En la literatura puertorriqueña, arde una llamarada solitaria que viene quemando sin sofocar con su humo. Es un fuego particular avivado con la leña de la soledades. Diversa y parecida a la vez, una fuerte presencia literaria llega a su solsticio irrefutable con un conjunto de escritores que crecieron con la promesa del mejor porvenir, y que ahora se han quedado como quien pesca el viento en un terreno baldío.
De inmediato, me obliga una salvedad: entre las promociones literarias recientes en Puerto Rico, la palabra “generación” nunca es bien recibida. Después de todo, a partir de las definición que Ortega y Gasset dio a la frase –una suerte de afinidad de las sensibilidades dentro de un espacio-tiempo común-, la historia de la literatura de mi país ha sufrido la segmentación categórica y casi positivista con la que se ha fijado el canon en las letras puertorriqueñas. No obstante, y sin querer incurrir en la misma práctica, me parece que en un puñado de escritores se ha comenzado a cifrar una literatura del desencanto con el país que ya nunca seremos.
Que la literatura puertorriqueña está llena de marginaciones, explotaciones, injusticias, degradaciones y otras desgracias sociales, es un hecho que desencanta igual desde el siglo XIX. Pero la literatura boricua, a partir del 2000, se canta en desencanto hasta de aquellos ideales que prometían a salvarnos. El conformismo no es una opción. Todo lo demás, retuerce en anacronismo.
El tema merece mayor elaboración, y esa es la faena en la que me encuentro. Baste añadir que la obra indiscutible de esta generación del desencanto es Simone, de Eduardo Lalo, ganador del Premio Rómulo Gallegos 2013. A Lalo se le unen plumas como Janette Becerra, Yolanda Arroyo, Sergio Gutiérrez, Pedro Cabiya, Gean Carlos Villegas y Juan López Bauzá, entre otros que, en su conjunto, han elaborado una poética de los tiempos difíciles en un país que, a razón de seis mil ciudadanos mensuales, se va despoblando.
Entonces, el éxodo: el país que va perdiendo sus lectores.
Y aquí debo afinar la atención hacia el libro más leído en los últimos cuatro años en Puerto Rico: Mundo cruel, la primera colección de cuentos del escritor Luis Negrón, y cuya traducción al inglés –a cargo de Suzanne Jill Levine- no solo le ha traído nuevos lectores sino que le ha ganado elogios entre la prensa literaria estadounidense. Inclusive, Mundo cruel (título que los editores de Seven Stories conservaron en español) acaba de recibir el prestigioso Lammy, el Premio Literario Lambda como mejor obra de ficción publicada en el 2013. Lambda Literary Review honra la mejor literatura LGTB publicada en los Estados Unidos en su gestión de fomentar la integración cultural de una comunidad gigante que se mantiene en constancia combatiente por la validación de sus derechos civiles. El premio otorgado a Luis Negrón, como resalta el Publisher’s Weekly, es el primero otorgado a una obra traducida, lo que constituye un hito cultural tanto en los Estados Unidos como en Puerto Rico.
El galardón es merecidísimo.
Seguro que cualquiera puede entrenarse y ensayar con convencimiento el performance de la escritura, pero nunca logrará fingir la honestidad brutal que se trenza en el nivel fáctico de esta colección de cuentos.
Mundo cruel se compone de nueve historias cortas que se extienden por apenas unas ochenta páginas en su primera edición (unas noventa y seis en la traducción) y elaboradas en un quantum de autoficción.
Aquí no hay posturas enrevesadas ni fingimientos. La máscara es transparente.
Luis Negrón un escritor y profesional del libro, nos habla desde grandes distancias a la vez que legitima el oficio de escritor que escribe desde la cercanía de su experiencia. Es la vida desde la óptica gay encapsulada y contenida en un tomo de relatos que provee la satisfacción de haber leído el Oficio de vivir, de César Pavese. Es, sobre todo, la facilidad del decir de Negrón lo que, en efecto, hace que Mundo cruel sea un libro cuya lectura se queda con uno mucho tiempo después de haberla concluido. Como un aroma en la memoria.
Los cuentos evidencian una mente en acierto, dada a la faena del montaje narrativo. Desde su comienzo, podemos anticipar satisfacciones serotonínicas, en tanto efecto del placer de leer. Mundo cruel amalgama la fragmentación de la experiencia al margen de un orden mayor que juzga, condena y aparta. El escenario es urbano, predominantemente en Santurce, y los actantes primarios se desplazan por la marginalidad dentro de otra marginalidad, como por efecto prolepsis.
Y es precisamente en el manejo de los personajes donde Negrón logra sus relatos. Los protagonistas –Adanes sin Edén posible- gravitan con delectable veracidad y convicción de carácter que les hacen saltar de la página con furia de vida. Se debe esto al dominio magistral de Negrón sobre los diálogos, que en cuentos como “Por Guayama” y “Muchos” se elevan a registros teatrales, prescindiendo de la voz narradora casi en su totalidad. En “La Edwin” y “Junito”, la narración toma un aire derridariano (así, sin como quien no quiere la cosa) en la medida que alucina un interlocutor al que nunca vemos, escuchamos o conocemos, pero que es el recipiente de los textos de los que nosotros, los lectores, somos meros voyeristas.
Pudiese haber una simbología implícita y complicada aquí: los narradores, en sus monólogos, subrayan la soledad de la marginación y el rechazo. Son, por tanto, narradores no confiables -nos manipulan según sus intenciones-, sometidos al beneficio de las dudas e iluminados en la imperfección. Las voces emanan desde sus puntos de enunciación particulares, mas sin embargo, todas son una misma, en tanto relación espacial con el entorno.
Es por ello que, al prescindir de los ornamentos, cuentos como “El elegido”, “El jardín” y “Mundo cruel” impactan como logradas piezas literarias donde, si bien por un lado nos ilustra una sensibilidad desde la óptica gay, el trayecto de la traslación narrativa nos conduce a conocer la humanidad de los personajes, tratados con una belleza agridulce que es la materia misma con la que se construye la buena literatura, sea queer o no.
Lo que nos queda al final es una obra que a veces nos hace reír y otras nos enternece con una profunda tristeza. El mundo es cruel, pero Luis Negrón, al recordarnos el hecho, lo hace más llevadero.
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Elidio La Torre Lagares es poeta, ensayista y narrador. Ha publicado un libro de cuentos, Septiembre (Editorial Cultural, 2000), premiada por el Pen Club de Puerto Rico como uno de los mejores libros de ese año, y dos novelas también premiadas por la misma organización: Historia de un dios pequeño (Plaza Mayor, 2001) y Gracia (Oveja Negra, 2004). Además, ha publicado los siguientes poemarios: Embudo: poemas de fin de siglo (1994), Cuerpos sin sombras (Isla Negra Editores, 1998), Cáliz (2004). El éxito de su poesía se consolida con la publicación de Vicios de construcción (2008), libro que ha gozado del favor crítico y comercial.
En el 2007 recibió el galardón Gran Premio Nuevas Letras, otorgado por la Feria Internacional del Libro de Puerto Rico, y en marzo de 2008 recibió el Primer Premio de Poesía Julia de Burgos, auspiciado por la Fundación Nilita Vientós Gastón, por el libro Ensayo del vuelo.
En la actualidad es profesor de Literatura y Creación Literaria en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Ha colaborado con el periódico El Nuevo Día, La Jornada de México y es columnista de la revista de cultura hispanoamericana Otro Lunes.