La Segunda Guerra Mundial marcó un antes y un después en la historia de la humanidad, dejando a su paso cicatrices imborrables, especialmente a través del genocidio perpetrado por el régimen nazi contra el pueblo judío. Este capítulo oscuro produjo una profunda huella en la cultura posterior a la contienda, de la que el primer libro de Primo Levi es una muestra, pero cuyo testimonio recogieron muchos otros supervivientes, y su sombra se proyecta hasta la actualidad. En su momento, este hecho fue determinante para la fundación del Estado de Israel, y sigue presente en las justificaciones del gobierno israelí en la actual guerra de Gaza tras el ataque terrorista perpetrado por Hamas el pasado 7 de octubre, por lo que todavía forma parte de la política internacional.
¿Cómo explicar esta paradoja? ¿Puede la historia de Occidente revelarnos algo al respecto? Solo dos culturas no occidentales han entrado a formar parte de pleno derecho en el imaginario de los países ricos del hemisferio norte: la judía y la japonesa, prácticamente en la misma época. Ambas han pagado un precio muy alto para lograr ese estatus. Se calcula que unos seis millones de judíos murieron en los campos de concentración nazis. Japón sufrió en su territorio el efecto de dos bombas atómicas, las únicas que se han lanzado en la historia con el propósito de atacar a la población. Fueron hechos históricos que construyeron un sentimiento de culpabilidad en la opinión pública del hemisferio norte capaz de vencer el orientalismo que Edward Said afirma que preside las sociedades occidentales que, básicamente, consiste en deshumanizar al oriental pese a estar fascinados por todo el extrañamiento que lo envuelve. Este proceso cultural en buena medida condiciona los conflictos en Oriente Próximo, pues el judío ha dejado atrás su personalidad semita para convertirse en un occidental más, siendo Israel una democracia de este corte, con los pros y contras que esto supone en el territorio que habita. También ha condicionado a la cultura.
Hoy parece que, tras conocerse los horrores del Holocausto, fue automática la aceptación del pueblo judío como un igual en la sociedad de naciones bien pensantes. Pero resultó un proceso contradictorio lleno de tensiones. A fin de cuentas, en el verano de 1945, cuando ya había finalizado la contienda en Europa, se sucedieron pogromos en Polonia. En este caso, sobre los judíos caía la sospecha de que eran agentes comunistas. Estos últimos brotes de antisemitismo acabaron eliminando todo rastro de judaísmo en ese país del Este de Europa.
Al contrario de lo que se piensa, nuestro conocimiento del genocidio se filtró lentamente en las esferas públicas occidentales, y la literatura jugó un papel clave. Fue Theodor Adorno, filósofo y sociólogo de la Escuela de Frankfurt de origen judío, quien alzó la voz para reflexionar desde una perspectiva crítica sobre el impacto cultural del Holocausto. En su obra, “Mínima Moralia”, Adorno reflexiona sobre la barbarie perpetrada, argumentando que la cultura posterior al Holocausto se caracteriza por una profunda crisis de confianza en la civilización y un descreimiento de las grandes narrativas culturales. Para Adorno, la cultura se ve contaminada por la sombra del genocidio, y el arte, lejos de ofrecer consuelo, se convierte en un testigo incómodo de la tragedia. Conocido es el juicio que se puede encontrar en Prismas, un compendio de textos, en el que afirma “Escribir poesía después de Auschwitz es bárbaro. Y esto corroe incluso el conocimiento de por qué se ha vuelto imposible escribir poesía hoy en día.”
Cabe decir que está afirmación se debe ubicar en su contexto: 1948. El inicio de la Guerra Fría, y el temor por parte de Adorno de que el conflicto ideológico borrara del debate público las atrocidades del Holocausto. (Rodrigo Zuleta, “Escribir después de Auschwitz”) Sin embargo, resulta curioso certificar que sucedió lo contrario. La poesía fue el primer género capaz de engendrar un testimonio suficientemente maduro de lo que había ocurrido en los campos. La prosa requirió de más tiempo. Sin ir más lejos, el primer libro de Levi fui solo un intento. Paul Celan, en cambio, empezó a escribir “Fuga de la muerte” (“Todesfuge“en su alemán original) después de abandonar el campo de trabajo en el que había sido confinado en Rumanía y ser informado de la muerte de sus padres en otros campos de concentración. No deja de sorprender el hecho de que parezca que la frase de Adorno haya afectado más a la historia del arte contemporáneo, cuando en realidad lo que la empezó a transformar fue el poema.
Resulta de interés ahondar en la sintaxis de “Fuga de la muerte”. Cuando, según la traducción de José Luis Reina Palazón, se lee: “que escribe al oscurecer a Alemania tu pelo de oro Margarete”, se observa que el poeta está rompiendo la sintaxis. Esa es su forma de expresar el horror. El escritor mexicano Eduardo Ruiz utiliza ese recurso en El libro de nuestras ausencias, una novela que de forma alegórica narra el drama de los desaparecidos en México, llevándolo mucho más al extremo con un lenguaje sincopado y una prosa que se va quebrando conforme se avanza en la narración con una serie de giros coloquiales que buscan la oralidad, como el muy utilizado “enque”, y que al principio hace pensar en juegos vanguardistas, pero que, cuando se llega al punto más álgido de la narración y se observa que esas expresiones han aumentado y están por todas partes, y que las palabras parece que empiecen a comerse unas a las otras, siendo capaces de romper el discurso hasta hacerlo peligrar, hasta casi tapar la voz de los testigos, se descubre que todo eso no está ahí para hacer bonito, ni para experimentar, o no solo, sino para representar el horror.
Mas, volviendo a “Fuga de la muerte”, su elemento clave es la más conocida metáfora del poeta, la que habla de una “Negra leche del alba” que los seres representados por el pronombre nosotros, que no son otros sino los judíos encerrados en los campos de concentración, toman en todo momento (“la bebemos de tarde / la bebemos de ocaso y de mañana la bebemos de / noche”). Este oxímoron representa la muerte, la cotidianidad de la muerte, de la misma forma que el individuo del que se habla en tercera persona del singular (él) representa al ejecutor alemán.
Dicha metáfora suscitó muchas polémicas, por una múltiple autoría que llevó a acusaciones de plagio que dañaron la salud mental de Celan, y que para mí determina una sensibilidad similar entre testigos del horror. Y se le criticó a su autor el tono de rabino que tomaba cuando declamaba el poema, haciéndolo demasiado duro, demasiado estricto, como una misa. No son esas polémicas lo que me interesa, sino lo tangible de una leche que se imagina negra. En un poema donde durante buena parte de las estrofas se describe el horror desde una mirada poética mediada por el recuerdo de los padres y del campo de trabajo, la leche que beben las víctimas supone una corporeización de ese horror. Es el horror lo que se ingiere en forma de leche negra a través del cuerpo. Y ese era un elemento nuevo en el campo literario.
© All rights reserved Carlos Gámez Pérez
Carlos Gámez Pérez (Barcelona. 1969) es doctor en estudios románicos por la Universidad de Miami y máster en creación literario por la Universitat Pompeu Fabra. Ha publicado la novela Malas noticias desde la isla (katakana editores, 2018), traducida al inglés en 2019. En 2018 publicó un ensayo sobre ciencia y literatura española: Las ciencias y las letras: Pensamiento tecnocientífico y cultura en España (Editorial Academia del Hispanismo). En 2012 ganó el premio Cafè Món por el libro de relatos Artefactos (Sloper). Sus cuentos han sido seleccionados para varias antologías, entre otras: Emergencias. Doce cuentos iberoamericanos (Candaya, 2013); Presencia Humana, número 1 (Aristas Martínez, 2013); y Viaje One Way: Antología de narradores de Miami (Suburbano, 2014). En 2016 compiló y editó el libro Simbiosis: Una antología de ciencia ficción (La Pereza, 2016). Ha impartido talleres de escritura en el Centro Cultural Español de Ciudad de México y en la Universidad de Navarra. Colabora con revistas literarias como Nagari, Sub-Urbano, CTXT o Quimera.