tu sexo, tu blando corazón,
había que tirarlos
había que llorarlos
había que inventarlos otra vez.
HAPPY NEW YEAR
Mira, no pido mucho,
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.
Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestás tu mano en esta noche
de fìn de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones técnicas.
Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.
Así la tomo y la sostengo,
como si de ello dependiera
muchísimo del mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres.
de “62 MODELO PARA ARMAR”
Entro de noche a mi ciudad, yo bajo a mi ciudad
donde me esperan o me duelen, donde tengo que huir
de alguna abominable cita, de lo que ya no tiene nombre,
una cita con dedos, con pedazos de carne en un armario,
con una ducha que no encuentro, en mi ciudad hay duchas,
hay un canal que corta por el medio mi ciudad
y navío enormes sin mástiles pasan en un silencio intolerable
hacia un destino que conozco pero que olvido al regresar,
hacia un destino que niega mi ciudad
donde nadie se embarca, donde se está para quedarse
aunque los barcos pasen y desde el liso puente alguno esté mirando mi ciudad.
Entro sin saber cómo en mi ciudad, a veces otras noches
salgo a calles o casas y sé que no es mi ciudad,
mi ciudad la conozco por una expectativa agazapada,
algo que no es el miedo todavía pero tiene su forma y su perro y cuando es mi ciudad
sé que primero habrá el mercado con portales y con tiendas de frutas,
los rieles relucientes de un tranvía que se pierde hacia un rumbo
donde fui joven pero no en mi ciudad, un barrio como el Once en Buenos Aires, un olor a colegio,
paredones tranquilos y un blanco cenotafio, la calle Veinticuatro de Noviembre
quizás, donde no hay cenotafios pero está en mi ciudad cuando es su noche.
Entro por el mercado que condensa el relente de un presagio
indiferente todavía, amenaza benévola, allí me miran las fruteras
y me emplazan, plantan en mí el deseo, llegar adonde es necesario y podredumbre,
lo podrido es la llave secreta en mi ciudad, una fecal industria de jazmines de cera,
la calle que serpea, que me lleva al encuentro con eso que no sé,
las caras de las pescaderas, sus ojos que no miran y es el emplazamiento,
y entonces el hotel, el de esta noche porque mañana o algún día será otro,
mi ciudad es hoteles infinitos y siempre el mismo hotel,
verandas tropicales de cañas y persianas y vagos mosquiteros y un olor a canela y azafrán,
habitaciones que se siguen con sus empapelados claros, sus sillones de mimbre
y los ventiladores en un cielo rosa, con puertas que no dan nada,
que dan a otras habitaciones donde hay ventiladores y más puertas,
eslabones secretos de la cita, y hay que entrar y seguir por el hotel desierto
y a veces es un ascensor, en mi ciudad hay tantos ascensores, hay casi siempre un ascensor
donde el miedo ya empieza a coagularse, pero otras veces estará vacío,
cuando es peor están vacíos y yo debo viajar interminablemente
hasta que cesa de subir y se desliza horizontal, en mi ciudad
los ascensores como cajas de vidrio que avanzan en zig-zag
cruzan puentes cubiertos entre dos edificios y abajo se abre la ciudad y crece el vértigo
porque entraré otra vez en el hotel o en las deshabitadas galerías de algo
que ya no es el hotel, la mansión infinita a la que llevan
todos los ascensores y las puertas, todas las galerías,
y hay que salir del ascensor y buscar una ducha o un retrete
porque sí, sinrazones, porque la cita es una ducha o un retrete y no es la cita,
buscar la dicha en calzoncillos, con un jabón y un peine
pero siempre sin toalla, hay que encontrar la toalla y el retrete,
mi ciudad es retretes incontables, sucios, con portezuelas de mirillas
sin cerrojos, apestando a amoníaco, y las duchas
están en una misma enorme cuadra con el piso mugriento
y una circulación de gentes que no tienen figura pero que están ahí
en las duchas, llenando los retretes donde también están as duchas,
donde debo bañarme pero no hay toallas y no hay
donde posar el peine y el jabón, donde dejar la ropa, porque a veces
estoy vestido en mi ciudad y después de la ducha iré a la cita,
andaré por la calle de las altas aceras, una calle que existe en mi ciudad
y que sale hacia el campo, me aleja del canal y los tranvías
y por sus torpes aceras de ladrillos gastados y sus setos,
sus encuentros hostiles, sus caballos fantasmas y su olor de desgracia.
Entonces andaré por mi ciudad y entraré en el hotel
y del hotel saldré a la zona de los retretes rezumantes de orín y de excremento,
o contigo estaré, amor mío, porque contigo yo he bajado alguna vez a mi ciudad
y en un tranvía espeso de ajenos pasajeros sin figura he comprendido
que la abominación se aproximaba, que iba a ocurrir el Perro, y he querido
tenerte contra mí, guardarte del espanto,
pero nos separan tantos cuerpos, y cuando te obligaban a bajar entre un confuso movimiento
no he podido seguirte, he luchado con la goma insidiosa de solapas y caras,
con una guarda impasible y la velocidad y campanillas,
hasta arrancarme en una esquina y saltar y estar solo en una plaza del crepúsculo
y saber que gritabas y gritabas perdida en mi ciudad, tan cerca e inhallable,
pero siempre perdida en mi ciudad, y eso era el Perro era la cita,
inapelablemente era la cita, separados por siempre en mi ciudad donde
no habría hoteles para ti ni ascensores ni duchas, un horror de estar sola mientras alguien
se acercaría sin hablar para apoyarte un dedo pálido en la boca.
O la variante, estar mirando mi ciudad desde la borda
del navío sin mástiles que atraviesa el canal, un silencio de arañas
y un suspendido deslizarse hacia ese rumbo que no alcanzaremos
porque en algún momento ya no hay barco, todo es andén y equivocados trenes,
las perdidas maletas, las innúmeras vías
y los trenes inmóviles que bruscamente se desplazan y ya no es andén,
hay que cruzar para encontrar el tren y las maletas se han perdido
y nadie sabe nada, todo es olor a brea y a uniformes de guardas impasibles
hasta trepar a ese vagón que va a salir, y recorrer un tren que no termina nunca
donde la gente apelmazada duerme en las habitaciones de fatigados muebles,
con cortinas oscuras y una respiración de polvo y de cerveza,
y habrá que andar hasta el final del tren porque en alguna parte hay que encontrarse,
sin que se sepa quién, la cita era con alguien que no se sabe y se ha perdido las maletas
y tú, de tiempo en tiempo, estás también en la estación pero tu tren
es otro tren, tu Perro es otro Perro, no nos encontraremos, amor mío,
te perderé otra vez en el tranvía o en el tren, en calzoncillos correré
por entre gentes apiñadas y durmiendo en los compartimientos donde una luz violeta
ciega los polvorientos paños, las cortinas que ocultan mi ciudad.
©All rights reserved Alfredo Palacio
Alfredo Palacio, nació en Buenos Aires, Argentina, en 1949, donde siempre residió. Publicó su libro “Filamentos” (Ed. Del Dock) en 2007.
Libros Inéditos: “Segundos Afuera” (2009) y “BluesEros” (2011)
Integra diversas antologías poéticas de Argentina y el exterior.
Poemas suyos han sido traducidos al portugués, catalán y francés y han sido
incluidos en diferentes sitios, páginas, revistas literarias y blogs de poesía de
Argentina, Brasil Chile, Perú, México, España, Italia y EE.UU.
Co-dirigió el Café Literario “Mirá lo que Quedó” con los poetas Alicia Grinbank, Alberto Boco y Rolando Revagliatti.
Bibliografía:
- “La Fascinación de las Palabras” – Conversaciones con Julio Cortazar (Omar Prego Gadea, Alfaguara, 1997)
- “La Vuelta al Día en 80 Mundos” – Julio Cortázar
- “62 Modelo para Armar” – Julio Cortázar
- “Ultimo Round” – Julio Cortázar
- “Rayuela” – Julio Cortázar
- “Salvo el Crepúsculo” – Julio Cortazar
- Artículos y crónicas diversas gentileza de Alicia Grinbank
- Archivos de voz de Julio Cortázar gentileza de Sebastián Attie