Algunas veces, los libros no se escriben, sino que ocurren. Están esperando a uno así, colgados del aire, frente al autor, viajando en el biorritmo de las cosas que vuelan libres y se atienden desde las ideas. De a poco uno no lo sabe, ni lo intuye, hasta que, quizá, llega el abrazo del título bajo el cual se asombra la obra. Como cuando el título es Cráneos de bronce y de pronto, se cruza por la mente la palabra Trilce, que no significa nada, que significa todo, que es tres veces dulce o tristemente dulce.
El 22 de octubre de 1922, César Vallejo da a prensas uno de esos libros que llegan para apalabrar lo indecible. Desde el corazón de las vanguardias y la crisis cultural que abordan sus manifiestos, se despeñan las palabras que lanzadas al vacío en un mundo que ha dejado de componer sentido. Los versos se cansan de mimetizar el paisaje y en su lugar lo descomponen en múltiples formas. Eliot ya ha quebrado la poesía con su Tierra baldía y ha abierto la puerta a lo informe y abigarrado. El mundo ya no es el mismo y Vallejo, bajo el pseudónimo de César Perú, recapacita sobre el nombre bajo el cual saldrá la publicación de Cráneos de bronce. Según relata Juan Espejo Azturrizaga, amigo de Vallejo, cuando el poeta decide que el libro debe llevar su nombre de pila ya la impresora había producido las primeras tres páginas del libro, por lo que el costo total de su publicación había de verse incrementado en tres libras, que aumentarían el costo de venta del libro, proyectado en treinta soles peruanos.
Tres. Treinta. Trilce.
Su título es perfecto: rompe los sentimentalismos, lo melifluo o desaforado, y proponen su lectura extraña, que como todo lo extraño, es inédita. Tritura lo dulce y suena como moler las estrellas. Trilce, a sus cien años, mantiene una contemporaneidad de libro escrito mañana. Se mece entre la trascendencia y el hastío que trenzan los dos registros principales del conjunto de versos: la lógica coloquial del lenguaje y su anverso, lo ilegible. En Trilce se manifiesta una nueva conciencia política donde el lenguaje, siendo instancia de poder, debe ser socavado, transformado, corrompido.
Trilce, inclusive, provoca cierta musicalidad al decirse. Es un libro acústico, construido principalmente sobre recursos fonológicos: onomatopeyas, aliteraciones, rimas internas, combinaciones consonantes, trabalenguas y construcciones cacofónicas que no resaltan otra cosa que no sea la intención del poeta en convertir el libro en un artefacto sonoro en plena emergencia de la cultura visual. En fin, Trilce es una especie de música de cámara y no esconde su intención, precisada en las múltiples alusiones que hace al lenguaje musical. Es una poesía de “badajos inacordes”, bemoles, silencios, fugas y canciones.
En un artículo titulado “La muerte de la muerte”, Vallejo escribe: «La música viene del reloj. La música, como arte, nació en el momento en que el hombre se dio cuenta, por la vez primera, de la existencia del tiempo». El tema quizá contabiliza desde la mirada menos transitada al momento de estudiar las vanguardias, que es, precisamente, la que estudia el tiempo como carácter descentralizador de las operaciones cotidianas del ser humano. Por supuesto, nos ocupa siempre en interés por lo irracional, lo ilógico, lo incomprensible y lo innovador. La forma tiende a considerarse sobre el fondo o el contenido, el significante desposeído de su significado en tanto se presta en función el uso de un metalenguaje distintivo en el creador, y bajo este hacer las paces se suele condonar el sentido de “ilegibilidad” en Trilce. Abundan los estudios y opiniones sobre la sintaxis y el lenguaje trasgresor de Vallejo, pero se nos pierde que el lenguaje también es sonido disperso en el tiempo. El tiempo, esa sucesión de ahoras, como lo llamaría Heidegger, viene a ser el telar donde se textualiza la existencia.
Ciertamente, Trilce es una sinfonía agridulce que nace bajo el signo de la modernidad, definida como una forma particular de concebir el tiempo (que es el llamado «tiempo de la modernidad»). Las cuestiones de la temporalidad pasaron a situarse en el centro del debate sobre el ser. En versos como «Tiempo tiempo… era era…mañana mañana» o «El traje que vestí mañana» la temporalidad es experimentada como orden de producción que el lenguaje erosiona.
Pero Vallejo es un animal poético que no tiene tiempo, por ser eterno.
A cien años de su publicación, Trilce despositiviza esa sensación del a veces que nos hace pensar que leemos siempre el mismo poema, aunque los autores sean diferentes.
Vallejo sigue intacto.
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Elidio La Torre Lagares es poeta, ensayista y narrador. Ha publicado un libro de cuentos, Septiembre (Editorial Cultural, 2000), premiada por el Pen Club de Puerto Rico como uno de los mejores libros de ese año, y dos novelas también premiadas por la misma organización: Historia de un dios pequeño (Plaza Mayor, 2001) y Gracia (Oveja Negra, 2004). Además, ha publicado los siguientes poemarios: Embudo: poemas de fin de siglo (1994), Cuerpos sin sombras (Isla Negra Editores, 1998), Cáliz (2004). El éxito de su poesía se consolida con la publicación de Vicios de construcción (2008), libro que ha gozado del favor crítico y comercial.
En el 2007 recibió el galardón Gran Premio Nuevas Letras, otorgado por la Feria Internacional del Libro de Puerto Rico, y en marzo de 2008 recibió el Primer Premio de Poesía Julia de Burgos, auspiciado por la Fundación Nilita Vientós Gastón, por el libro Ensayo del vuelo.
En la actualidad es profesor de Literatura y Creación Literaria en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Ha colaborado con el periódico El Nuevo Día, La Jornada de México y es columnista de la revista de cultura hispanoamericana Otro Lunes.