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“…. La mujer gritó al hombre.
—¿Qué más quieres de mí?
Él salió. Y se consiguió una amante…”
Abrió los ojos cuando la primera luz de la mañana comenzaba a escurrirse entre las cortinas y la invadió el mismo desasosiego que la asaltaba siempre al amanecer. Justo cuando jalaba el último trozo de aire que le faltaba para suspirar, sintió un dolor en la boca del estómago que le recordó que estaba viva y casi despierta.
Se levantó de golpe, inmisericorde ante la posibilidad de estirarse entre las sábanas y quedarse un rato más en la cama a perder el tiempo. Aún medio dormida se dirigió al baño y encendió la luz, lo que la hizo entrecerrar los ojos. Abrió la llave del agua fría y se empapó la cara. Después, se miró detenidamente en el espejo, que le devolvió una imagen cansada y ojerosa. Se estiró las patas de gallo y exprimió un punto negro. Se quitó el camisón y, al subir a la báscula, recordó la de veces que había roto la dieta. Miró sus pechos caídos y los levantó con las manos, ubicándolos en el lugar que deberían ocupar.
Una vez en la regadera, dejó que el agua tibia la recorriera tranquilamente y en unos minutos las ideas empezaron a caer en su lugar.
Lo estuvo aplazando por algún tiempo, pero en aquel instante decidió que iría a verlo. No se había parado en el funeral y menos aún en el entierro, para evitar escenas y malos ratos.
Cuando salió del baño buscó una aspirina. La resaca empezaba a cobrar los saldos insolutos de la borrachera de la noche anterior.
Revolvió sus cosas en el closet y escogió un juego de ropa interior lleno de encaje; eso era lo único que no le costaba trabajo elegir a la hora de escoger la ropa que se pondría. Después de dejar una pila de ropa y disgustos sobre la cama, decidió que usaría lo primero que se había probado. El negro le sentaba bien y, aunque los tacones de las botas eran molestos, combinaban con el resto del atuendo.
Fue otra vez al baño y se embarró un sinfín de cremas en la cara, sacó unas cuantas cejas que estaban fuera de lugar, se recogió el cabello en una cola de caballo, se maquilló un poco sin olvidar el rojo en los labios y salió después de vaciar una botella de jugo que le dejó un gusto ácido en la boca.
La luz del día le daba un aspecto pacífico al cementerio, recorrió las tumbas hasta llegar a una que había sido recientemente ocupada. Las flores aún estaban frescas y había bastantes coronas, una de las cuales rezaba:
“De tu amante esposa e hijos”
Miró las lápidas vecinas. A la izquierda había una bastante descuidada. Hizo cuentas y descubrió que su morador había muerto a los 95 años, hacía unos diez y que probablemente se habría enterrado a una buena parte de su familia antes que a él. Sintió un poco de tristeza al ver lo sucio y descuidado de la lápida y tomó un poco de agua de la tumba vecina para limpiarla. Dejó una parte de las rosas que llevaba y trató de susurrar una oración que no recordaba completa.
Cuando miró la tumba del otro lado, descubrió que era la de una mujer que había muerto a los cuarenta y siete años, casi la edad que ella tenía. Repitió la operación de limpieza y dejó el resto de las rosas sobre la lápida. A ella la cremarían para no tener la necesidad de que una extraña se apiadara de su recuerdo.
Cuando regresó a la tumba de Octavio, miró detenidamente las flores y pensó en lo que había sido la vida a su lado. Un amor complicado, lleno de secretos y malos entendidos que no le había dejado nada más que un departamento y muchas noches de espera junto al teléfono. Un montón de promesas incumplidas y los restos de su dignidad dispersos junto a un acta de divorcio que nunca llegó.
Sintió deseos de sentarse en el pasto removido, los tacones se hundían en la tierra y la estaban matando, pero le pareció poco adecuado e incluso irrespetuoso sentarse allí.
Trató de dirigirle unas palabras, pero no sabía lo que quería decirle. ¿Tal vez que ya no lo quería? Después de diez años de amores sometidos a la penumbra del cuchicheo y al secreto sabía que, si no lo amaba, no le habían faltado las excusas al momento de decirlo, y después de rendirse ante su inclemente gusto por la rutina, siguió dedicándose a él con algo de la paciencia que pudo rescatar de entre los buenos recuerdos.
Incluso su esposa —la “otra” desde su perspectiva— así como los ingenieros, secretarias, contratistas, albañiles y chalanes de la constructora, sabían que, además de juntas, oficios, facturas y memos, compartían almohada y cepillo de dientes, pero él nunca le concedió la victoria de amanecer a su lado. Sintió una punzada de resentimiento, pero la alejó recordando que, a fin de cuentas, ella era tan culpable como él.
Recordó haber leído en algún libro de esos que buscan la reivindicación del amor aún en contra de todas las evidencias, que mientras más inteligente es una persona, más estúpidamente se enamora
—Según esos estándares —pensó— yo ocuparía la categoría de un genio de la física cuántica.
En ese momento, se rindió ante dos ideas: lo amaba, y era verdaderamente estúpida.
Suspiró mientras miraba detenidamente la corona llena de crisantemos y rosas blancas. Fue a la tumba del viejito, retiró con cuidado una de las rosas rojas que había dejado allí, y la insertó entre las flores de la corona. El rojo se veía bien entre ellas. Revolvió su bolsa hasta encontrar su lápiz de labios, se acercó hasta la corona y escribió algo en la cinta para despedirse de Octavio, sin resentimientos, como cuando él se vestía en la penumbra de la habitación procurando no hacer ruido, mientras ella fingía dormir.
En cuanto terminó, se alejó caminando entre las tumbas olvidadas. Cuando estuvo a unos metros, dio media vuelta para observar una vez más la corona que con su blanco inmaculado, sostenía la rosa roja entre la cinta que ahora gritaba:
“De tu amante, esposa e hijos”.
© All rights reserved Silvia Sánchez Madrid
Silvia Sánchez Madrid nació en el Estado de México en 1977. Es Licenciada en Derecho por la UASLP y cursó la Maestría en educación por la UCEM, desde hace 23 años se dedica a la docencia de nivel medio-superior. Narradora y cuentista, formó parte del taller “Juan Donoso Pareja” de la casa de la Cultura de San Luis Potosí (Museo Francisco Cossio) coordinado por el Maestro Félix Dauajare. Actualmente, sesiona en Abismos: taller literario, coordinado por Xalbador García.