Andrés Neuman (1977) nació y pasó su infancia en Buenos Aires. Hijo de músicos argentinos, terminó de criarse en Granada, en cuya universidad fue profesor de literatura latinoamericana. Mediante una votación convocada por el Hay Festival, formó parte de la lista Bogotá-39 entre los nuevos autores más destacados de Latinoamérica, y fue seleccionado por la revista británica Granta entre Los 22 mejores narradores jóvenes en español. Escribe regularmente en su blog Microrréplicas, considerado uno de los mejores blogs literarios en castellano según una encuesta de El Cultural. Sus libros están traducidos a más de 20 idiomas.
A los 22 años publicó su primera novela, Bariloche (Anagrama, 1999, edición revisada en Alfaguara, 2015), Finalista del Premio Herralde y elegida entre las revelaciones del año por El Cultural. Sus siguientes novelas fueron La vida en las ventanas (Espasa, 2002; edición revisada en Alfaguara, 2016); la autoficción familiar Una vez Argentina(Anagrama, 2003, nuevamente Finalista del Premio Herralde, reescrita y ampliada en su nueva edición de Alfaguara, 2014); y El viajero del siglo(Alfaguara, 2009), que obtuvo el Premio Alfaguara, el Premio Tormenta y el Premio de la Crítica, otorgado por la Asociación Española de Críticos Literarios. Esta novela fue seleccionada entre las mejores del año por los críticos de El País, El Mundo, The Guardian, The Independent, Financial Times y los diarios holandeses NRC Handelsblad y De Volkskrant; obtuvo la Mención Especial del jurado del Independent Foreign Fiction Prize; quedó finalista del Premio Rómulo Gallegos; y alcanzó la shortlist del International IMPAC Dublin Literary Award.
Su quinta novela, Hablar solos (Alfaguara, 2012), fue elegida entre los mejores libros del año por el diario La Vanguardia; nominada al International IMPAC Dublin Literary Award, al Best Translated Book Awardy al Oxford-Weidenfeld Translation Prize; y seleccionada como número 1entre los 20 mejores libros del año por Typographical Era. Su más reciente novela, Fractura (Alfaguara, 2018), nominada al Premio Dulce Chacón de Narrativa, fue elegida por El Cultural de El Mundo entre las 5 mejores novelas del año en lengua española, y como uno de los libros del año por el diario El País en una votación entre críticos, periodistas y libreros. Formó parte también de las listas anuales de Qué Leer, El Correo Gallego y La Diaria de Uruguay, entre otros medios, y figuró entre los 10 títulos más valorados del año en Latinoamérica y España por la comunidad lectora de la red Alibrate.
Es asimismo autor de los libros de cuentos El que espera (Anagrama, 2000, edición revisada en Páginas de Espuma, 2015), El último minuto(Espasa, 2001, edición revisada en Páginas de Espuma, 2007), Alumbramiento (Páginas de Espuma, 2006) y Hacerse el muerto (Páginas de Espuma, 2011). El volumen El fin de la lectura (Estruendomudo, Perú, 2011; Cuneta, Chile, 2011; Almadía, México, 2013; Ediciones Lanzallamas, Costa Rica, 2014; Sudaquia Editores, EEUU, 2015) ofrece una selección de sus relatos. La antología de sus cuentos traducidos al inglés, The Things We Don’t Do, fue premiada en Estados Unidos con el Firecracker Award, concedido por la Comunidad de Revistas y Editoriales Independientes junto con la Asociación de Libreros Americanos. Neuman ha desarrollado una intensa labor de estudio y divulgación de la narrativa breve. Sus libros de cuentos incluyen apéndices teóricos sobre el género y es el coordinador de Pequeñas Resistencias, serie de antologías sobre el cuento actual en español (Páginas de Espuma, 2002-2010). Cabe destacar además su prólogo a los Cuentos de amor de locura y de muerte, de Horacio Quiroga (Menoscuarto, 2004).
Como poeta ha publicado los poemarios Métodos de la noche (Hiperión, 1998), El jugador de billar (Pre-Textos, 2000), El tobogán (Hiperión, 2002, Premio Hiperión), La canción del antílope (Pre-Textos, 2003) y Mística abajo (Acantilado, 2008), así como la colección de haikus urbanos Gotas negras (Plurabelle, 2003, reeditado por Berenice, 2007) y los Sonetos del extraño (Cuadernos del Vigía, 2007). Todos estos títulos, revisados y con dos poemarios inéditos, fueron reunidos en Década. Poesía 1997-2007 (Acantilado, 2008). El libro-disco Alguien al otro lado(La Veleta, Comares, 2011) contiene una breve selección de sus poemas, musicados y cantados por Juan Trova. La antología Vendaval de bolsillo(Almadía, 2014) ofrece una muestra panorámica de su trabajo poético. Sus siguientes libros de poesía fueron Patio de locos (Estruendomudo, Perú, 2011; Textofilia, México, 2011; Gog y Magog, Argentina, 2015) y No sé por qué (Ediciones del Dock, Argentina, 2011; Textofilia, México, 2012), ambos revisados y reunidos en un solo volumen (Pre-Textos, 2013). Su poemario más reciente es Vivir de oído (Almadía, México, 2017; de próxima aparición en España).
Es, finalmente, autor de los libros de aforismos El equilibrista(Acantilado, 2005), Barbarismos (Páginas de Espuma, 2014) y Caso de duda (Cuadernos del vigía, 2016); del libro de viajes por Latinoamérica Cómo viajar sin ver (Alfaguara, 2010); y de las traducciones poéticas de Viaje de invierno, de Wilhelm Müller (Acantilado, 2003), y El hombre sombra, de Owen Sheers (Pre-Textos, 2016). La Universidad de Neuchâtel compiló el volumen titulado Andrés Neuman (Arco Libros, 2014, edición de Irene Andres-Suárez y Antonio Rivas), compuesto por estudios académicos sobre distintos aspectos de su obra, y cuyo índice puede consultarse en línea.
Fuente website oficial del autor www.andresneuman.com
«Me mostró sus cicatrices. Un fino entramado en los antebrazos y la espalda. Parecía transportar un árbol. Luego él vio las mías. Nos sentimos livianos, un poco feos y muy bellos. Dos supervivientes.»
El señor Watanabe, superviviente de la bomba atómica, se siente un fugitivo de su propia memoria y está a punto de tomar una de las decisiones más cruciales de su vida. El terremoto previo al accidente de Fukushima provoca un movimiento de placas que remueve el pasado colectivo.
Cuatro mujeres narran sus vidas y sus recuerdos de Watanabe a un enigmático periodista argentino, en un recorrido sentimental y político por ciudades como Tokio, París, Nueva York, Buenos Aires o Madrid. Este cruce de idiomas, países y parejas va revelando cómo nada ocurre en un solo lugar, cómo cada acontecimiento se expande hasta hacer temblar las antípodas. El modo en que las sociedades recuerdan y, sobre todo, olvidan.
En Fractura se entretejen amor y humor, historia y energía, la belleza que emerge de las cosas rotas. Con esta novela Andrés Neuman regresa con fuerza a la narrativa de largo aliento, que lo consagró internacionalmente con El viajero del siglo, y firma su obra mayor.
Nagari conversó con el escritor argentino Andrés Neuman sobre Fractura, su más reciente novela, así como de Literatura y libros
Nagari. Muchas gracias por concedernos esta entrevista, quiero decirte que disfruté mucho la novela Fractura, curiosamente soy un amante de la cultura japonesa y siempre me he preguntado cómo le ha afectado a un pueblo como éste ser los únicos que han sufrido un bombardeo nuclear. Incluso los libros que mencionas al final de tu bibliografía de autores como Masuji Ibuse o Kenzaburo Oé los he leído.
Andrés Neuman. Me alegra compartir ese interés…
N. ¿Porqué escribir sobre esta tragedia en particular que fue el accidente de Fukushima y los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki y no hacerlo por ejemplo acerca de Chernobyl?
AN. Mi objetivo en realidad no era escribir sobre una tragedia nuclear, sino en realidad trabajarla como metáfora, en ese sentido hay una diferencia entre un libro de historia y una novela, en cuanto a la investigación o documentación para un libro de historia y para una novela son distintas. Cuando investigas un tema histórico te interesa tener cuanto más hechos, mejor, pero al preparar una novela, posiblemente vas a las mismas fuentes pero con otras intenciones, estas son alimentar a los personajes y construir con eso vivencias íntimas, tratar de entender cómo los acontecimientos históricos de la Historia con mayúsculas afectan o condicionan a las pequeñas intimidades de las personas, lo que Unamuno llamó la infrahistoria. Desde este punto de vista, lo que me fascinó del accidente de Fukushima fue la posibilidad de la repetición de la historia, es decir, el regreso del fantasma de los peores temores o de aquello que no se deja definitivamente atrás porque en el fondo nunca se miró de frente, tanto en términos políticos e históricos, por supuesto, como en términos amorosos, familiares, íntimos, por eso la novela está llena de espacios, situaciones, pareja, familia, individuos y por supuesto países que no saben muy bien que hacer con sus pedazos o que se han reconstruido dejando una serie de silencios y huecos.
N. Sobre la construcción de los personajes, tal como lo mencionas incluso al final de la novela tienes extensas referencias bibliográficas no solamente en lo relativo a las tragedias nucleares sino también para reproducir a las culturas de los países que abordas, se me ocurre por ejemplo los textos de James Baldwin, pero además de estos documentos, ¿realizaste entrevistas con supervivientes de la tragedia de Fukushima o personas relacionadas con el tema de tu novela?
AN. Se me ocurre completarte un poco lo anterior y ahora voy a esto segundo porque no me quiero liar de decirte algo que te puede interesar. Existe un personaje histórico, real, que fue el señor Yamaguchi, no sé si has oído hablar de él.
N. No, hasta la lectura de tu libro, esta persona la mencionas al final del texto en las referencias bibliográficas.
AN. Fue un personaje increíble, es un ejemplo de cómo la investigación histórica se puede convertir en ficción narrativa, este señor existió y fue el único ser humano que sobrevivió a dos bombas atómicas y fue reconocido por las autoridades japonesas. Hay unos pocos cientos de personas que increíblemente estuvieron el 6 de agosto del 45 en Hiroshima y el 9 de agosto, tres días después en Nagasaki porque consiguieron tomar un tren, el servicio ferroviario se reestableció en 48 horas en Hiroshima porque la bomba no cayó muy cerca de la estación de tren y dañó relativamente poco la red ferroviaria, lo más problemático era conseguir personal para reanudar el servicio más que la infraestructura. Unos pocos cientos de personas tuvieron la peor buena suerte del mundo o la mejor mala suerte del mundo de conseguir tomar el tren, haber sobrevivido a la bomba atómica de Hiroshima viajar a Nagasaki, creyendo ponerse a salvo y haber sufrido otra bomba atómica de la que también sobrevivieron, es lo más parecido creo a ser un superhéroe o a ser un personaje inmortal ¿no? Si ya es improbable que te caigan dos bombas, sobrevivir a ambas es directamente ciencia ficción hecha realidad.
Yamaguchi, vivió casi cien años de manera que consiguió asistir al cambio de política en la memoria histórica del Japón, a ver cómo el Estado se hacía cargo poco a poco de las víctimas atómicas, extender certificados y servicios médicos específicos para gentes que pudieron haber estado expuestos a las radiaciones, proceso que duró décadas, la mayoría de la gente murió en el camino, digamos, los pocos sobrevivientes a ambas bombas atómicas no tuvieron salud suficiente para asistir a estos cambios en la política, pero él sí, y se convirtió en un activista, es el único que consiguió la doble certificación, el doble reconocimiento por parte del Estado Japonés. Pues bien, este señor que vivió poco más de noventa y pico de años murió poco antes del accidente de Fukushima, es decir no llegó a ver la repetición de la historia con una nueva nube nuclear en Japón, casi setenta años después, mi punto de partida fue, qué hubiera sentido Yamaguchi de haber visto esas imágenes que todos presenciamos. Bueno, pues mi personaje no es Yamaguchi, pero de algún modo directo o indirecto sobrevive a ambas explosiones y sí llega a ver esa repetición de la historia y eso pone en marcha la acción de la novela, el viaje que él emprende y la decisión que toma. Es allí digamos, que el personaje real se convierte en personaje de ficción.
Respecto a tu pregunta, como no hablo japonés y si acaso algún día lo pudiese hablar no creo que dominaría la lengua lo suficiente, desde el principio tuve claro que mi investigación no serían entrevistas directas a supervivientes, sino una documentación muy exhaustiva en términos literarios, documentales, ficción, no ficción, leí un montón de novelas sobre el tema, leí libros, vi películas, pero al mismo tiempo y eso es importante, no me interesaba tanto convertirme en un experto en las bombas atómicas, la posguerra mundial o los accidentes nucleares aunque tuve una investigación fuerte sobre eso, sino que lo más que me interesaba y es la diferencia entre la novela que llegué a hacer y el libro sobre el tema, era pensar que tenía en común esa experiencia con experiencias en otros lugares y en otros contextos. Es decir, porqué Francia no quería plantearse ciertas cuestiones incómodas, por ejemplo, sobre el estado de Vichy y el colaboracionismo con los nazis, como prácticamente Francia ha blanqueado esto y ha terminado hablando de la resistencia francesa y muy poco del colaboracionismo con los nazis, cómo afectó eso a la generación que se hizo adulta en la postguerra en Francia, incluso al discurso sobre el amor o sobre la familia, que tenía eso en común con la generación de este país Estados Unidos que se crió también en la postguerra con un cierto discurso sobre las bombas, que eran un mal necesario, para evitar más muertes, toda esa especie de pedagogía del Estado que se hizo en Estados Unidos para justificar el lanzamiento de las bombas en un guerra que ya estaba ganada, porque sabemos que estaba tan ganada como que los nazis ya se habían rendido hacía varios meses. Japón tenía cero opciones y se estaba negociando ya la rendición.
N. Tú no lo dices directamente pero lo sugieres en tu novela. No qué pensaría tu personaje Watanabe, sino ¿cuál crees tú que fue el motivo de Estados Unidos para arrojar la bomba sobre Japón si la guerra ya estaba ganada?
AN. Bueno no es mi opinión, porque mi opinión importa poco, son más las investigaciones que existen que son muy exhaustivas a estas alturas que está bastante claro que el lanzamiento de las bombas atómicas tuvo que ver con ganar la postguerra, no con ganar la guerra, estratégicamente, Japón estaba negociando su rendición hacía semanas por no decir meses, la última batalla en el verano del 45, junio… Okinawa… Japón se estaba muriendo de hambre… sin infraestructura, el imperio japonés estaba en una dinámica suicida y solo había que sentarse a esperar.
Esas bombas atómicas eran una forma como de empezar el reparto de la de las ruinas de Europa en una posición ventajosa, una advertencia a los aliados de quién mandaba, pero esto no lo digo yo, esto lo dicen varios de los militares que participaron en las asesorías del Pentágono y la Casa Blanca, algunos de los cuales en sus memorias o entrevistas una vez que se iban desclasificando los archivos se sabía muy bien que nadie que tiró la bomba lo realizó porque pensaba que había la posibilidad de no ganar la guerra.
Los hechos indican que era una estrategia de posicionamiento para la postguerra, desgraciadamente esto dio origen a la carrera armamentista, a la Guerra Fría, porque obviamente Rusia no se quedó cruzada de brazos, eso generó una especie de escalada nuclear tremenda que por desgracia hoy en día se está coqueteando con reanudar con el gobierno de Trump, la sobreactuación con Corea.
Pero me interesaba también lo que hizo Japón con sus víctimas de la guerra, digamos sus desaparecidos, un montón de gente que murió con los bombardeos atómicos y que ni fue enterrada ni censada, simplemente se fue. El Estado no se hizo cargo de esas víctimas del mismo modo que durante mucho tiempo mi país natal Argentina o mi país de residencia España, tampoco se hicieron cargo de sus muertos en la dictadura en el caso argentino o la Guerra Civil en el español, es decir, me interesaba como lugares remotos que en teoría no tienen vínculos culturales ni políticos repiten ciertas experiencias o tienen cosas en común, entonces yo lo que hice fue investigar cuáles eran los arquetipos de las víctimas de los supervivientes de distintas catástrofes y como eso ha influido en sus vidas personales, pero buscaba más un personaje colectivo y el señor Watanabe es una especie de Frankenstein de los supervivientes cuya evolución emocional, cuyas historias de amor y de viaje resumen y compendian las experiencias de muchos supervivientes de muchas catástrofes.
N. A mi me pareció muy interesante el manejo que haces de los personajes femeninos y aquí hay dos preguntas, la primera ¿cómo logras meterte en la piel o la voz femenina? Y la segunda ¿porqué las mujeres siempre hablan en primera persona, mientras que en el caso del Señor Watanabe siempre hay un narrador que hace las veces de testigo y adivinamos lo que que siente a partir de sus acciones?
AN. Bueno esto tiene que ver con la cuestión anterior, Watanabe es… no me gusta la palabra víctima porque es un concepto pasivo, mi respeto para quien se considere víctima, por supuesto, pero hay toda una corriente filosófica y sobre todo sociológica de los últimos años que trata de resemantizar a la víctima y trabajar más con la categoría de superviviente, pero uno de los dilemas del perfil universal de la víctima es que lejos de vivir comunicando su trauma tiene enormes dificultades para comunicarlo, el verdadero trauma no se manifiesta en una obsesión oral por lo ocurrido, sino en una verdadera dificultad para hacerse cargo y compartirlo con los seres queridos. Mucha gente que vuelve de la guerra, en lugar de contar muchas historias al respecto vuelve bloqueada de un silencio del que no puede salir, a mi me interesaba mucho este silencio, porque entonces lo interesante de la vida nómada, profesional y amorosa del señor Watanabe es que en realidad le cuesta mucho hablar de lo que pasó y su silencio es narrado por la gente que compartió la vida con él. Entonces no hay solo una exploración de lo que es una víctima o un superviviente, sino lo que es un testigo, alguien que estuvo y no estuvo que vio y no vio y cómo muchas veces la narrativa o la literatura sirve para contar la vida de otros que no encontraron un lenguaje para expresarlo, no porque queramos ser porta voces de nadie porque no creo mucho en esto, creo que la gente debe tener su propia palabra, sino porque a veces la memoria es una labor en equipo . Vivimos de contar las historias de nuestros abuelos que ellos nos contaron, las historias de partes de nuestro país que no tienen una literatura, no por un ejercicio de portavocía sino porque la memoria es colectiva. Nuestra memoria personal es colectiva desde que nacemos, cuando nos preguntan de nuestra infancia lo que relatamos está construido por la memoria de nuestros padres. Cuando llegamos a adultos ya no podemos diferenciar lo que recordamos, lo que nos contaron, lo que nos dicen mientras nos muestran fotos, entonces nuestros recuerdos íntimos son ejercicios de memoria colectiva y también malentendidos colectivos, te vas haciendo adulto y de pronto hay discrepancias en esa memoria, te vas dando cuenta de que lo que te contaron durante la infancia no encaja del todo con lo que has observado y eso es un ejercicio político, que es cuestionar cual es la narrativa familiar o colectiva. Me parecía interesante pensar que lo que le ha pasado a este señor imaginario, contarlo, era un poco una tarea de todos y también me interesaba un conflicto íntimo que sirve lo mismo para lo político que para lo amoroso, que para lo histórico con mayúsculas y con minúsculas, es que igual que nunca se encuentra la generación adecuada para contar ciertas catástrofes de un país, nunca se encuentra el momento adecuado para compartir con tu pareja ciertas cosas, por ejemplo, esto lo dice en algún momento Mariela la tercera de las cuatro narradoras en la novela: cuando sucede algo terrible, guerra civil, bomba atómica, dictadura, lo que sea, la generación que lo está viviendo tiene una imposibilidad institucional colectiva de contar lo que le ha pasado, en Japón hubo una censura implantada durante los diez años de ocupación norteamericana en la Argentina podía haber un gobierno dictatorial, en España otra especie de dictadura, por razones digamos de interés público o de forzamiento de la palabra pública, la generación que protagoniza una desgracia no la puede contar, luego viene la siguiente generación y no es el momento porque estamos reconstruyendo, primero está prohibido, luego es inoportuno y a la generación siguiente, ya le queda lejos.. who cares? Entonces nunca viene la generación que colectivamente pueda contar esa desgracia, porque o no es el momento o no se puede o ya no importa. Me interesaba hacer un paralelo con eso de cómo contamos a nuestros seres queridos, cosas terribles, puede ser un trauma, un acto de violencia sexual o algo que sea un punto de inflexión traumático en tu memoria, entonces Watanabe tiene cuatro parejas, a la primera, Violet, no se lo cuenta porque quiere iniciar una nueva vida, y cuando ella se entera que él es un superviviente atómica, ella se ofende y le dice cómo no has compartido esto conmigo siendo el evento más importante de tu vida y él le contesta lo que muchas veces las generaciones de los países cuentan, mira es que queríamos empezar de nuevo, merecíamos una vida nueva, no queríamos tener el estigma, yo no quería ser para ti una víctima sino una persona normal, y no quería que nuestra pareja se construyese sobre esta cicatriz, viendo que esto no salió muy bien a su siguiente pareja decide contarlo desde el principio y tampoco sale del todo bien, porque la siguiente pareja dice wow, no sé que hacer con esta información es demasiado delicada, no sé si estaba preparada para esto no tenemos la suficiente confianza, entonces dice demasiado tarde no, demasiado pronto tampoco.
N. Además a quién se lo dice… se lo dice a la americana…
AN. Claro, a mi me parecía muy importante que hubiese un personaje americano y un amor en Estados Unidos, con todas las complejidades, sabemos que las relaciones Japón-Estados Unidos son fascinantes, complicadas, difíciles y Japón tiene una especie de amor-odio por Estados Unidos, una relación enormemente profunda y conflictiva no con las generaciones actuales sino a las de postguerra, ahora están muy normalizadas las relaciones.
Bien entonces ni demasiado tarde ni demasiado pronto, entonces topa con una tercera pareja que está tan psicoanalizada y participa tanto en el psicoanálisis y abusa tanto de él como ocurre con la clase media porteña a la que pertenecían mis padres, que es ella la que pregunta todo el tiempo, sobre su infancia, sobre sus recuerdos, su madre, sobre su hermana muerta, hasta tal punto que él se siente incómodo y se pregunta si en realidad quiere contar tanto, se topa con una interlocutora que pregunta más de lo que quiere contar.
N. Disculpa que te interrumpa, esto que mencionas es un elemento muy argentino… el tema del psicoanálisis dentro de la literatura y cultura argentina todavía a estas alturas es algo que no se ve ni en Estados Unidos, digamos aquí ya se ha superado, en su momento fue una corriente muy fuerte acá pero ya es una de tantas opciones, pero Argentina ya sea la corriente Freudiana o Lacaniana está muy presente.
AN. Si es muy fundante de la cultura argentina y diría que en las culturas en lengua española o castellana es la más influenciada por la teoría psicoanalítica y sobre todo en la praxis cotidiana, como costumbre familiar y no como corriente académica, es Argentina, y creo que eso la diferencia con Estados Unidos, ya que para ellos fue fuerte en lo académico y no tanto me parece en transmisión familiar, no es que todas las familias de Estados Unidos de clase media practicaran la comunicación de conceptos psicoanalíticos con sus hijos, me parece que era más un terapia individual o una corriente de estudios de cierto tipo de izquierda en los años sesenta y setenta.
En Argentina es una especie como de moneda corriente familiar para bien y para mal, yo fui criado en esos conceptos por mis padres y era tan cotidiano como lo serían elementos culturales, religiosos en una familia católica, como cierta tradición…
N. ¿Cómo ir con el confesor para los católicos?
AN. No, en absoluto al contrario, lo que sucede en la confesión se da solamente con el confesor, estos eran conceptos que se compartían con toda la familia tiene que ver más con terapia colectiva, no es algo que le cuentes al cura y ya, no, es todo lo contrario, es algo que se comparte en discusiones en comidas, a la hora de educar a tu hijo, tiene algo como de transmisión moral colectiva. Eso me parece que tiene su lado fascinante y cómico si quieres.
Al encontrarse con esta pareja argentina se encuentra con alguien que pregunta más de lo que quiere contar. Y cuando tiene su última pareja, que es la española, que está educada en una lógica más conductista, más del aquí del ahora, de no abusar de la introspección familiar o de tratar de interpretar el presente a partir de los traumas del pasado, se encuentra que él quiere hablar y ella no quiere escucharle y le pide que salga del pasado.
Es decir, en toda su vida, él no encuentra del todo con una pareja y una interlocutora con la cual ambas partes se sientan cómodas al momento de hablar de lo indecible.
N. En sentido sentido somos entonces un poco la geografía de los cuerpos con quienes hemos cohabitado…
AN. Sí absolutamente, es muy bonito esto que dices, porque creo que lo que pasa a Watanabe, es que poco a poco, ningún país es el suyo del todo, incluyendo el natal, su país es la suma de cuerpos y lugares en los que estuvo y la suma de su memoria afectiva esa es su patria, que no coincide del todo con ningún mapa y creo que también tiene que ver con su idioma, y cuál es ese idioma, es esa especie de esperanto amoroso que fue armando con los aprendizajes y mal entendidos traducidos en el intento de hablar lenguas que no eran la suya, esa especie como de frontera multilateral entre su lengua materna que es el japonés en este caso y los idiomas que intentó aprender: francés, inglés y español, su verdadera lengua materna es esa, los esfuerzos por entender y los inevitables mal entendidos que se producen cuando un japonés trata de hablar en lenguas tan diferentes y cuando tres o cuatro personas de lenguas tan diferentes tratan de entenderlo a él y también la novela habla mucho de las relaciones entre traducción y amor, todo lo que aprendemos y todo lo que no entendemos cuando queremos amar a alguien, y tratar de apropiarnos de las palabras de la otra persona y fatalmente tener lost in translation todo el tiempo.
N. Quisiera que ahora hablemos de Literatura en general. En este sentido Milan Kundera en su libro La Cortina que trata sobre el arte de la novela, hace una analogía en la cual señala que la poesía es la edad lírica del escritor y que la madurez se alcanza con la novela. ¿qué opinión tienes al respecto? Tú que como autor has incursionado en ambos géneros, poesía y novela y por supuesto relato.
AN. Con todo cariño aquí no puedo más que discrepar con cierto disgusto de Kundera, me parece una opinión muy torpe sobre la poesía, que es confundir la poesía con la adolescencia, con la juventud, me parece que es tomar la parte por el todo y creer que lo que le ocurrió a Rimbaud o a cuatro o cinco poetas románticos es el resumen de la historia de la poesía, que diríamos de Borges que volvió a la poesía en la senectud, y que en toda su madurez no escribió un poema y cuando entró en vejez es cuando necesitó volver a la poesía.
Es decir, se me ocurren tantos contra ejemplos, de esa idea de que la poesía es un furor de juventud que no puedo más que entender que quizás, Kundera tenía una visión romántica de la poesía romántica y la terminó aplicando a toda la poesía. Que diríamos de Wislawa Szymborska la gran poeta polaca que envejeció con toda lucidez y dignidad y lo único que tuvo fue la poesía, yo creo que hay distintas maneras de relacionarnos con la poesía y en algunos casos hay gente que escribe poesía de joven y luego no vuelve a escribirla, pero también creo que la poesía a veces es lo último que se pierde. Podríamos dar la vuelta al planteamiento, la novela requiere un enorme esfuerzo y unas enormes energías y se me ocurren escritores que simultanearon géneros, cuando las fuerzas o la disciplinas fueron abandonándolos poco a poco lo único que quedó en ciertos escritores fue el cultivo esporádico y conmovedor de la poesía que es lo último que se apaga.
Con la poesía se puede hacer todo, con la poesía se puede amar de forma adolescente o se puede esperar la muerte y recibirla y eso quien mejor lo hace es la poesía, bien lo sabían los poetas japoneses del budismo zen, los monjes budistas recibían a la muerte con un poema mortuorio. Hay tantas culturas que aprendieron a morir con la poesía que me parece la idea de Kundera enormemente amnésica, quizás le pasó a él eso y quiso imponerle a todas las culturas y épocas esa experiencia, yo diría que la verdad que no, en realidad la novela tiene un enorme caudal de memoria literaria y casi anecdótica, la novela es una especie de producto narrativo que se viene dando desde el Quijote hasta hoy, tenemos solo tres o cuatro siglos de novela moderna versus miles de años donde la gente se despedía del mundo con poemas.
Aquí por defender un poco a la poesía, creo que al contrario, la novela, que es un género que adoro y que cultivo, sería como una advenediza, que acaba de llegar en la historia de la cultura literaria del mundo, yo diría que no, que la poesía tiene más experiencia en madurar y envejecer que la novela, ahora bien, lo que puedo entender y tomo de esa idea y trato de relacionarme con Kundera, es que es verdad que la novela, pero intentando acercarme a su idea con la que puedo sentirme identificado no por oposición a la poesía, dejemos a la diosa poesía en paz y vayamos a la novela, pensando en la novela con respecto a si misma, a cómo evoluciona la relación con la novela a lo largo del tiempo es cierto que escribamos poesía o no pensemos lo que queramos de la poesía, hay una cierta relación de madurez con la novela pero con respecto a cómo maduramos en tanto a novelistas. Voy a tratar de reflexionar sobre eso, es cierto que conforme va pasando el tiempo, uno va y me ha pasado a mí, quizás también a Kundera, va como necesitando un compromiso a más largo plazo con la escritura una convivencia nunca mejor dicho, en este caso no familiar, sino con personajes imaginarios, como que vas necesitando una cierta estabilidad y una estructura de largo plazo, y eso tiene que ver con el plan de escritura de la novela entonces es cierto que conforme te vas metiendo en la escritura de novela a mi me fue generando una adicción y una emoción muy particular del proyecto de largo plazo que quizás no tenia a los veinte años y que tengo ahora, pero no a diferencia de o contra de la poesía sino con respecto a mi propia evolución como novelista. Cada vez necesito más un proyecto novelístico eso no me ha hecho abandonar la poesía ni dejar de leerla, pero si que hay algo en la evolución de la idea de un personaje y en la disciplina de la paciencia que requiere una novela que me resulta más natural ahora con cuarenta a lo que tenía con veinte. Pero para mí y esta es la discrepancia con la idea de Kundera, para mí todo ese amor por o identificación con el proyecto novelístico está sostenido en el enamoramiento del lenguaje. El enamoramiento del lenguaje para mí, es una experiencia primordialmente poética, de modo que si yo dejara de leer poesía, se me caería todo lo demás. Este aparato como madurez de la paciencia propia del novelista está sostenido en el asombro poético.
N. Hablemos un poco de libros, Borges decía que debemos leer más con el objetivo del placer y no pensando en la historia de la literatura cuando nos aproximamos a los libros, incluso el decía que él prefería releer ciertos libros que leer nuevos. ¿A cuáles autores regresas con frecuencia o cual libro te gusta volver?
AN. Bueno creo que nuevamente esto nos devuelve mucho a la poesía porque el género de relectura por antonomasia, es precisamente la poesía. La poesía en cuanto la subestimamos, se venga de nosotros, ¿qué es más fácil de releer? ¿la poesía de nuestros poetas favoritos o todas las novelas que hemos leído en nuestra juventud? Yo he releído pocas novelas en mi vida pero he releído muchísimas veces a mis poetas favoritos y a algunos cuentistas, entonces no puedo dejar de releer a César Vallejo, no puedo dejar de releer a Rilke, a Sor Juana, Sylvia Plath a los poetas japoneses, al señor Watanabe que por eso le puse el apellido a mi personaje, por el poeta peruano José Watanabe, a la poeta polaca Wislawa Szymborska. En general lo que hago mucho es la prueba del I Ching, cuando siento que no estoy en sintonía con la vida abro casi al azar alguno de mis poetas de cabecera y dejo que me hablen y esto lo hago permanentemente.
N. ¿y qué libros tienes ahora en tu cabecera?
AN. Perdón, debo hacer una nota a pie de página y para ser honesto, hay una novela que releí hace poco, una novela larga, que es Rojo y Negro deStendhal y fue muy interesante para mí a nivel íntimo porque la leí con dieciséis o diecisiete años y me impresionaron en aquel entonces las historias como de alcoba, de ese pícaro advenedizo que es Julien Sorel como se va infiltrando en los hogares, enamorando gente, aprovechando ese poder erótico que él adquiere, eso es lo que me había interesado en la primera lectura, toda la trama por un lado política del bonapartismo y por otra parte del enamorador de personas que era Julien Sorel, cuando la he releído me asombró comprobar que las últimas cien páginas que yo recordaba menos que es la muerte de Julien Sorel es lo único que me interesó de esa novela ahora y de cómo él acepta su muerte muy joven, el está condenado a muerte, tratan de salvarlo, él se niega porque considera que ha llegado su momento de morir, Julien Sorel tiene un envejecimiento repentino y la novela en las últimas cien páginas y yo había olvidado esto, pasa de ese memorial político erótico de comedia de enredos y amores, se convierte para mi en un novela tanática, en la aceptación del paso de la muerte, me llamó como eso para mi había sido secundario cuando tenía dieciséis años.
N. Porque a esa edad uno no piensa o no pensabas morir…
AN. Claro, y ahora me impresionó si es una lectura mucho más obscura de esa novela y me sorprendió no haberme acordado de esas últimas páginas de la novela, pero me preguntabas…
N. ¿A quién tienes en tu cabecera? ¿Qué estás leyendo ahora?
AN. Estoy leyendo una novela de un escritor israelí Nir Baram porque estoy a punto de viajar allí, por primera vez, no conozco Israel y cuando voy a un país que no conozco, hay gente que lee guías de viaje o ve documentales
N. Tú te acercas a la literatura…
AN. A mi me lo que más cerca tengo son los libros y me gusta leer a dos o tres autores que me recomienden como para zambullirme en ese lugar a partir del mundo de alguien que haya escrito desde allí, siempre estoy leyendo poesía y en este caso tengo no en la mesita sino en la maleta un libro de poemas de Anne Carson que me encanta, estoy a punto de empezar a leer un libro de poemas cuyo título es Los días hábiles de un chico muy joven que se llama Carlos Catena que tiene veinte y pocos años, que vive en Granada y que me tocará presentar pronto. También me gustó mucho el libro de una joven compañera suya, Rosa Berbel, titulado Las niñas siempre dicen la verdad.
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