El amor nunca muere de hambre, con frecuencia de indigestión
Ninon de Lenclos
Las putas no tenemos historia, solo antecedentes penales. No nos luce la memoria. Una casa sencilla, rodeada de animalitos de granja y ni las manos llenas de maíz cada mañana para dar de comer a las gallinas. Una mamá sonreída, que ordena cariñosa limpiarse las suelas de los zapatos en el tapete, antes de entrar del patio a la casa.
Habrase visto tal insolencia, una puta con tapete.
No pertenecemos a nadie. El abandono ha de ser nuestra huella. Las paredes que rodearon nuestra infancia serán, invariablemente sucias, como corresponde a las vidas destartaladas. El café sin azúcar, el regazo de un hombre siempre apuntando al norte. Pero no todas tuvimos infancias sórdidas. A algunas solo se nos sumaron ganas y circunstancias.
Cuando eres puta, estás amarrada a no tener futuro y tu pasado está proscrito. Se hace con él un atadito que se lleva al hombro, sin mella. Yo, por ejemplo, quemé mis fotos de primera comunión. Mi boca no combina con la hostia, y usted mismo al leer esto…ya habrá hecho una mejor comparación.
Yo pude ser cajera de automercado, recepcionista de un consultorio odontológico o costurera; no en balde hice todas las cortinitas que separan las piezas de este burdel. Las de Romina con faralaos en colores contrastantes, la de Carmela con encajitos de ropa interior vieja, las de Bianca con tul y lentejuelas. Las mías blancas, obviamente no por casta, sino porque era la tela más barata. Las cortinas de las dos muchachas nuevas, una de diecinueve y otra de diecisiete, —que comparten la habitación del fondo— con los restos de una sábana atigrada que dejó La Ñeca cuando se largó.
Al año de hacer la calle, me compré una máquina de coser, usada, pude ser costurera, pero elegí ser puta. No hubo llantén ni vergüenza, escogí el oficio como cualquier tela.
De aquella niñez apacible, de los restos de pan dulce en mi cara; de mi camita tibia y olorosa a lavanda, de las manos de mi madre…, guardo migajas. Rastros mínimos de mi retaguardia, que uso de vez en cuando, como un aliento dulce y secreto.
Mi vida camina en este rectángulo angosto, al que nadie me empujó. En la pared de la izquierda, en su pintura azul y lisa, se recuesta un armario con no más de diez prendas. Mi oficio es de gente desnuda, quizá por eso mi ropa no tiene bolsillos ni solapas, ni entretelas. En las gavetas guardo labiales y pantaletas. Mi ropa hule a jabón de olor, que rallo y guardo en saquitos de gasa. Hay un espejo pequeño. No necesito mirarme de cuerpo entero, se cómo me veo y siento.
En la pared derecha, en la esquina libre que deja la cama, está mi máquina de coser. Hago, además de sabanas y cortinas, ropa íntima para todas las que trabajan aquí. Casi no les cobro, porque para mí coser es una distracción. Yo coso cantando, y cuando canto me llamo con el nombre con que me bautizó mi papá: Teresa, pero con los clientes me llamo Bambi, otras veces Roberta. Roberta tiene sus disfraces, porque hay hombres que le gustan sus putas rudas. También soy Azucena o Susy, pero no conozco una sola puta que se llame Teresa.
En la pared del fondo está mi tocador, y en las gavetas guardo hilos, agujas, pelucas y todo tipo de utilería porque hay hombres que le gustan sus putas artistas y toca hacer show.
Yo fui feliz entre las paredes de aquella casita en el campo, limpia, olorosa a tierra fresca, atendiendo las gallinas y peleando con mi hermano para ocupar el chinchorro de papá mientras estaba sembrando. De aquella hamaca la vista se iba solita hacia la ventana, atravesaba el mosquitero metálico y salía cuadriculada y corriendo hasta la montaña del fondo, verde y húmeda.
Yo he sido feliz entre las paredes de mi pieza, sentada frente a mi máquina de coser, escuchando los cuentos de Romina y Bianca, porque todas las putas tenemos historia. No soy infeliz ejerciendo mis mañas.
En la entrada de mi cuarto tengo un tapete de felpa rosa hecho por mí, porque no me gusta que los clientes entren con sus zapatos sucios a mi espacio.
Habrase visto tal insolencia, una puta con tapete.
© All rights reserved Adriana García Sojo
Adriana García Sojo Venezolana, reside en la ciudad de Caracas. Internacionalista. Tiene relatos publicados en Esfera Cultural, en la antología El Club de los relatores, Transtextos, Letralia y Sello Cultural. @adriagarcias en redes sociales.