Las puertas de la pequeña iglesia están abiertas y dos largas filas de monjas salen llevando cirios en la mano y cantando un salmo. El Padre Matías va en medio y detrás, unos hombres cargando con un ataúd sobre los hombros. Bajan la larga escalinata de la iglesia y se dirigen al cementerio, cuyas puertas de hierro están abiertas y, sin interrumpir la fila, caminan entre las tumbas hasta llegar a una de las del fondo que está abierta.
El padre Matías está rezando las últimas oraciones, cuando de repente, una de las monjas pega un grito. Abajo, en la fosa, dentro del ataúd, la muerta ha abierto un ojo y parece que mira fijamente al frente.
-¡Está llamando a otra!- grita una monja- ¡Está llamando a otra!
El cura sorprendido, sin saber qué hacer, baja a la fosa e intenta cerrarle el ojo, pero ella permanece en sus trece con la pupila cada vez más abierta. Las monjas, asustadas, se arrodillan y rezan pasando sus manitas rápidamente por las cuentas del rosario, como si quisieran ver quién se da más prisa. La monja que está situada precisamente delante del ataúd, en el punto de mira del viscoso ojo de la difunta, cae al suelo. El Padre Matías se acerca y le toma el pulso: está muerta. Dos o tres monjas se arrodillan y rezan histéricamente.
– ¡El boca a boca! ¡Hay que hacerle el boca a boca! – gritan.
Todas las monjas miran al cura y éste, ante la unánime decisión, palidece y niega asqueado con la cabeza. Varias monjas se acercan a él amenazadoras. Una de ellas, Sor Juana, fuerte y robusta como un roble, le sujeta por el brazo, obligándole a agacharse sobre la tumba. Afortunadamente para el cura, la fosa queda muy por debajo de sus narices y aprovechando un desliz de Sor Juana, la empuja dentro de la fosa y escapa corriendo.
Al llegar al convento, agotado, con la lengua afuera, como si viniera de hacer jooging y no de un entierro, entra a hurtadillas en la sacristía. De repente todo le parece extraño. Suena un trueno y el viejo edificio se estremece como si fuera a caerse. Deprisa, se quita la sotana y se pone un raído abrigo viejo. Afuera llueve, pero él parece no darse cuenta y corre colina arriba alejándose del convento. A mitad del camino, se para a tomar aliento. Abajo, un grupo de monjas salen apresuradamente del cementerio, sopla el viento y sus hábitos se elevan en el aire como si fueran alas y desde arriba parecen que vuelan. El Padre Matías acelera el paso y al llegar a lo alto y girarse atrás ve cómo una fila de pingüinos entra en el convento. No quiere pararse a pensar lo que está viendo y recuerda que se ha olvidado las gafas, pero no regresa a buscarlas y sigue corriendo.
© All rights reserved Catalina Alcina Rosselló
Catalina Alcina Rosselló Palma de Mallorca (España). Estudió cine en USA y trabajó con directores como Stephen Frears, Mario Camus o Agustí Villaronga. También ha sido intérprete oficial para el Ministerio del Interior y ha ejercido como profesora de español para extranjeros. Ha publicado en las revistas literarias La bolsa de pipas y en URO.