Alguien me preguntó una vez en Twitter: ¿qué es la distopía? Ahí mismo le respondí, para diversión mía: es algo así como la utopía, pero en mal plan.
Carlos Gámez Pérez escribió Malas noticias desde la isla años antes de las ignominiosas imágenes recientes que mostraron a migrantes de Centroamérica tratando de saltar la valla metálica de hasta seis metros de altura, entre México y el sueño americano. Ni Gámez ni nadie sabía que Trump (el Big Brother contemporáneo) llegaría al poder, y, en su paranoia o delirio desmesurado, haría una alerta roja de Seguridad Nacional para intentar salirse con la suya y erigir una frontera más impenetrable aún.
La distopía es, por definición, el peor lugar posible. Para mal o para peor.
En Malas noticias desde la isla, o bien La Isla del Año Bueno, se nos deja con un terrible pasmo, porque trata de una inmigración ominosa, teletransmitida a modo de show, pero también una emigración en solitario (es decir, dejar el sitio que una vez fue hogar pero nunca más podrá serlo), en la que se está del todo expuesto.
Cuatro personajes en esta historia, un adolescente de 17 años y tres veinteañeros, suman cuatro tipologías que, por su especialidad, cada uno cree que es quien no sólo sobrevivirá sino llegará a la meta de una utopía absurda de nombre Europa, ya no la Europa de los grandes ideales, el viejo mundo de sabiduría y cuna de Occidente, sino de un continente de deshumanización. Carlos Gámez nos presenta así cuatro almas llamadas: El Niño, guía turístico. Amina, ama de casa. Ánima, científica. Mamadou, comerciante.
Además de la telerealidad transmitida por TV e internet, se nos ofrece mediante un blog electrónico, el enfoque de cada uno de los personajes, y el de un escritor distante, en ocasiones frío. Las grandes distopías nacieron en Europa, primero de la acuñación de John Stuart Mill, político y economista, y luego de la pluma de una mujer: Thea von Harbou, novelista y guionista de Metrópolis. Malas noticias desde la isla nos presenta un concurso en el que detrás de una pantalla un público ve y toma decisiones, donde la muerte es el juez primero: si es que no ha besado al aspirante a Europa y éste los el paso al siguiente nivel. Winston Smith, el protagonista de 1984, habría narrado esto en su diario muerto de horror. En esta obra no nos ve el Gran Hermano: es la muerte quien nos está acechando, nos enamora con su ojo lánguido, como expresara el más grande poeta de América: José Gorostiza.
Tener un cuerpo con formas casi formas femeninas y la habilidad de guía de turistas ayuda a la selección, como pasa por el Niño, que es pervertido, en lengua española, por un escritor inescrupuloso. Ir de un nivel progresivo al otro, regla por derecho de los talk show televisivos, es aquí, también, un requisito, con la virtud de que el narrador logra que sea el lector quien, al pasar cada página del libro, acceda a mayores niveles de esta utopía inversa. En la novela de Gámez, la utopía es una isla imaginaria: como la nombra la sabia científica Ánima, ingeniera genetista acaso, raptada para participar en el concurso. Distopía, su contraparte, es la frontera de la isla, ambigua, con lindes imaginarios donde puede aparecer la imagen del doctor Mengele, Josef Mengele, para ampliarnos con sus reflexiones sobre el doppelgänger ese infierno que la espera.
Para Carlos Gámez, la construcción distópica implica aprender el lenguaje de los otros, a veces español, a veces árabe, o volver a la lengua originaria, p. e. el francés, pero de una Francia que ya no existe, para enterarse de secretos terribles como una violación por parte del progenitor antes de continuar un sendero de horror. Sin duda, la utopía es poder vivir el resto de vida que nos queda, aunque sea el el peor de los lugares. Es desasosegante leer las malas noticias desde el blog referido, porque ahí siguen vivas en el flujo de electrones las voces de cuatro seres esperanzados, pasadas por el filtraje de un ser que sabe guardar la distancia suficiente para no resultar manchado de sangre.
La distopía de Gámez es multiplicar al infinito la voz de Sherezada, dar a su fascinante narración morisca el tono de un delirio, con el Corán abierto a un lado, y también los libros de robótica (inteligencia artificial implícita) de Isaac Asimov.
El sueño de Europa: la parte transoceánica del American Dream. La Unión Europea es en la obra en cuestión todo lo contrario a ese bello sueño que se predica en la película de Kieslowski, donde la canción para la unificación de Europa, de Zbigniew Preisner, es la prédica del amor de San Pablo en la primera epístola a los Corintios: la distopía visualizada proféticamente por Gámez es todo lo contrario a la utopía de San Pablo en su talk show televisivo, donde las letras de George Orwell y el cine de Takashi Mike parecen haberse fusionado.
Malas noticias desde la isla es el panorama de una nueva frontera, que es la de hombre impuesta al hombre, imposible de ser diluida, o derrumbada como el muro de Berlín. Porque, Gámez Pérez lo sabe, toda frontera que quiera ser saltada implica dejar una vida atrás.
Bienvenidos al Show.
© All rights reserved Isaí Moreno
Isaí Moreno (Ciudad de México, 1967). Se formó en matemáticas, física y literatura. Ha publicado las novelas Pisot (Premio Juan Rulfo a Primera Novela 1999) y Adicción (2004). El suicidio de una mariposa fue finalista del Premio Rejadorada de Novela Breve 2008 en Valladolid, España. Es profesor- investigador en la carrera de Creación Literaria de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y colabora con cuentos y crónicas en revistas literarias y suplementos culturales, entre ellos La Tempestad, Lado B, Letras Libres, Nexos, Tierra Adentro, etc.. Desde 2012 es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Su sitio de Twitter es: @isaimoreno.