saltar al contenido
  • Miami
  • Barcelona
  • Caracas
  • Habana
  • Buenos Aires
  • Mexico

Septiembre 2024

[II] Tras las huellas del Demiurgo: entrevista a Bruno Galindo. (A una década de la muerte de Leopoldo María Panero). Xalbador García

La presente entrevista se realizó en el año de 2012 y forma parte del libro Tras las huellas del Demiurgo, inédito hasta la fecha. El objetivo era charlar con quienes estuvieron alrededor del llamado “último poeta maldito”, pero al mismo tiempo que la conversación sirviera como excusa para compartir las palabras, la poesía, la vida. El escritor y artista Bruno Galindo fue parte del proyecto audivisual titulado Panero, donde se musicalizaron poemas del Demiurgo y se gestaron dos documentales imprescindibles para conocer al poeta.

“Seis de enero: salgo a la puerta y me arrodillo ante la muerte”. Se trata del diario poético de Leopoldo María Panero en el Manicomio de Mondragón. Desde muy temprano el estigma de la locura viaja junto al poeta. Sabe del psiquiátrico luego de su primer intento de suicidio en 1968, cuando rondaba apenas los veinte años, momento de incertidumbres y deseos incumplidos. La edad de la mañana y del fuego, del capricho, de las primeras llamadas del abismo, cuando se cree en el futuro mientras se va comprendiendo, poco a poco, la pudrición siempre eterna del presente. Para entender la vida, para arrodillarse ante el dolor, para aceptar la oscuridad de los días, sólo basta una década que empieza en los veinte años:

El loquero sabe del sabor de mi orina

y yo el gusto de sus manos surcando mis mejillas

ello prueba que el destino de las ratas

es semejante al destino de los hombres…

Durante el franquismo, los manicomios eran sitios brutales, sin el avance médico que posteriormente adoptarían. Los pacientes eran rehenes del desprecio, la ceguera y el intento absurdo de aliviar sus enfermedades bajo las consignas del sufrimiento. El propio Leopoldo María Panero sufrió electrochoques al momento que los médicos descubrieron sus tendencias homosexuales. Por esa época el cineasta Jaime Chavarri quiso realizar un cortometraje con imágenes de las instituciones mentales de España, pero la prohibición oficial hizo imposible realizar el proyecto. Ante el fracaso, Chavarri fue seducido para realizar lo que posteriormente se convertiría en una de las piezas de culto más sobresalientes del cine español: El desencanto, filme donde mezcló la locura que tanto le interesaba con la historia de España, el arte, la literatura. Todo ello aderezado con personajes que no jugaban más que a ser ellos mismos y resultaron extraordinarios.

Los protagonistas fueron “Los Panero”. En el filme, la madre, Felicidad Blanc, y los hijos, Juan Luis, Leopoldo y Michi, transgreden la pantalla para desnudarse y contar la historia de su familia, la del esposo y el padre muerto: Leopoldo Panero, que para entonces ya había fallecido bajo el estigma de ser el poeta oficial del régimen franquista. Muestran lo cándido, el absurdo, el rencor, la inteligencia, la lobreguez de toda persona. Son la imagen de la fragilidad de la existencia humana. En la película, la primera aparición de Leopoldo María es en un cementerio por donde camina con la mirada baja, con una gabardina negra, haciendo surcos de mutismo por el aire. Luego El Demiurgo desbordará esas frases que, para Jaime Chavarri, son el triunfo de la inteligencia con toda la destrucción y autodestrucción que inevitablemente lleva esta y sus caminos.

El desencanto es un retrato de familia en tonos sepia que presenta arrugas de la locura. Leopoldo María le reclama a su madre por haberlo ingresado a una institución mental. Es difícil comprender a la locura, pero más difícil aún cuando la locura va enmarcada en la soledad. Lo supe en Madrid, cuando el tren paró en Atocha. Las nubes eran un amago de llovizna cuando empecé a caminar. Me encontraba más cerca de El Demiurgo y su última atalaya: El Hospital Psiquiátrico Carlos I, ubicado en Las Palmas de Gran Canaria, isla africana con corazón español y lenguaje caribeño. ¿A qué sabe Madrid? ¿A qué se siente? ¿Cómo es su recuerdo? Hay entre sus calles algunas que se niegan a olvidar un pasado imperial, hay otras que hacen un guiño al futuro sabiendo que el futuro no llegará nunca porque se ha quedado anclado en el Oriente. Entre sus calles hay alguna que remite a la leyenda de existir donde las niñas ya no quieren ser princesas.

Nadie repara en Madrid sobre el silencio de sus calles. Las prostitutas de La Gran Vía conviven con la luna, pero también con los indignados de la Puerta del Sol sin dirigirse la palabra unas a otros, mientras los turistas toman fotografías o beben cerveza, como excluidos del mundo. Y detrás del tiempo, la sombra de la sombra de un sueño al otro lado del Atlántico: Una mujer viaja en autobús a un lugar desconocido. Un hombre —cualquier hombre— trata de llamar su atención desde la acera frente al vehículo que ya ha iniciado su marcha. Le grita algo simple. Ella voltea. No se escucha sonido alguno, pero en sus labios se adivina el mensaje. El hombre es el espejo de la sonrisa que la mujer le ha regalado luego del mudo “también te amo”. Y pese a ello, nada se detiene. El autobús avanza. El tiempo muere. Ellos se miran. El hombre ha quedado muy atrás. En ocasiones me gustaría creer que el silencio de Madrid puede fermentar esperanzas…

Llego a esta ciudad para hablar de Leopoldo María Panero, pero también para seguir con la peregrinación que me llevará al manicomio de Gran Canaria para verlo. Existe una especie de sociedad secreta alrededor de El Demiurgo. Artistas, escritores, fans de cualquier parte Europa y del mundo que buscan conocerle, que viajan hasta donde se encuentra, que hacen esa especie de peregrinación de la que yo para este momento ya formo parte.

“Sí hay una cofradía de gente que le quiere ver y pocas veces yo me encuentro que esa gente que le quiere ver realmente esté dispuesta a verle de verdad. Hay un poco siempre de freakshow, no sólo con Leopoldo, sino con la locura en general. La gente no quiere ver la locura, por lo menos en este país la gente no quiere ver la locura, quiere ver la idea que tiene de la locura, que es una locura, un poco más familiar, tal vez un poco más cinematográfica, pero no todo mundo puede con ello, y no todo mundo está capacitado para ver la libertad de la locura, esa libertad que está en el lado oscuro de la locura”. Así me lo cuenta Bruno Galindo, el primero de la cofradía que me recibió en España y con quien me reúno en un pequeño café de la calle León, en Madrid. Sus primeras palabras fueron de advertencia: “Leopoldo te hará invitarle cocacolas, te hará comprarle tabaco, no le consientas todo… y buena suerte”. Sin más preámbulos desvía sus palabras para tocar a México, a San Luis Potosí, de donde yo llegaba en el ahora lejano año de 2012: “Conozco Matehuala, un lugar que amo profundamente”.

—¿Cuándo tienes planeado regresar a esa región de México?

—Pues si los mayas no nos matan para el año siguiente —me responde.

Bruno Galindo es un artista que explora diversas formas de expresión. Su página personal en internet lo dibuja como un creador que “produce textos en distintas superficies, según se requiera la palabra escrita, electrónica u oral. En dos décadas de periodismo, literatura e híbridos ha firmado centenares de artículos, publicado media decena de libros y contribuido en numerosos discos y espectáculos de experimentación perfoliteraria, spoken word y poesía escénica. Entre esos trabajos hay piezas para El País, Cultura(s), Inrockuptibles, Rolling Stone o Granta; libros como Lunas hienas, Vasos comunicantes, África para sociedades secretas (Premio de poesía Rafael Pérez Estrada), Duna 45, Diarios de Corea, Omega (finalista Premio UFI 2012) y El público; colaboraciones con artistas como Tom Zé, Gary Lucas, Arnaldo Antunes, Javier Corcobado, Strand o Nacho Vegas”.

Junto a Carlos Ann, Enrique Bunbury y José María Ponce, Galindo musicalizó poemas de Leopoldo María Panero, proyecto que se plasma en el disco de 2004 titulado Panero, el cual dos años después fue acompañado por los documentales Un día con Panero, donde el poeta muestra sus andanzas junto a Carlos Anna y Bunbury por Las Palmas, y Una noche con Panero, extraordinario anecdotario fílmico de lo ocurrido el 9 de marzo de 2005 en el íntimo teatro La Paloma de Barcelona, donde todos los mencionados se reunieron para interpretar y recitar los textos de El Demiurgo.

Cuando llega la hora de recrear el enigma llamado Leopoldo María Panero, Bruno Galindo no duda en señalar: “Aparte de la gran personalidad de las letras españolas, para mí Leopoldo es un hombre valioso porque es un hombre en libertad y un hombre sin miedo. Y son apenas dos de los poderosos motivos por los que me gusta, le admiro y le tengo cariño. Paga el precio de la libertad total, paga el precio del vivir sin miedo que es la locura. Una locura con la que Leopoldo seguramente nace y que seguramente desarrolla en algún momento de su vida (pero yo no soy un experto de su vida, por lo que te hablaré más bien de impresiones luego de haber trabajado con él o de haberle homenajeado). Paga el precio, y es lo que los psiquiatras llaman locura y lo que la gente más o menos llama la locura.

“Leopoldo es un tipo muy entrañable, muy cariñoso, muy divertido, muy oscuro. Es un grandísimo escritor y es un grandísimo poeta. De las pocas voces poéticas contemporáneas, entre los vivos y entre los muertos, que ha capturado en palabras el abismo, el abismo de la vida. La poesía de Leopoldo captura el infierno con una hondura brutal. Es como si realmente hubiera estado allí. No hay más remedio que pensar que sí ha estado ahí”.

Cómo no creer que El Demiurgo ha estado en el infierno. Sus palabras son el susurro de eso desconocido que sólo él ha visto, de eso desconocido que sólo él ha podido reproducir en poesía. Una semilla de oscuridad la convirtió en un árbol de tinieblas:

Aquí estoy yo, Leopoldo María Panero

hijo de padre borracho

y hermano de un suicida

perseguido por los pájaros y los recuerdos

que me acechan cada mañana

escondidos en matorrales

gritando porque termine la memoria

y el recuerdo se vuelva azul, y gima

rezándole a la nada porque muera.

Bruno me cuenta que al poeta “personalmente le conozco desde 2004. A raíz del disco con Carlos Ann, Enrique Bunbury y José María Ponce. Como lector, como conocedor superficial de su obra y de su personaje, desde que tengo un poco uso de razón y desde que tengo interés por la cultura y por la contracultura”. Me explica que “durante los setenta y principios de los ochenta en España hay un florecimiento de la cultura contemporánea y de la modernidad. Venimos del franquismo, de cuarenta años de oscuridad total, de censura, de represión, de falta de información, entonces son unos años en los que aparece una fotografía determinada, un cine, un diseño, también aparece una literatura y en esa literatura está Leopoldo María Panero, en esos años setenta y ochenta, en los que andaba de día y de noche alternando con todo este mundo que si Almodóvar, que si Radio Futura. Y él andaba por ahí. Si hablas con gente de esa época te van a contar mil historia, de cómo Leopoldo se hizo una especie de fantasma, al filo de la lucidez y del desequilibrio y bueno, en esos años, yo creo que es cuando él decide quedarse al margen de la sociedad y ser cuidado en instituciones psiquiátricas. Recorre varias y la de Las Palmas, de Gran Canaria, es a estas alturas en la que más tiempo lleva.

“Pero conocerle en persona y poco mejor, es a raíz del disco que hicimos y sobre todo a raíz de la presentación que hacemos en Barcelona en la sala La Paloma con los distintos participantes del disco y traemos a Leopoldo. Hay varios videos de ese concierto en la red. Después he coincidido otras veces con él. Y ahora voy a coincidir con él en Córdoba, en Andalucía, el 7 de julio. Vamos a hacerle un pequeñito homenaje por ahí. Hay un músico que se llama Fernando Vacas, de Córdoba, quien tiene una banda que se llama Prin-Lala, como el perro imaginario que tienen los hermanos Panero. El grupo son unas niñas pequeñitas que cantan una música bastante fuerte. Grabaron un disco que, si no me equivoco, tiene una rola con letra de un poema de Panero y ahora están sacando el nuevo disco, donde por cierto yo colaboro con ellos, y van a hacer algo con Leopoldo. Y por eso, este amigo mío, se fue a verle hace dos o tres semanas, así como tú vas a ir. Le llamó y al día siguiente estuvo con él. Le dijo que él quería que colaborara y Leopoldo le dio un texto. Por eso mismo, sería bueno que le mencionaras a Panero lo de Prin-Lala”.

No sé qué esperar de mi encuentro con El Demiurgo. Bruno Galindo trata de explicarme la experiencia de estar con Leopoldo. No es fácil. Tampoco se trata de comunicar lo que sólo a fuerza de vivir puede entenderse. Toma un poco del té que ha pedido y entonces me revela una especie de secreto, una especie de tatuaje en el alma y la consciencia que les brota a quienes van a ver al poeta: “Hay algo que he podido cotejar con otra gente que ha tenido que ver con Leopoldo, con Carlos Ann, por ejemplo, y es como siempre que hacemos algo con él, los días siguientes le soñamos. Nos viene como en sueños. Yo en particular he tenido algunos sueños muy vívidos con Leopoldo. No quiero decir que esto sea con matices esotéricos, pero cuando hago algo con él, los días siguientes le sueño. Me imagino que debe de haber alguna explicación que yo no alcanzo a comprender y que tenga que ver con cómo de alguna manera determinadas patologías son capaces que una persona se comunique con otra no sólo en un plano consciente, sino en otros planos, tal vez subconscientes. Esto habría que preguntárselo a un psiquiatra o a alguien que conozca otro tipo de energías, pero a mí me pasa mucho”.

Esos sueños se componen de chistes, de versos, me cuenta Bruno que vuelve a repetirme como si quisiera dejarlo verdaderamente claro: “Yo no quiero decir: ‘Panero me habla en sueños’, o hacerme el médium, pero sí hay algo que te marca en alguna zona que no sueles tener activa con la gente normal”. Lo que es verdad es que la marca que le ha dejado el poeta trasciende sus sueños, se impregna en la labor que ha desarrollado desde diversas trincheras como la literatura y la música: “En mi obra está presente Panero. Yo tengo algunos poemas escritos para Panero y otros escritos bajo la influencia de Leopoldo. Lo digo con toda la debida admiración a Leopoldo y con toda la debida modestia por mi parte”.

—Sobre el proceso creativo que tú bien conoces, ¿sabes cómo es el proceso creativo con el cual se maneja Leopoldo?

—Leopoldo no está escribiendo constantemente, pero él dice que se puede escribir un libro en tres cuartos de hora. Y yo diría que sí. Para mucha gente los últimos libros de Panero no tienen el filo, la brutalidad, la intensidad, el brillo genial, de otros, ni falta que hace, no queremos que haga siempre lo mismo, pero yo sí creo que Leopoldo trabaja así, que de repente debe de decir: “venga, ahora” y tiene una especie de verborragia poética y ya está, un libro.

“Fíjate qué interesante: en la cotidianidad Leopoldo es de una manera, que puede ser muy difusa o que puede ser muy loco, pero la escritura es muy ordenada. Él sabe cómo manejar la palabra. Incluso la prosa es muy ordenada. De repente hay algún prólogo de él o de repente hay un texto de narrativa y tienen una prolijidad sorprendente. Es como si tuviera ese switch para encender el artista que es”.

Pareciera que ahí, en ese momento frente a la página, frente a la nada, es cuando El Demiurgo se deslinda de toda esa neblina que lo etiqueta como “Poeta maldito” para inmiscuirse en los laberínticos procesos de la creación. A él mismo le molestan las etiquetas. En más de una entrevista ha señalado que está cansado de ese personajillo que se le endosa sin conmiseración alguna. El personaje que deambula por los psiquiátricos y cuya poesía sólo vale porque viene de un hombre trastornado mentalmente con un mito que se acomoda muy bien a las leyes del mercado cultural de los rebeldes, de los desentendidos, de los artistas que quisieron escupirle al mundo su pudrición y bajo ese velo se han ganado un lugar idóneo en los estantes del mercado que despreciaban o supuestamente despreciaban. Los radicales domesticados siempre venden y venden bien. A El Demiurgo le importa poco esto y sólo menciona que tanto como le gustan el alcohol o la literatura, asimismo le gusta vivir bien. Bruno Galindo me muestra el mundo de las etiquetas culturales españolas y menciona:

“Leopoldo es el poeta loco oficial de España, también para los españoles, pero también creo que se puede conocer a Leopoldo sin que sea ‘el loco’. Es un poeta muy conocido y que para lo underground que es la poesía, toda ella, es un poeta muy considerado, que vende libros, que está en las ferias, que sale mucho, que trabaja mucho. Leopoldo está en el psiquiátrico, sí, pero él sale mucho. Va a los encuentros, tiene recitales, tiene firmas de libros. No es tampoco la imagen de un tipo que está en cerrado a cal y canto entre cuatro paredes. No es así, afortunadamente. Siempre sale con alguien del psiquiátrico que le cuida, porque él tiene que tomar una medicación, que es una cantidad de pastillas para marearse cuando ves la cajita que tiene apuntado: lunes, martes, miércoles, jueves, viernes… noche, mañana, tarde. Es una farmacia con patas. En ese sentido siempre sale la onda de ‘pobre Leopoldo, le manipulan’. Pero no es así. Es la vida de un escritor profesional con sus claros matices es cierto. No hay que olvidar que hablas de alguien que tiene un desorden mental. Entonces se trata más bien de la visión del escritor profesional, pero radicalizada”.

—Dentro de este mundo de las clasificaciones, desde tu perspectiva, ¿quiénes son Los Panero?

—El padre Leopoldo Panero era un poeta protegido por el régimen franquista, muy vinculado a éste y muy criticado por ello. Era un poeta, sobre todo un poco más clásico. Como quiera que sea tiene tres hijos, que son tres excesos, cada uno por un motivo distinto, pero son tres histriónicos. Juan Luis Panero que vive y que es un crítico y poeta. Michi Panero que murió y Leopoldo María.

—¿Esta visión de los Panero asociados con el franquismo aún pervive en España?

—Los hijos ni siquiera se asocian con el padre, mucho menos con el franquismo. Son tres outsiders y tres tipos que muerden la mano familiar. De la madre, Felicidad, yo tengo la imagen que tiene la gente que vio El desencanto: una señora maravillosa, de la que uno se pregunta por qué la vapulean tanto los hijos. Es un poco como la madre que todos quisimos tener y de repente Leopoldo le tira.

—¿Y qué te parecen las películas (El desencanto, Después de tantos años y Los abanicos de la muerte) que se han hecho sobre la familia?

—Las películas son fantásticas, sobre todo El desencanto es una barbaridad. El desencanto es una de las propuestas fílmicas más audaces que he visto, de las que mejor tocan la profundidad del alma humana con toda la belleza y el horror que tenemos ahí dentro.

—Siguiendo esta línea de los proyectos artísticos que han estado ligado tanto a la familia como a la obra o vida del propio Leopoldo María Panero, cuéntame del disco en donde musicalizaron sus poemas.

–—La idea del disco fue del cantante, músico y productor Carlos Ann. Él tenía una fijación con Panero desde hace un tiempo y estaba muy metido en la obra del poeta, y quiso montar un disco con repertorio poético de Panero e invitó a Bunbury que conocía de antes y con quien incluso habían tenido un cuarteto de solistas que se llamó Bushido y lo estaban haciendo ellos. Un día Carlos me llamó, porque nos habíamos hecho amigos. Yo le había conocido porque le hice una entrevista. Me había hablado de él justo uno de los miembros de Bushido, Sharma, quien me dijo: “tienes que conocer a Carlos Ann, te vas a llevar muy bien. Está grabando un disco con Jáuregui en un estudio en Málaga (un estudio que ya no existe)”. Inmediatamente nos hicimos buenos amigos y me dijo: “yo quiero que tú participes en este disco”. Yo dije: “Sí, claro”. Yo nunca canté y no lo he hecho prácticamente, pero sí tenía una noción de lo que puede ser la literatura oral. A mí siempre me gustó la cultura spoken word desde los beatniks hasta algunos poeta afroamericanos, algunas vanguardias europeas que utilizaban la voz no cantada y el texto literario grabado con resultados muy interesantes y, sin dudarlo, dije que “sí que por supuesto”. Después Carlos incorporó al proyecto al cuarto hombre: José María Ponce, que es un tipo muy interesante, barcelonés, un director de cine porno, y un activista cultural polifacético. A lo largo de un tiempo grabamos el disco en Barcelona, en los estudios de Carlos Ann. Fueron pasando Enrique, Carlos, yo y después vino Ponce.

Si la experiencia de estar frente a Panero se define como un sembradío de sombras en el alma, adentrarse a su obra es un viaje del cual es imposible salir inmaculado. Galindo lo comprendió cuando empezaron a acumularse los días durante los cuales amalgamaban el disco: “Preparar el repertorio implicó meterse en el mundo poético de Leopoldo, el cual, si realmente te metes, no sales como entraste, sales algo dañado. Es un mundo que te altera, te causa un efecto. De alguna manera es una experiencia traumática o puede serlo. Si realmente te metes no te deja limpio”. Y luego de una pausa, de digerir cada una de sus palabras, me cuestiona: “¿Te gusta el disco?”

—Sí, me gusta —le respondo para darle pie a sus consideraciones posteriores que ya sabía estaba preparando durante el mutismo—:

—Yo creo que está muy bien. Tiene una pegada, tiene una tensión increíble el disco y no ha pasado tanto el tiempo para que suene a otra época, por lo que creo que conserva el filo. Sigue siendo tan dañino y tan aterciopelado como cuando salió.

–—Así como esta experiencia del disco te ha gustado mucho, ¿dónde te sientes más cómodo, en la música, en la literatura?

–—Estoy más enfocado a literatura y en particular en narrativa. Acabo de publicar una novela que se llama El público. Es una ficción contemporánea sobre el individuo, el sistema, los medios de comunicación, el amor, el individualismo, el desamor, la violencia, relaciones entre generaciones, y estoy escribiendo ahora otra. En la actualidad lo que más me interesa, de las distintas cosas que hago, es la novela.

—Sabes de los Novísimos, de esa caterva de nocturnas aves a la que perteneció y luego se deslindó Panero. ¿Te sientes parte pues de alguna generación, una promoción o un grupo en particular en España?

—No me inserto en ninguna generación o alguna corriente en España y si así fuera tampoco lo aceptaría. En realidad nunca me han interesado demasiado las corrientes, porque encuentro personalidades individuales en todas las corrientes. No hay ningún club al cual pertenecería en exclusiva y aunque no fuera en exclusiva tampoco.

—¿Cuál sería tu visión de la literatura española actual?

—Como en el resto de las esferas culturales y como en casi todo diría que hay una colisión entre lo viejo y lo nuevo. Los viejos temas, las viejas maneras de escribir, las viejas maneras de enfocar el negocio editorial, frente a la nueva manera de hacer todo eso mismo. Por ello, es un momento muy interesante. A esa creación cambiante que vivimos en la actualidad, se une el interesante factor de que no sabemos muy bien qué es un libro en la actualidad y si dentro de cinco años le seguiremos llamando libro a un montón de hojas encuadernadas. El libro está en una redefinición muy interesante y vamos a ver muchos cambios, sobre todo en su asociación, con la tecnología. Muy pronto estas mismas palabras van a quedar viejas, porque va todo muy rápido.

—¿Tienes alguna teoría de lo que puede suceder?

—Si cada vez leemos más libros digitales o electrónicos parecería lógico se vaya a transformar radicalmente en favor de muchas editoriales pequeñas e incluso la autoedición, por eso va a ver muchas más literatura: buena, mala y regular. A mí, por ejemplo, me costó mucho trabajo publicar esta novela El público. En digital no me costaría nada. Lo maquetamos más o menos bien, lo convertimos en pdf o un formato alterno, lo subimos a la red y ya está. Entonces yo me imagino que habrá bibliografías más extensas, seguramente va a ver una medianía, una gran medianía, incluso una cierta mediocridad que va hacer difícil encontrar las cosas buenas, por eso serán muy importantes los prescriptores. Seguramente, como ha pasado en la música, el propio público será el prescriptor ideal por encima de la crítica o junto a la crítica. Es muy posible que las editoriales del futuro sean attps y que los nuevos agentes editoriales sean como multimanagers y los nuevos autores sean gente que hasta ahora eran público y también me parece que como van a descender claramente los ingresos para los escritores, el escritor estará mucho más en la calle y en las librerías, se dará visibilidad a los libros, no solamente como libros que están en la librería y que vaya gente y los compre, sino que habrá más performance, más speaken work, más mesas, más encuentros con escritores y si así es, pues yo creo que veremos más y más experimentos muy interesantes en torno a lo que yo considero algo así como “perfoliteratura”, como escritores aliados con otro tipo de disciplinas. Quizá con la música o con la imagen o con el arte plástico y a mí eso me gusta y me interesa mucho. Creo que va a ser muy positivo y muy interesante. Todo eso también podría servir para quitarle a la literatura ese aspecto de cosa pesada que tiene para tanta gente. Para mucha gente la literatura es una cosa pesada y poco atractiva y seguramente los nuevos procedimientos van a acercar más la escritura a la gente. Si bien es verdad que necesitamos tiempo. Hemos perdido mucho tiempo para crear.

“La poesía ya tuvo una pequeña revolución dentro de todo esto. La poesía, venimos de una cosa muy ortodoxa: ‘el gran poeta va a hablar, callémonos’, está sentado con su mesa, con su vaso de agua. Es vehemente, es grande, entonces nosotros somos pequeños. Hay como una especie de jerarquía, una verticalidad algo incómoda. Las nuevas generaciones de poetas escriben no necesariamente para un libro, sino para el show, para el recital en vivo y muchas veces escriben para que haya una música de acompañamiento, una performance o unas imágenes. Entonces la poesía se sacó un poco de encima esa cosa de pesadez, como de antiguo, como de demasiado vehemente, pero la narrativa todavía no lo ha hecho. El escritor sigue siendo una persona poco fotogénica y muy sospechosa de ser un tipo pesado o una tipa pesada. Entonces creo que la narrativa puede también estar en estos días experimentando nuevos caminos para estar más presente en la vida de la gente, para recuperar lectores.

—¿Tu apostarías por el libro electrónico?

—Yo le apuesto a las dos cosas. Es decir, a mí me gusta mucho tener una tableta, irme un fin de semana a donde sea y llevar 50 libros en una tableta y ya veré cuál me leo. También me gusta mucho comprar un buen libro tradicional, me encanta el objeto libro. Me gustan las dos cosas, pero creo que es una buena combinación. Lo mismo que la música digital también ha revalorizado el vinilo. Estuvimos unos años bajando mp3 como locos y ahora seguimos teniendo el mp3 en el teléfono, en donde sea, pero si te gusta la música tomas el vinilo y eso es algo especial. Con el libro podemos ver algo parecido, no creo que tengamos que renunciar a la tecnología de un libro antiguo, al libro como objeto, porque es una tecnología que nos gusta. Tampoco veo por qué no vamos a tener libros electrónicos, cuando todo lo demás es electrónico, nuestra información viene electrónicamente, nuestra opinión la expresamos electrónicamente, nuestros afectos, nuestro amigos, nuestra vida es jodidamente electrónica, ¿qué le vamos a hacer?

—Sé que precisamente estás muy enfocado a estos nuevos soportes de presentación de la literatura, ¿cómo montas tus recitales de poesía?

—Yo vengo de la música y a mí me gusta mucho trabajar con músicos. He trabajado mucho con gente del rock o gente de electrónica, con gente de la psicodelia, con distintos tipos de propuestas. He podido trabajar con gente muy fuerte. Desde Tom Ze, Javier Corcobado, con Carlos Ann y Bunbury hasta Gary Lucas, que es un guitarrista americano con quien tengo varias cosas, entre ellas un disco grabado. Él era el guitarrista de Jeff Buckley y Captain Beefheart. Lo que yo hago o como lo he venido haciendo en estos tiempos es que del mismo modo como yo escribía para un libro o para una revista, del mismo modo escribía pensando en una visibilización oral y escénica en un texto poético o no poético. Ahora me interesan más las posibilidades de la asociación con el arte plástico y el texto, con la tipografía incluso.

“Estoy experimentando con la tipografía. Tengo algunos experimentos con un pintor holandés: Karel Stoop, un pintor que hace una pintura podemos llamarla abstracta. Él ha trabajado con textos míos, que los ha integrado dentro de los cuadros y yo he escrito algunas cosas para él también a partir de la inspiración de algunos de sus cuadros. Y después me gusta pensar en el poema o en el texto narrativo como objeto, entonces ahí te tienes que ir a las tipografías a grandes letras o a letras de algún tamaño con las que trabajar desde una perspectiva artística más sencilla, más compleja, según el caso”.

—Al principio de la charla tocaste dos conceptos muy interesantes para referirte a Leopoldo María Panero, la libertad y el vivir sin miedo. ¿Cómo vives la libertad y estar sin miedo en tu arte?

—Yo creo que cualquier artista, en cualquier rama, la aspiración a la libertad debe de ser la gran aspiración. De hecho el arte se puede definir como la libertad manifestada a través de distintas técnicas o de distintos formatos. La búsqueda de la libertad es la gran batalla para quien escribe, para quien pinta, para quien hace películas, para hacer un arte que merezca la pena. Y el miedo justamente es lo que nos impide llegar a ese territorio de libertad. En realidad, la libertad y el miedo son una cosa y su contraria, son las dos caras de la misma moneda. El miedo es como si fuéramos músicos y sólo hacemos músico entre los 80 y los 120 decibeles, pero por arriba de los 120 decibeles hay un montón que hacer, existe todo eso también y del 80 para abajo, también está todo eso. Porque hacemos las cosas ensortijadas en ciertos formatos, que es lo que hace que no seamos libres para arriesgar: todos los colores, toda la gama que hay. Entonces quizá eso sea una posible visualización del miedo en la creatividad, eso que hace que nos expresemos con cinco letras, cuando el abecedario tiene 27 letras.

—¿Qué obras, además de Panero, consideras que han llegado a esos rincones de libertad?

—En literatura yo pensaría en la gente del grupo literario Oulipuo, donde están autores como Georges Perec, Raymond Queneau, gente libre. Si pensara en cine, mencionaría a Luis Buñuel. Es gente que dice “¿y por qué no voy a hacer esto?” Y que tenga un resultado estimulante. La historia del arte está llena de casos de grandes artistas que son gente que trabaja en libertad.

—Tienes alguna obra muy ligada a la libertad.

—No. Yo me sitúo lejos de lo que te estoy hablando. Te estoy hablando de la teoría y la práctica, yo todavía no he conseguido unir la teoría y la práctica. Es un poco como el sentir y el pensar. Cuándo dejas de pensar lo que vas a hacer y te abandonas al sentir como forma de vida. En la creatividad cuanto más sientes y menos piensas mejor van las cosas.

Como sucede en estos casos, se piensa que ya todo está dicho. Bruno paga la cuenta. Soy su invitado en Madrid, me dice. Nos dirigimos al corazón de la ciudad. Le he pedido que me recomiende alguno de sus libros y un lugar donde se pueda adquirir, porque Madrid está de fiesta y algunas librerías han cerrado desde muy temprano. Su teléfono celular suena. Contesta. Voltea a verme y me sonríe. Algo sucede que tiene que ver conmigo. Me pasa el teléfono. Escucho al otro lado de la comunicación: “Qué tal Salva, soy Fernando Vacas, de Córdoba, del grupo Prin-Lala. Acabo de estar con Panero”. La casualidad no puede ser más hermosa. Me presento por teléfono, le explico rápidamente mi proyecto, mientras andamos por callecillas hermosas decoradas con bares que ofrecen tapas, cerveza, paella caliente. Madrid se convierte en pasos, palabras por teléfono, entusiasmo en torno a la vida y obra de un poeta que en ese mismo instante nos ha unido a tres noctámbulos de diferentes partes del mundo. “Bruno te pasará mi correo electrónico y ya nos pondremos en contacto. Un abrazo”.

Se termina la llamada y nace esa sensación de que algo único, algo de eso que sólo brinda la literatura, acaba de suceder. Bruno recuerda de pronto: “En la novela póstuma 2666 de Roberto Bolaño aparece un poeta loco que no es otro más que Panero. Cuando se lo dije me contestó que no había leído ese libro. Al otro día que lo vi, Leopoldo lo traía bajo el brazo. Se había leído en un día esa novela de más de mil páginas. No respondió nada cuando le pregunté si le había gustado”.

Mientras pestañea Madrid y, como sucede en estos casos, cuando se piensa que ya todo está dicho, de pronto brotan estas letras, estas anécdotas que hacen comprender que la literatura es tanto sólo la vida vista con detenimiento. No le doy refugio al silencio y a Bruno Galindo le hago la última pregunta:

—Por todo tu quehacer artístico, tus influencias tienen que ser diversas…

—En el plano literario me gustan los heterodoxos, los que prueban hacer cosas de otra manera. Raymond Roussel, Georges Perec, Julio Cortázar. A mí me gusta mucho la gente que tiene una vida, que ha tenido una vida, que le han pasado cosas, que ha subido, que ha bajado, que ha hecho. Para mí la escritura no debe ser ni una disciplina, ni una actividad intelectual, aunque después se enmarque en ámbitos intelectuales. Debe ser algo muy asociado al sentir y no al pensar como hablábamos antes. A menudo la gente que a mí me gusta es la gente con un perfil libertario.

—Algo así como que la vida se vuelva literatura y no literatura se vuelva la vida.

—Lo podríamos decir así…

© All rights reserved Xalbador Garcia

XALBADOR GARCÍA (Cuernavaca, México, 1982) es Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM) y Maestro y Doctor en Literatura Hispanoamericana por El Colegio de San Luis (Colsan).
Es autor de Paredón Nocturno (UAEM, 2004) y La isla de Ulises (Porrúa, 2014), y coautor de El complot anticanónico. Ensayos sobre Rafael Bernal (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015). Ha publicado las ediciones críticas de El campeón, de Antonio M. Abad (Instituto Cervantes, 2013); Los raros. 1896, de Rubén Darío (Colsan, 2013) y La bohemia de la muerte, de Julio Sesto (Colsan, 2015).

Realizó estancias de investigación en la Universidad de Texas, en Austin, Estados Unidos, y en la Universidad del Ateneo, en Manila, Filipinas, en la que también se desempeñó como catedrático. En 2009 fue becado por el Fondo Estatal pJara la CulturPoesía, ensayo y narrativa suya han aparecido en diversas revistas del mundo, como Letras Libres (México), La estafeta del viento (España), Cuaderno Rojo Estelar (Estados Unidos), Conseup (Ecuador) y Perro Berde (Filipinas). Fue editor de la revista generacional Los perros del alba y su columna cultural “Vientre de Cabra”, apareció en el diario La Jornada Morelos por diez años. 
Actualmente es colaborador del Instituto Cervantes de España, en su filial de Manila y mantiene el blog: vientre de cabra.

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.