Para desaparecer le bastaban un par de monedas. Tomar el tren, dejarse ir por el camino trazado de antemano, elegir un destino al azar mientras se viaja. Las imágenes pasaban por la ventana recordándole esa peregrinación de pequeñas agonías de las que está compuesta la vida.
Mientras se iban desgranando las estaciones, observaba casi siempre sin que nadie lo notara. Las pocas veces donde nacía un intercambio de miradas, los ojos ajenos y lanceados se desviaban inmediatamente como ofreciendo una disculpa, subrayando su ausencia o presagiando el poco sentido de estar ahí. Le parecía extraño la falta de palabras. ¿Cómo en una ciudad de más de un millón de habitantes pudo sembrarse tan rápido el silencio?
De pronto se abrían las puertas, la voz de la cabina anunciaba la llegada a una estación de nombre impronunciable, la gente entraba y salía tocándose, pero como si el roce no hubiera existido nunca. No se miraban. Nadie decía nada.
Cuerpos.
Tan sólo cuerpos con la conciencia perdida en las últimas huellas de un colchón, sucio y desgastado, donde estúpidamente un día se creyó que la noche podría ser para siempre.
Sintió la pesadumbre de la ausencia y quiso una cerveza y un cigarro y una mano junto a él como alivio momentáneo de la muerte diaria. Durante la siguiente pausa decidió abandonar el vagón. En el andén ya lo esperaba la furia de un medio día en el trópico con sus ganas de manchar con sudor la piel de cualquiera. Más allá de la estación, la calle lo condujo a los escaparates que recuerdan y exhiben el absurdo del mundo. Miró los rostros, percibió el anuncio de la noche.
No dio ni siquiera tres pasos y ya era otro más andando sin rumbo. Debajo de la sombra traía tatuado el asco de mendigar olvidos. Un hueco en su boca se convirtió en el mejor pretexto para tomar un café en la plazoleta comercial donde una iglesia convivía con los bares, el museo, las tiendas glamurosas, los restaurantes de lujo, las putas y los niños.
Hoja de papel, pluma: algunas palabras. La melodía brotaba de sus manos. Era la hora de cerrar los ojos y fingir que se desmoronaba el dolor, que la herida del cielo sanaba al pronunciar la oración de esa tarde.
Cuando quiso incorporarse aceptó sin sesgos la hora más oscura de la noche. Habría apretado los puños si no sujetara el café y la hoja en aquel momento. Siempre los regresos son menos acres que las partidas. Podría haber dañado la quietud de las calles con un simple amago de sonrisa. No hay que ir demasiado rápido y ser ingenuo, se dijo. Lo que nos une a ustedes y a nosotros es aquella aguja del pasado desangrándonos en cada parpadeo. Basta nublar un poco la vista para que vuelva a aparecer, para hacernos conscientes de lo molesto de esta costra siempre desgarrada en el alma.
Dejó ahí el mensaje, creyéndolo muerto. Cuando ella lo desdobló, tuvo que levantarse de la mesilla del café de la plazoleta, porque había comenzado a caer la llovizna de agosto con sus gotas negras, marcando el inicio de la madrugada. Él se había ido amenazado por las dudas. Le hubiera gustado mirarla abriendo el paraguas rojo, que hacía juego con la luna menstruando, mientras protegía la hoja en su pecho como artilugio para no naufragar otra vez en aquel motel sin nombre.
© All rights reserved Xalbador Garcia
XALBADOR GARCÍA (Cuernavaca, México, 1982) es Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM) y Maestro y Doctor en Literatura Hispanoamericana por El Colegio de San Luis (Colsan).
Es autor de Paredón Nocturno (UAEM, 2004) y La isla de Ulises (Porrúa, 2014), y coautor de El complot anticanónico. Ensayos sobre Rafael Bernal (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015). Ha publicado las ediciones críticas de El campeón, de Antonio M. Abad (Instituto Cervantes, 2013); Los raros. 1896, de Rubén Darío (Colsan, 2013) y La bohemia de la muerte, de Julio Sesto (Colsan, 2015).
Realizó estancias de investigación en la Universidad de Texas, en Austin, Estados Unidos, y en la Universidad del Ateneo, en Manila, Filipinas, en la que también se desempeñó como catedrático. En 2009 fue becado por el Fondo Estatal pJara la CulturPoesía, ensayo y narrativa suya han aparecido en diversas revistas del mundo, como Letras Libres (México), La estafeta del viento (España), Cuaderno Rojo Estelar (Estados Unidos), Conseup (Ecuador) y Perro Berde (Filipinas). Fue editor de la revista generacional Los perros del alba y su columna cultural “Vientre de Cabra”, apareció en el diario La Jornada Morelos por diez años.
Actualmente es colaborador del Instituto Cervantes de España, en su filial de Manila y mantiene el blog: vientre de cabra.