CODA
Los hombres de Ramos
Crónica sobre los ejercicios de maniobras
…Salida del Bruc.
Llegada a Aragón.
En el somontano de la aridez extrema del Centro de Adiestramiento de San Gregorio (el campo de maniobras militares más grande de España, con 34.000 hectáreas), en el páramo sediento de las proximidades de Zaragoza, los hijos de Estilicón protegen el imperio. Es un recurso dramatizado, pero contiene tres cuartas partes de verdad. Flavius Stilicho, Estilicón, fue un general romano, hijo de un vándalo que sirvió en Germania, y que se ganó el afecto del emperador Teodosio porque le ayudó a mantener unido el territorio. A la muerte de Estilicón, traicionado por unos politicuchos ávidos de poder, el imperio se dividió, con lo que sus fuerzas flaquearon, y los godos de Alarico entraron en Roma. Pues bien, en las inmediaciones de la antigua Caesar Augusta (Zaragoza), el cabo primero Ramos comanda una guardia de dos hombres que, con el mismo tesón que Estilicón, podría acabar con suevos y alanos y, si se lo propusieran, conducir legiones bajo el arco del triunfo de la Puerta de Alcalá.
Es una piedra dura el cabo I Ramos (prefiere que se le conozca por su graduación y no por su nombre). No está para tonterías. Responde cuando se le pregunta y, si no se le pregunta nada, calla; mejor estar callado. Eso sí, cuando abre la boca, suelta unas carcajadas estridentes, densas y calientes, de carillón, de esas que contagian a todo el regimiento y que pueden llegar a rebotar en los riscos de las cumbres de Gredos. El cabo primero Ramos (Málaga, 1974) es el jefe de la Mars Pathfinder (vehículo de alta movilidad táctica Vamtac), carro ligero de combate, la versión española de los Hummer estadounidenses, esos que siempre están ardiendo en el infierno de Iraq (precisamente, los Vamtac de los regulares –con aire acondicionado, barras antivuelco y «otras movidillas»– patrullaron por la zona asignada a las tropas españolas en las afueras del triángulo suní. Los impactos de ametralladora son visibles en la chapa). Su blindaje cubre la caja del personal; el capó, el techo y el maletero carecen de protección especial.
«Soy el jefe del equipo, el que da las órdenes que seguir, el que desembarca en una posición desenfilada. Localizo el objetivo. Al tirador le digo qué objetivo es. Yo le doy los pasos que seguir antes del disparo y, cuando él lo tiene, realiza la acción de fuego, cortamos el hilo, damos media vuelta y nos replegamos rápidamente».
Ramos es como un mapuche, guerrero, con la voracidad de los murciélagos y el moreno de piel de los osos pardos. Es grueso como Bruto, el pretendiente de la Olivia de Popeye, pero algún bicho extraño le ha picado y le ha inyectado una dosis de bondad que no concuerda con su constitución. Ramos podría saltar de su vehículo con el fusil Tatatá-piong-tatatá (fusil H&K G-36 de calibre 5.56 mm y de fabricación alemana, parecido a la Checa) y doblarse el tobillo por intentar no chafar un escarabajo pelotero. Así es Ramos, portentoso y sencillo, que cuando dice lluvia es que llueve y cuando dice «esta es un arma de doble filo» es que quiere decir exactamente «esta es un arma de doble filo», sin ambigüedades.
El 1 de diciembre de 1991 se alistó en la Legión. «Siempre me ha atraído la Legión. Con cuatro años me escapé del colegio para ver a la Legión desfilar», confiesa con agrado. «Mi hermano fue legionario antes que yo. Me alisté en Málaga con diecisiete años. Allí elegí el Tercio de Melilla». Y allí formó la familia. «Tengo mi casa en Melilla, mi coche, mi mujer y mi todo».
Sus frases son, en esencia, tan enjundiosas y telegráficas que vale le pena anotarlas sin mayores vestimentas: «No es mi compañero, es mi legionario»; «mi sueño era la Legión; nunca he querido ir a la Academia, aunque me gustaría ascender a cabo mayor»; «el campamento de un legionario es más duro: meterles nuestra tradición, nuestro desfile, nuestras canciones…, el tema de ser un legionario, que no es lo mismo que ser un soldado. El legionario tiene que estar preparado para ir a la vanguardia de España, adelante, para lo que venga, lo que España diga».
Ríe a carcajadas sueltas y calientes.
El cabo primero Ramos se ha fogueado con fuego real en guerras convencionales, reales, verídicas, de las que muere gente. Es de la generación de Bosnia. «A mí me pilló el principio, con la operación Comisión Aposentadora en Bosnia, y fue raro, acostumbrado a la vida española…, llegar allí y ver eso… En Bosnia le dieron un tiro en el cuello al teniente Aguilar, mi teniente. Había cosas durillas, pero es lo que hemos escogido nosotros».
A Bosnia, una década después, le siguió Kosovo, también en los Balcanes. «Estuve en el 2001, con los de Ronda. Sin novedad, no hay problema». Ese «sin novedad, no hay problema» lo repite como el ajo, un latiguillo que usa sin cansarse porque le da «buen rollo».
«La misión de Kosovo del 2001 fue una misión dura. Teníamos que desarmar a los serbios y meterlos dentro, en su país, más la guerra de Macedonia esa, pero sin novedad, no hay problema. Volvimos todos vivos, excepto un legionario que murió en un BMR», menciona, y expone los motivos por los que tantos soldados españoles han muerto por accidentes de carretera en el extranjero. «Allí las carreteras son carriles para dos coches, más el hielo y el frío… En Kosovo se partió la transmisión de un vehículo, se frenó el BMR, y volcó y pilló al legionario».
Por estar en Melilla los legionarios gozan de cincuenta días de vacaciones, que se reparten entre Semana Santa, Navidad y los meses de verano. Este año, no pisará la playa, en la Pineda de Tarragona, donde Ramos posee una casa. Ha de trabajar: «Solo tendremos diez días porque en agosto me voy otra vez cuatro meses a Kosovo».
El correo electrónico de este «servidor de la Legión» empieza por Osojane: «Es el nombre del valle de Kosovo donde volvimos a meter a los serbios. Son mis recuerdos».
El cabo primero Ramos es fiel a su bandera, y remata sus frases, que aligera con sonrisas inocentes, con un sentimiento tan manido que ya se ha convertido en un eslogan electoral: «Hasta que España quiera».
Ramos está orgulloso de su pequeña unidad del Tercio de la Legión de la I Comandancia General de Melilla, unidad formada por otros dos hombres: el caballero legionario Lazar, disparador, y el cabo Amaruch, conductor.
Hussein Lazar (Melilla, 1985) es caballero legionario desde el 23 de noviembre del 2003, cuando contaba con dieciocho años: «Pos nada…, sobre la marcha…, con los desfiles…, una cosa que me llamaba la atención. El cuartel lo tenía al lado. De pequeño, me ha ido llenando, me ha ido llenando…».
Con su mujer, Dunia, tiene un niño de dos añitos que se llama Nabil.
Es tirador del Fiuuuuun… Boom (Tow-2), misil contracarros. Ramos se acerca para salvarle; su retentiva es mayor: «Se trata de un misil aligerado de largo alcance contra carros. Se utiliza para destruir medios acorazados o fortificación en campaña. Alcanza los 3.750 metros. Con la UVGI [unidad de vigilancia de guiado integral] que llevamos detectamos el objetivo mucho antes». Lazar, soldado raso, levanta el mentón: «Yo mantengo el puesto de tiro, y apunto bien».
Este agosto, Hussein Lazar se estrenará en su primera misión internacional, bajo el paraguas de la ONU: «Voy a Kosovo con el cabo primero. Con él hasta la muerte. Donde vaya el cabo primero, yo iré».
Lazar es musulmán, como Mohamed Amaruch, el cabo Amaruch (Melilla, 1982), aunque el primero no es practicante y el segundo, sí: «Después del trabajo, rezo sin ningún tipo de problemas».
En diciembre cumplirá ocho años en el Tercio, en el que juró bandera siendo un adolescente. «Nada más cumplir los dieciocho, me presenté».
La vida de Amaruch es de lata de conservas, ya que las vicisitudes por las que ha pasado son muy comunes en las Fuerzas Armadas: «Salí del instituto y trabajé de camarero en un restaurante. Con otros dos compañeros, me presenté en el Ejército. Echamos los papeles y a mí me tocó el Tercio. Le pillé el gustillo y me hice uno de ellos. Aquí nos llevamos bien, y no hay pega ninguna».
Tres frases suyas, o semifrases, tengo apuntadas: «Estar preparado para el siguiente asalto»; «sí, exactamente» y «ya hemos consumido la munición». La última se refiere a que ya ha concluido su función en los simulacros de tropa.
El cabo Amaruch conduce la Mars Pathfinder y auxilia al tirador para que cargue los misiles: «Le doy protección con mi lanzagranadas».
En acción real todavía no ha estado: «A ver si pillo cacho en esta [Kosovo]».
En las maniobras del ejercicio Cierzo, organizadas por la Academia General Militar para ejercitar a los futuros tenientes del Ejército de Tierra, Ramos obedece a sus mandos como cualesquiera de los 3.191 militares profesionales: «Lo que la superioridad decida».
Se trata de una operación de imposición de la paz contra la imaginaria isla de Atland, que ha sido invadida por el enemigo que tanto explotó Gila, y que se ha saltado a la torera el Capítulo VII de la Carta de las Naciones Unidas. El caso se ha extraído de la invasión de Kuwait que emprendió el Iraq de Sadam Husein en agosto de 1990 y que desembocó en la Primera Guerra del Golfo.
«Planteamos una situación de conflicto bélico, supervisada por el Estado Mayor de la Defensa, con unidades aéreas, acorazadas, mecanizadas y motorizadas».
Ramos, Amaruch y Lazar comen sus «raciones de previsión», que no es la bazofia que algunos podrían pensar por su condición de rancho. Las cosas han cambiado mucho en el Ejército, y las cajitas de música que contienen el desayuno, la comida y la cena son verdaderas dietas bajas en colesterol y de alto contenido proteico: un sobre verde de café instantáneo; un sobre verde de sopa de verduras instantánea; un sobre verde de sopa de pollo con pasta instantánea; un sobre verde de copos de cereales con frutas y miel; una lata verde de cocido madrileño; una lata verde de atún blanco en escabeche; una lata verde de salchichas de cerdo; dos tarrinas verdes de crema de melocotón; un tubo verde de leche condensada, y pastillas verdes: una pastilla verde «glucoenergética y defatigante» para combatir el cansancio; una pastilla verde «calentadora» de «combustible sólido» (para encender fuego, no comestible); dos pastillas depuradoras de agua; una pastilla verde con un «complejo salino hidratante»; un chicle verde para la «higiene dental», y una pastilla verde de vitamina C. Por último, una bolsita con papel celulosa, un estuche de cerillas verdes y el hornillo quemador gris. Manta, marmita y cacillo.
Los caballeros legionarios cabo primero Ramos, cabo Amaruch y soldado Lazar pertenecen a la logia de los pactos de honor. Son el tridente de las fuerzas de choque y si los Ranger saltaran en paracaídas sobre los brezos de San Gregorio, estos tres hombres acabarían por ahuyentarlos sin mover un dedo. En las maniobras tienen ocasión de saludar a las viejas amistades. El diputado Alfonso Guerra dijo una vez: «La traición en el amigo no cabe, es imposible». Pues eso.
Juan Pedro García es el conductor de La Batidora (vehículo de combate de infantería Pizarro, homenaje al conquistador extremeño), una oruga que, yendo a una velocidad de 30 km/h, marea tanto como un tiovivo. Juan Pedro, quien lleva tres años en el Ejército, se sacó el carné F para conducir el Pizarro. Su opinión es escueta: «Me gusta».
Detrás de La Batidora, siguiendo sus roderas, marcha el Toro Descapotable (vehículo de combate BMR), ideal para la «infantería ligera protegida». Pesa quince toneladas. Su responsable es Joaquín Martínez, el sargento Martínez. «Soy el jefe de pelotón y el jefe de este vehículo». Por él sé que un pelotón no son más de once personas que se agrupan para un «encuadramiento táctico».
Y detrás, en hilera, otros monstruos salvajes: la Cabra Loca (TOA M-113), la Mantis Religiosa (vehículo lanzapuentes deslizante Leguán) y el Ciempiés Serpiente (vehículo de reconocimiento de caballería Centauro).
De tanto en cuanto, los tres mosqueteros del vehículo Vamtac-Mars Pathfinder visitan el escalón médico avanzado terrestre, conocido por sus siglas (EMAT), que dirige Francisco González, el comandante González. En su «galleta» (marchamo con el nombre) figuran las tres estrellas de ocho puntas. González pasó cuatro meses en Afganistán. Con el teniente coronel Juan de Dios Jiménez atiende las dos salas de hospitalización «de acción rápida», que huelen a cloroformo y que se pueden instalar en seis horas. «Hacemos cardiogramas, ¿de acuerdo?; hacemos consultas otorrinolaringólogas y curamos neumonías y heridas oculares, ¿de acuerdo?; hacemos cirugía de combate aerotransportable, ¿de acuerdo?».
Calzas verdes sobre botas negras.
El hospital dispone de un servicio de veterinaria para luchar contra las plagas y las epidemias. En la farmacia se almacenan los recursos sanitarios para realizar análisis microbiológicos y poner en funcionamiento la planta de oxígeno. El material que se utiliza cabría en doce camiones pues suma la cantidad de 112.000 kilos («material fungible, inventariable»).
Cerca de allí, pero lo suficientemente lejos del puesto de mando de artillería antiaérea, en la pizarra de la Sala del Juicio Crítico de la Agrupación de Apoyo Logístico número 41, en el acuartelamiento Capitán Mayoral de Zaragoza, el coronel García se ocupa de la logística militar: «Planificar y ejecutar las acciones necesarias para sostener las fuerzas operativas, en los lugares adecuados y en los momentos oportunos, de modo que puedan cumplir su misión, proporcionándoles todo lo que necesitan para vivir, moverse y cumplir con sus tareas específicas de unidad operativa». Los trípticos que reparte están encabezados con este título: «Los cimientos de la fuerza».
El coronel García es un emoticono, y los rasgos de su cara expresan la satisfacción que le produce manipular el simulador del tanque Pam-Pam (el carro de combate Leopardo). En las simulaciones, al enemigo siempre se le colorea de rojo.
En el cuartel, los horarios no sufren alteraciones: el arriado de bandera, a las 21 horas; el toque de oración, a las 21.05 horas; el toque de diana, a las 7 horas, y el toque de izado de bandera, a las 8 horas.
Con el sonido de fondo de los helicópteros de Apocalypse Now (HR/A-15 Bolkow, HT/21 Cougar, HU-10 Hache), el coronel Martínez, el capo de la Inspección General del Ejército, con sede en Barcelona, fisgonea, rodeado de su plana mayor. El verbo «fisgonear» puede ser que no sea el adecuado; quizá, mejor, revisa, observa, curiosea, da parte y ordena. Básicamente, los coroneles ordenan, y a Martínez le encanta pronunciar frases en las que se cuelan tecnicismos militares como «supuesto táctico» y abreviaturas como teclas de ordenador, del tipo CCM (?) y VRC (?). El coronel Martínez agrega, a modo de breve adición: «Es un supuesto, repito, es un supuesto».
Además, colecciona deuvedés sobre cualquier asunto relacionado con la familia castrense, como un vídeo promocional de la Academia General en el que se señala «el espíritu de La General» y en el que se dirigen al dictador Francisco Franco con el tratamiento de «don». En otro cedé ha grabado el episodio dedicado a las tropas españolas en el Líbano del programa de Javier Sardà Dutifrí.
En las maniobras del Cierzo, al coronel Martínez le acompaña su colega de promoción, el coronel Bayo, quien luce en su pechera tres estrellas negras de ocho puntas. Los dos se ponen firmes, chocan los tacones, se saludan militarmente con la mano derecha y se estrechan la mano, en este orden. Mariano Bayo de la Fuente es el jefe de estudios de la Academia General Militar de Zaragoza, y quien discurre acerca de los ejercicios estratégicos de fin de carrera de los futuros oficiales. Es fácil simpatizar con él, entre otras cosas, porque busca en su memoria palabras en desuso que cree que le devuelven a la juventud, como tronco, carroza y guay: «Esto es un poco cutre, ¿entienden lo que es cutre?».
En la parte trasera de la Cama Elástica (jeep todoterreno Santana Aníbal), en la que se desplaza el coronel Martínez, viajan dos alférez, que se cuadran a la primera de cambio. Son el alférez Sin Más Dilación y el alférez Estudio del Enemigo. Los llamo así porque sus exposiciones en Powerpoint son tan rápidas y enrevesadas, y la ilación de las partes de sus discursos es tan complicada, que lo único que me llega a los oídos son pedazos sueltos, y algún que otro conector: «…el estudio del enemigo que se ha hecho en las fases previas dice que la unidad enemiga dispone de…». Los alféreces Sin Más Dilación y Estudio del Enemigo están capacitados para dar cualquier información, según el coronel Bayo: «Pregúntenles, pregúntenles…». Pero, al final, Bayo es incapaz de resistirse y quiere tener la última palabra. Si se les pregunta a los alféreces: «¿Existe riesgo real en las maniobras?», ellos abren la boca y solo les da tiempo de balbucear: «Personal instruido» o algo parecido. Será Bayo quien se explaye: «Se pretende realizar una acción de fuerza. –Y, mostrando una escaleta, añadirá–: Cada jefe de unidad sabe lo que va a pasar».
Al lado de los alféreces, sentados en la Cama Elástica, se encuentran los reservistas voluntarios Andrés Reche, sargento Reche, a quien le fascina la fotografía, y Enrique Carabaza, el alférez Carabaza, quien se coloca el cinturón de seguridad por debajo de sus prismáticos para poder otear el horizonte y jugar así al Trivial Qué Transporte es Cada Cual: «El M-548, de fabricación estadounidense, está concebido para aprovisionar de aceite lubricante y munición a los otros componentes de la columna en una guerra no asimétrica, que sea convencional, que no sea de guerrillas, pues entonces prevalecería el principio estratégico de la economía de medios».
Cuando el coronel Martínez se aproxima a la posición que, «supuestamente», defienden los hombres del cabo Ramos, se establece un diálogo sacado de Hazañas Bélicas.
—¡A las órdenes, mi coronel. Aquí el cabo primero del I Tercio!
—Os veo con el mosquetón.
—¡Nos hacen traer material, elementos de seguridad, mi coronel!
—¿Sois tres?
—¡Un equipo contracarros está formado por tres hombres, mi coronel!
—¿Tú eres el cargador?
—¡Yo soy el que da órdenes y cometidos. Ellos son el tirador y el conductor, mi coronel!
—¿Cuánto lleváis aquí?
—¡El lunes 12 [de mayo] salimos de Melilla. En teoría, el jueves cogemos el barco en Valencia, de vuelta a Melilla, mi coronel!
—¿Casado?
—¡Dos churumbeles, mi Coronel. El cabo tiene uno, y este otro –señala al cabo Amaruchi– está en proyecto!
—¿Habéis disparado?
—¡Sí, mi Coronel!
—¿Blanco en movimiento con el Milan [misil Milan de sistema guiado y de fabricación francesa]?
—¡Blanco en movimiento no nos dejan, mi coronel!
—Muy bien, estamos.
—¡A la orden, mi coronel!
El alférez Carabasa, el alférez Sin Más Dilación, el alférez Estudio del Enemigo, el sargento Reche, el sargento Martínez, el conductor García, el teniente Jiménez, el coronel Martínez, el coronel Bayo, el coronel García, el comandante González y el triunvirato africano, que forman el cabo primero Ramos, el cabo Amaruchi y el CL Lazar, sacan pecho –erguidos, mirada al frente– delante del general Álvarez, José Antonio Álvarez, El todopoderoso. «Estamos para servir a la sociedad, para defender España. Estamos preparados técnica y mentalmente», lee en su manual de principios. «No somos el sargento Arensivia».
Que un general de los Ejércitos de España lea El Jueves demuestra que la Transición, en el plano militar, está superada. «No somos bichos raros».
La planta del General, alto como el Rey, impone. Calado con una gorra roja, deja que los suyos le cubran de halagos, aunque a él, las lisonjas le traen sin cuidado. Su máxima aspiración es que sus soldados sepan desplegarse en situaciones crudas de guerras encarnizadas («plan de disponibilidad-secuencia de adiestramiento»), en las que los eufemismos del «fuego amigo» y el «daño colateral» se cobran vidas. Por eso, chirria los dientes: «Uso proporcional de la fuerza; no somos una oenegé».
En un lugar de acceso restringido, alguien, imbuido en el combate, ha escrito una versión del Mio Cid: «No lloréis por una España que lucha, luchad por una España que llora».
Trenzados, túneles «miniconguitos», pasarelas japonesas, balas trazadoras, ramales de trinchera y zigzags…
En palabras del Sargento de Hierro, «la guerra es una gran putada».
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Jesús Martínez (Barcelona, 1975). Reportero. Doctor en periodismo por la Universitat Ramon Llull (URL). Licenciado en periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB). De las frecuentes visitas al vecino y escritor Francesc Candel, guarda sus consejos periodísticos, que se reducen a la honestidad en el oficio. Formado en las revistas locales La Marina dels barris de Zona Franca y L’Informatiu de Sants, Hostafrancs i La Bordeta, ha colaborado en las ediciones dominicales de El Periódico de Catalunya y La Vanguardia. Ha ganado el premio de periodismo Manuel Alcántara, que otorga Diario Sur. Desde el 2000, guionista del programa cultural de TVE Saber y ganar. Máster en reporterismo por la Universitat Ramon Llull. Imparte clases de grado y posgrado en la UAB, en la URL y en la Universitat Abat Oliba. Actualmente, trabaja en Ediciones Carena. Autor de una veintena de libros, reportaje y crónica.