Dio vuelta la hamburguesa. Finita y de un marrón grisáceo. El crepitar de la grasa. La espátula. Y la acción incesante que se repite sin creatividad.
Una y otra vez.
José llevaba apenas tres meses. Joder, qué calor hacia allí adentro.
Levantó la mirada. Cada tanto tenía que hacerlo. Conchi estaba enfrente, echando las patatas congeladas a la freidora. Con la sonrisa borrada después de diecinueve años en la empresa. Y el cuerpo redondeado de tanta hamburguesa.
José, en el poco tiempo que llevaba, ya había experimentado un hartazgo sublime. Era el quehacer cotidiano destrozado en numerosos procedimientos y era Conchi que estaba siempre de mal humor.
Tienes que ponerle más sal sino los clientes se quejan, le había dicho cuando solo llevaba una semana.
Tienes el gorro mal puesto.
Y él, modosito, se callaba y se lo colocaba bien.
Has llegado cinco minutos tarde.
Conchi tenía razón y en realidad le estaba haciendo un favor. Llegar tarde en ese trabajo era motivo justificado de despido.
José no dijo nada. Conchi, por su parte, era propensa a ofenderse.
Ni siquiera me dio las gracias, ¿puedes creer?, le comentó a otra chica que trabajaba con ellos. La chica sí estaba cómoda con el tutelaje de Conchi.
Arréglate el delantal, el jefe se fija en esas cosas.
Y ella le daba las gracias.
Comían por turnos. José, siempre solo. Ni loco con esas dos arpías. Miró el móvil mientras masticaba su hamburguesa. Su país sumido en la pobreza. Le espeluznó sentir alivio. Aquella hamburguesería era nefasta pero, aun así, era mejor que estar matándose por un paquete de pañales o comprando papel higiénico en el mercado negro.
Se levantó. Dolor de panza.
Se puso al mostrador otra vez. Sirvió un total de sesenta hamburguesas esa tarde. Lo supo porque todo en ese local se cronometraba. Cocer la hamburguesa. Lavarse las manos. Ponerse los guantes. Calentar el aceite. Era imposible salirse. El jefe disfrutaba dando indicaciones como si estuviera enseñando a volar un avión.
Siempre tienes que colocar las patatas de esta forma. Y dos toques de sal. No te pases.
José lo miraba callado. Los putos procedimientos.
Y recuérdales que por un euro pueden llevarse un helado.
El día se despertó caprichoso. El viento desordenaba las cabezas de los transeúntes como la de Roberto, que llegó con un hambre tal al mostrador, que estaba dispuesto a comerse un caballo.
Quiero el menú número uno con patatas y kétchup.
Roberto era un asiduo de la hamburguesería y tenía una gran panza. José empezó a armar la bandeja y fue a buscar la hamburguesa. Conchi estaba en el sector de patatas. La hamburguesa estuvo lista antes. José la depositó en la bandeja y desapareció.
Pero algo pasó.
Y el panzón busca con la mirada.
Las patatas tardaban.
Eh tú, mujer, dame mis patatas que se me enfría la hamburguesa.
Conchi desenvainó su mejor sonrisa y le dijo que ya saldrían.
¡Llevo diez minutos esperando! Eres una inútil.
Conchi se quedó dura. En la vida la habían reconvenido de esa manera. Puntual. Chivata. Prolija. Limpia.
¿Y este gordo quién se cree que es?
José observó la escena. Y unas palabras que no pudo evitar pronunciar.
Así no debe tratar a una mujer.
El panzón dudó, pero al menos se olvidó de Conchi. José era corpulento. En sus tiempos libres hacía crossfit. Estaba tan motivado que se había anotado en un grupito con el que hacían competencias.
Aquí tiene sus patatas.
El asunto se zanjó ahí pero en este tipo de establecimientos, las paredes hablan y el jefe rápidamente estuvo al tanto de todo. Los dos se llevaron una buena regañina.
Si aparece otra vez, le pedís perdón y le regaláis un helado.
Y dicho y hecho, a la semana, el cliente panzón apareció otra vez.
El jefe corrió hacia él.
Señor, hoy invita la casa.
José siguió en silencio. Se puso a armar las hamburguesas cuando vio unas latas dentro de una bolsa. ¿Qué había dentro?
Comida para gatos.
Estas porquerías serán de Conchi que tiene tres gatos en la casa, pensó él. Lo sabía por las conversaciones. La mujer era tan gatuna que llevaba las fotos de sus gatos en diversos calendarios que regalaba por ahí.
Y un rayo lo atravesó. La rutina. El aplastar la hamburguesa. La plancha caliente. Y corre al baño urgido por un colosal malestar intestinal. Su panza es como una bolsa infame de gatos rabiosos. Y llega el alivio intestinal. Fue como esas tormentas cortas y potentes. Y sale renovado de esa purga existencial. Y en ese ímpetu, se imponen los principios de los hombres del CrossFit. La fuerza. La determinación.
Coge una de las latas y la mezcla con las dos hamburguesas. Levanta la mirada. Nadie lo ve.
Y sucedió un milagro. El de la creación. José sonrió. Se estaba saliendo de la norma. Y el placer de untar esa pasta para gatos en la hamburguesa fue sublime. El libre albedrío era casi orgásmico.
Pero sintió unos ojos cerca. Intensos. Perseguidores.
Era Conchi. Él, tieso. El sudor en las sienes. Y ella, por primera vez en diecinueve años, esbozó una sonrisa. Y ese pequeño ejercicio facial le resultó extraño. Palpó las comisuras de los labios, incrédula.
Los dos juntos le llevaron el menú.
Roberto alabó los modales de los empleados. Y pensó que habían escarmentado.
Eso hace el capitalismo: los educa. Los hace mejores personas.
Por Dios, qué buena está la hamburguesa.
Hubo propina.
El panzón volvió a los tres días.
Quiero esa hamburguesa tan rica que me pusiste la última vez.
Y así pasó durante varias semanas.
Era ya un poco agotador.
Pero todo se ordena tarde o temprano.
A las pocas semanas, el panzón dejó de ir.
Descansa en paz.
© All rights reserved Silvia Zuleta Romano
Silvia Zuleta Romano es escritora y economista. Publicó su primera novela Los viajes sonámbulos en 2013, un libro de relatos cortos Cabeza de zanahoria y otras anécdotas en 2017 y su segunda novela, Los absurdos, al año siguiente. Su último libro Olvídate de las bailarinas reúne los relatos cortos que ha publicado en diversas revistas literarias. Tiene un blog en donde mantiene sus dos grandes áreas de interés: La guarida de ficción en donde escribe sobre la auto publicación y la literatura independiente y El blog del Canguro filósofo, especializado en filosofía, economía, nuevas tecnologías, consumo cultural, feminismo, etc. Habitualmente, publica cuentos y ensayos en revistas literarias. Ahora se encuentra trabajando en su siguiente novela.
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