Las hojas caídas se agitaban con el estertor de la muerte. Las nubes oscuras que se acumulaban en lo alto de las montañas, ocultaban la luna y las estrellas. Mientras todos se apresuraban en subir a terreno alto, la lluvia otoñal azotaba sin piedad. En poco tiempo, el río aumentó su caudal amenazando con tragarse el pueblo entero. Empapados de pies a cabeza, los aldeanos permanecían acurrucados en la colina. El trueno retumbó y los niños pequeños gimieron, colgados de las piernas de sus madres. Huérfana en la inundación anterior, Ai se unió a su hermano mayor, Genzō.
—¡Allí viene el demonio! —jadeó un anciano, mirando hacia arriba mientras los rayos cruzaban la noche.
—¡El río se va a tragar los arrozales! —lamentó una mujer de mediana edad—. ¿Cómo vamos a sobrevivir sin arroz? —se cubrió la cara con las manos y se agachó.
El año anterior, los padres de Ai y Genzō fueron arrastrados en su inútil intento de proteger sus arrozales.
—¡Maldito demonio! —gritó Genzō—. ¡Ya te llevaste a mis padres! ¿Qué más quieres?
Agarró la mano de Ai y se dirigió hacia la montaña.
—¿A dónde vamos, Genzō? —preguntó Ai con la frente arrugada por la preocupación.
—No te preocupes. ¡Ven! —dijo Genzō y apretó los dientes—. ¡Quiero ser fuerte! ¡Quiero salvar la aldea!
Los niños tropezaban en su camino hacia la cima. Genzō miró hacia el cielo oscuro, pero no había señales de que la tormenta amainara.
—¡Dioses, denme fuerzas! —gritó el muchacho alzando el puño.
En ese momento, las nubes se apartaron y un dragón se elevó en el aire, serpenteó por el cielo y se dirigió hacia Genzō y Ai.
—¡Oh, no! —gritó Ai y apretó con más fuerza la mano de su hermano.
El dragón aterrizó ante ellos. Sus grandes ojos parecidos a gemas brillaban en la penumbra. Un olor a humedad emanaba de su cuerpo escamoso. Genzō puso su cuerpo entre Ai y el monstruo. El dragón bajó al nivel de los ojos de los niños. Ai fue la primera que se acercó y lo acarició. Los amables ojos de la criatura le recordaron a su madre. Envalentonada, Ai se subió a la espalda del dragón y se sentó. Genzō vaciló un breve instante, pero siguió detrás de ella. Con los hermanos en su espalda, el dragón extendió las alas y voló hacia el cielo.
El dragón aterrizó en una colina y se inclinó hacia el suelo, Ai y Genzō se deslizaron por su espalda. La criatura se alejó volando de nuevo y dio vueltas sobre el río que amenazaba con desbordarse. Luego se dirigió hacia una montaña pequeña y la golpeó. Mientras los niños observaban desde una distancia segura, el dragón se arrojó repetidamente contra la elevación hasta derribarla. La criatura recogió la tierra y la dejó caer entre el violento flujo del río y la aldea. Mientras volaba de un lado a otro, se formó un dique a lo largo del río. Al darse cuenta de lo que estaba sucediendo, los aldeanos en la colina vitorearon bajo la lluvia.
Cuando el cielo comenzó a iluminarse, la tormenta había amainado. Los arrozales permanecían intactos. Aliviados, los aldeanos saludaron al dragón, gritando su gratitud. La criatura realizó algunos círculos perfilados contra el amanecer y se fue volando. Algunos aldeanos vieron a Genzō y Ai en su espalda mientras el dragón se derretía en las nubes.
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Toshiya Kamei. Maestro en Traducción Literaria por la Universidad de Arkansas. Sus cuentos más recientes se encuentran en la antología Mythical Creatures of Asia.