Havanafama
Teatro Estudio,
752 SW 10 Ave. (786) 319-1716.
Cuando uno entra a Havanafama hay una sensación curiosa. Te transportas a principios del siglo XX en aquellos cafés parisinos de Montmattre en París. Pasada la emoción del espacio, aparecen otras: la familiaridad, los abrazos entre los conocidos, lo signos de aliento, o los “dime lo que necesitas… y yo te ayudo”. Son constantes muestras y, además, están a la vista del público. En estos momentos se está celebrando el festival de monólogos que ya va por la XIII edición. Con un romántico cuadro de Orestes Bouzón en la publicidad y una más que apreciable audiencia, voy a comentar algunas obras vistas.
Monólogo para un Festival, del desaparecido guionista de TV Carlos S. Franco interpretada por Vivian Morales y dirigida por Wilfredo Ramos es un juego bien equilibrado entre Shakespeare y el día a día de una ama de casa. De fondo: el agua de la ducha donde se encuentra el marido y un discurso entre el desaliento y la venganza de la protagonista. Los recursos gestuales de Vivian son los de una profesional que no duda en ubicarse en cada lugar cuando el guion lo requiere. Un sillón de realeza dorado y un simple pañuelo rojo, ponen en símbolo la sangre, el poder y el desgarro ante el público. Desconozco si se llevará los $500 del premio tal como plantea el texto en este drama, pero su realización -en ese caso su opera prima – pasa la prueba de su primera puesta en escena del director.
La condición postmoderna de Jean-François Lyotard en 1979, obra de referencia de esta corriente, populariza este término –a la postmodernidad me refiero- al punto que marca una nueva manera de abordar los textos literarios, filosóficos o los relacionados con la teoría del arte. Pero aquí el vocablo llega a tal punto de ridiculización simpática de la mano de Mario Sardiñas que no hay más que reír con sana intención al ver a este peón de escenario (Julio Santiago) hacer proezas ingeniosas con su discurso dicharachero y adolescente sobre sus sueños y megalomanías. Dirigida por Belkis Proenza con un planteamiento escenográfico simple – una escalera y una máquina de taladrar- que le da mucho juego, consiguió que la risa no se ausentará en casi ningún momento.
En este recorrido a las cloacas de los que conforman y perturban el nombre de la Iglesia Católica – y quiero aclarar que no es general sino que son unos pocos con nombre y apellido- Julie de Grandy, bajo la dirección de Valentín Álvarez Cascos, ponen el dedo en la llaga en un tema: el abuso infantil entre el colectivo de sacerdotes y prelados. Un obispo, Rovirosa, va a ser investido cardenal por el Santo Pontífice (Juan Pablo II en este caso). La visita de un extraño que lo secuestra en su alcoba antes de la consagración, provocará un conflicto sobre el pasado de ambos. La resolución por lo acontecido tendrá un resultado… la muerte. ¿De quién …de qué manera…? Averigüen ustedes. Un buen texto de denuncia social y una buena resolución en escena con una interpretación más que aceptable en su impronta de venganza del casi novel actor peruano D´Artañan Gutiérrez.
Me quiero morir
Un actor es la risa de sus colegas porque “no sabe morir en escena”. En un parque se encuentra a una anciana que supuestamente le escucha su desdicha y colabora en consolar su miseria. Ésta podría ser la sinopsis. Con una inteligencia práctica en la intención y con un texto expresamente escrito para que se luzca un cómico en escena (Alejandro Gil)…Los actores como colectivo no se pueden quejar cuando una autor/a (July de Grandy) les escriben una obra donde saben que ellos van a ser el espejo perfecto de lo que pretenden. Pero, ¿qué pasa cuando el “antagonista” -en este caso el actor complementario, Jorge Ovies, interpretando a una anciana- puede comerse al actor principal del monólogo? ¿qué ocurre cuando la expresión del silencio a partir de la mímica de sus actos de obediencia y sorpresa ocupan un espacio tan importante como el texto en el monólogo?. Pues lo que sucede, simbólicamente hablando, es sencillo: el monólogo se esfuma y aparece el diálogo. Un tëte à tëte que dicen los franceses donde ambos son exquisitamente protagonistas: Alejandro Gil por su histrionismo patético quizás un poco “subido” pero bien documentado en cada escenificación donde pretende morir ( Macbeth, Romeo, Al Pacino en el Padrino…e incluso, el sketch más conseguido a mi entender, fungiendo como Maya Plisétskaya en el Lago de los Cisnes) y Jorge Ovies por su delicada y extraordinaria feminidad de mujer-mayor-sorprendida-por-el acontecimiento. Un papel que hoy por hoy, de lo que he visto en Miami hasta hoy, lo califico de magistral, y lo repito a pesar del riesgo…magistral. Alguien debería escribir algo para él. Bajo la batuta de este personaje de anciana educada y formal, sin duda, la obra sería un éxito de taquilla.
Llevo una semana rezando para que no mueras es una pieza del prestigioso autor cubano José Abreu Felippe, interpretada por Tamara Melián y dirigida por Juan Roca.
Después de cincuenta años hermosos de casados ocurre lo fatídico: La Parca llama a la puerta de su esposo. La muerte se extiende en el escenario entre el silencio y el grito, entre los recuerdos de la juventud y el olor de la resignación de la amada. Quizás el más equilibrado entre los monólogos que he visto en este festival donde texto, interpretación y puesta en escena se fusionan en una impecable drama donde la muerte y el desdoblamiento entre “lo que fui y lo que hay” son los protagonistas de esta pérdida. A destacar, la habilidad del director para resolver con un cadáver de cuerpo presente, Alejandro Gil – impertérrito y solemne en su actuación- un balancín, y un personaje con un chal blanco en sus hombros: un juego de tiempos donde la esposa va y viene en décimas de segundo del gozo de los años en que se conocen, a la vejez más decrépita y oscura. Tamara Melián se deja transportar por el texto y el director y ejerce tanto de octogenaria arrebatada ante el lecho, como borda el papel con su personalísima luz interior. Sobre todo, exhibiendo el brío de lo compartido con su amado, mientras recuerda el deleite que le produjo vivir junto a él en sus primeros años. Si los tres estamentos de una obra se combinan bajo lo natural y la verdad de cada una de las partes, los resultados que fluyen casi siempre son estimables…Así que “recen” para que la vuelvan a reponer en Havanafama.