Soy parte de su vida, pero no soy su vida. Surjo en él como una idea, como una de las muchas que cruzan su cabeza en los momentos de trance. Se refiere a mí como un olor, como el mejor de sus accesorios de cama, como aquella voz que tranquiliza lo caótico de su sueño. Porque su cabeza nunca lo deja descansar, lo posee y hace uso de su cuerpo como una marioneta manejada por una serpiente. Lo hace retorcerse, caminar entre pasos endebles, mover las manos sin la coordinación que requiere tener extremidades, abrir la boca sin pronunciar nada, pelearse contra el espejo. Ese hombre no parece hombre, pero es el que duerme a mi lado.
Es un ser que se entregó a su condena de manera voluntaria, que se enterró en una parte de su cabeza en la que no le estorba a esas grandes ideas que nunca lo llevan a nada. Que lo hacen más idea que hombre, que lo remiten a lo primitivo de la subsistencia pero lo enaltece como al creador.
La única verdad que yo descubro de todo este martirio es que para crear uno debe dejar de existir. Es la idea que impera porque el resto ya se las ha robado él, en ese coro de voces que me describe cuando su mente le permite ser ese a quien amo. Porque siempre puede ser él cuando caminamos de la mano y entonces la única idea que lo acosa es la nostalgia. La de nosotros a los veinte, recorriendo esas mismas calles hablando de la vida. Es ahí cuando me ama, cuando recuerda hacerlo como en su juventud porque nunca pudo tenerme. Y en el ahora, en ese privilegio que tiene para nunca estar conmigo, sabe que si me pierde, también perderá sus ideas. Soy yo la que le da la calma para desaparecer en su nebulosa. Sabe que cuando resurge entre esas voces más fuertes que la mía, va a encontrar que su vida tiene sentido. Él hizo un pacto con el diablo que vive en su cabeza y me lo ha dicho. Yo a cambio de su cuerpo. Yo a cambio de convertirlo en un ser que habita entre lo intangible y lo natural.
La nostalgia es lo único que vence a las ideas y yo encarno esa nostalgia. Porque aún así su mente se agota, se descarrila. Es cuando esas ideas que lo poseen maldicen la debilidad de su hombre, de las limitaciones de aquellos que sí existen y que deben descansar para poder existir. Ellas lo esperan en el abismo, eternas, sin deformarse mientras él camina junto a mí, me besa, me toma, me sacude. Porque durante el sexo, en ese hombre no habitan las ideas, sino que se vuelve obediente a mí. Lo controlo con señales que ha aprendido a lo largo de los años y otras veces se vuelve mero impulso. Es en medio del orgasmo cuando lo siento perderse, tirar la cabeza hacia atrás y reconocerse hombre antes de perder noción de su figura corpórea. Se deja empapar en gotas de sudor que lo recorren y que yo atrapo con la boca antes de besarlo. Aún inconsciente no lo suelto. Me coloco sobre él y lo torturo. Lo reclamo mío con uñas y dientes, embarrando mi piel en la suya deseando traspasar su cabeza. Quiero destazar su mente hasta dejarlo con una única idea. La de que estoy a su lado y que lejos de mí, sería incapaz de existir.
Me siento ridícula cada que apelo a ese joven que ya no existe. A ese que puse todo mi empeño para no amarlo y ahora subsiste en mí por pura nostalgia. Es lo que nos une, es la idea que vence todas las ideas y por ella no lo asfixio con una almohada. Es la nostalgia el único motivo para dejarlo tocarme, por la que permanezco a su lado porque se lo debo, porque ahora lo amo. Aunque ese hombre no sea más que una idea.
@ All rights reserved Gustavo Rivas Torres
Gustavo Rivas Torres. Nacido en 1999, en la ciudad de San Luis Potosí, México. Ganador del Concurso Estatal de Cuento 2012 en la categoría juvenil. En 2016, concluyó el taller: “Análisis de creación Literaria del CEARTSLP”, impartido por Xalbador García. Durante 2018 participó en el curso: “Los exiliados de la revolución mexicana en Cuba, una historia por escribir” del Colegio de San Luis. Publicó en la Revista Matices, 2020, la Revista Resonancia SoM #2, 2021 y Nagari 2022.