A todos los que han abierto sus brazos a los recién llegados en su ciudad
«El deseo de paz en la Tierra sólo puede convertirse en una realidad mediante
la creación de un gobierno mundial». Einstein
Utilizo el contraste de los términos en posesivo para ofrecer un hecho sociológico. En cualquier ciudad renombrada del Planeta, se habla hoy bajo el diálogo o, por el contrario, desde el desprecio entre el que ha nacido en ella y el que acaba de llegar.
Los míos
Los “míos” están junto a uno. Al lado de tu jardín humano. Y son reconocidos como una identidad propia. Sea a partir del lazo familiar, religioso, dentro de una misma cultura, nación, o frente a un propósito concreto que los una. No importa la raza u origen si has crecido junto a ellos en el día a día. El punto determinante es el haber cohabitado desde la infancia para ver su/tu evolución. Y entender, qué tendréis en común en una vida de futuro. Una frase que vendría a decir, más o menos: Los nativos, son los míos.
Aquellos que han prosperado o sufrido en el país hablando una misma lengua. La afición que, a pesar de estar en el equipo contrario de fútbol que defiendes, corea el mismo himno a la patria en el estadio. Son aquellos que te peleas y después pactas con una copa de ron en la mesa, porque conoces su respuesta. Reconoces a sus hijos. Sus costumbres. El origen que habéis compartido. Hay una idiosincrasia que os ata, independientemente de la región o país donde procedáis. Los míos debieran ser los tuyos en el territorio donde vivas.
Sin embargo… qué sucede con los “otros”.
Punto de partida
1966: Mi compañero Bronchales está sentado al lado de mi pupitre. Escribe el verbo “volver” en el tiempo sugerido por el maestro de gramática castellana: pretérito indefinido.
Yo fui
Tú fuiste
Él fue
Nosotros fuimos
Vosotros fuisteis
Ellos fueron
Al acabar, levanta la mano y recita lo escrito. Antes de cambiar de cuaderno y actividad, le hace una pregunta al profesor Don Forcano:
– ¿Y por qué decimos … tú te fuiste/ él se fue/ ellos se fueron…con el pronombre?
– El profesor le contesta: Porqué está en modo reflexivo, es decir. El sujeto decide la acción del verbo.
– Bronchales le replica – Entonces profesor, déjeme que le diga que, a mí, nadie me preguntó si yo quería estar donde ahora estoy ¿Cómo lo conjugo entonces?
Juan Antonio Bronchales fue el primer amigo inmigrante que yo tuve en mi vida a la edad de doce años. Vino de un pueblecito ubicado al sur de la Península Ibérica, las Tabernas. Los dos éramos de una misma nación, España. Pero de culturas, lengua y costumbres distintas. Un alumno que vivía a cuatrocientas millas en sus orígenes y que sus padres decidieron venir a Cataluña en busca de trabajo; en el pequeño pueblo que habitaban de Andalucía, no había qué comer.
Éste fue mi primer “otro”. Que se convierte, por lo antes expuesto, en un “mío”.
La nueva lengua
Cuando llegué a EE.UU yo fui un “otro”, para alguien que tenía a los suyos. Empiezo a aprender inglés y soy consciente de la importancia que adquieren las formas modales en los verbos en infinitivo: should / have to/ must. Era nuevo para mí el valor que adquiría el énfasis en el modo. Sin embargo, intuyo que, siendo ésta una cultura donde el self made man, la amabilidad y el respeto forman parte íntegra de la relación entre ciudadanos, fue básico diferenciar la forma de cómo te diriges a los demás a partir de la conjugación del sintagma. La diferencia entre lo que tú debieras/ decidas/o te obligue/: cambia completamente la visión del recién-llegado para entender su idiosincrasia.
La segunda lengua más hablada en el Reino Unido es hoy el polaco. En Alemania y Austria, el turco. En EE.UU, el español. En Australia, el mandarín. También lo habla Hui Yong mi vecina pequeñita de seis años que me saluda en catalán: “Adéu-siau” (Adiós) cuando pasea con su mamá. Y la misma despedida en mi lengua, lo hace el joven Anargul, uzbeko, y Guaricela, que proviene del Ecuador indígena mientras habla en quichua con su hijo.
Concluyo: la lengua, es el primer modo de integración a un nuevo territorio y una pequeña biblia de conducta de lo que va a ser el trato que el nativo te exige para que seas admitido en su comunidad.
Unos “otros”… llegan
Cientos, con una idea clara de lo que quieren. Acuden con su familia y trajinan lo que cabe dentro de su diminuto equipaje a cuestas. La memoria de lo vivido, va en otro mueble ubicado en la parte frontal de su cerebro. A menudo, con un café caliente o un cigarrillo mirando hacia el techo, practican los tiempos del verbo recordar, observando el humo.
Otros “otros”… huyen
de la guerra, el infortunio, la persecución policial, la delincuencia, la corrupción…Unos pocos, más afortunados, aterrizan en la alfombra roja de un avión. Investigan el mercado, los negocios o las zonas inmobiliarias. Tienen el dinero suficiente para instalarse. No dominan aún los códigos, ni posiblemente la lengua de Whitman. Sin embargo, poseen los utensilios para llegar a su fin: integrarse en la comunidad que los ha recibido. Pregúntenle a los venezolanos provenientes de Caracas que aterrizan en este instante en el aeropuerto de Miami. A los argentinos que lo hicieron durante la crisis de Menem y que ocupan la Avenida Collins en el North Beach. O a los colombianos durante la guerra del narcotráfico en Medellín en los años 90.
Hoy, más que países, los inmigrantes acuden, en general, a las grandes metrópolis.
En mi ciudad, los bares y las cafeterías antiguamente los regentaban gente local. Hoy, en los últimos veinticinco años, la mayoría de sus propietarios son de Xiamen o Beijing y se llaman Bao, Shui o Yuan mientras te sirven un bocadillo de jamón con pan-tomate y un vino de la Rioja. Los taxistas, a principios de este siglo, eran gente autónoma y catalanoparlantes que pagaban su licencia durante el resto de su vida; en este momento, pequeños empresarios de Pakistán o Bangladesh lo subrentan a Emir, Darif o Muhammad Saleem de Marruecos, o a ciudadanos de África occidental donde el español se mezcla con la lengua sagrada del Profeta a la hora de pagar el viaje en euros.
Soy de los que opina que, en un par o tres de generaciones, los gobiernos de la nación, si bien no desaparecerán del todo, sí que van a perder mucha jurisdicción en pos del gobierno de la urbe. Posiblemente nos acerquemos a aquella ciudad-estado de Atenas o Esparta de Sócrates. Con la diferencia que habrá que dirimir en distintas lenguas en el ágora: intereses, culturas, religión y el modo de convivir entre todos y todas. Y por supuesto, que no habrá esclavos… aunque no creo que desaparezcan las clases sociales.
“Refugiadas Bienvenidas”
Jorge Cagiao, gallego y profesor de la universidad de Tours en Francia. Experto en temas relacionados con el nacionalismo y los estados federales dijo el otro día en una entrevista que le hizo Iñaki Pardo al diario La Vanguardia de Barcelona lo siguiente:
La mayoría vivimos en comunidades nacionales que no hemos elegido.
Es la lotería de la vida. Estas comunidades socializan a la gente. Permiten la creencia en ellas mismas y en el valor intrínseco que tienen como marco de vida y de convivencia.
Los nietos de mis nietos sabrán que su tatarabuelo era de Barcelona. Su bisabuela de Miami, de madre nacida en la Habana. El abuelo, de la ciudad de Qairuán en Túnez de tez morena y la abuela de Bruselas. La mamá hablará un inglés apedazado en la capital de Turquía, Estambul, y un spanglish del bisabuelo adquirido en la Florida mientras toma un té con menta en el zoco. Los hijos, hablando mandarín en Shanghái como primera lengua en la escuela y ruso por la influencia de Moscú en la zona como segundo idioma. Posiblemente en aquel momento habrán vivido y trabajado en cinco ciudades distintas del Planeta, si es que aún el botón rojo…sigue intacto en su uso.
El Presidente de La Tierra en las Naciones Unidas se llamará Omar Takeaki, un mexicano de la primera emigración japonesa que llegó a Chiapas en 1887. La primera dama, Allison Sánchez, estadounidense. Del estado de Texas. Tatarabuela de una de aquellas mujeres que partió de Centroamérica huyendo de la amenaza que las maras provocaron en Honduras durante el octubre de 2018 en la era Trump.
Las cenizas del que escribe -con todo respeto- reposarán en las aguas del Mediterráneo: patria de los que intentamos no utilizar los posesivos y limar las diferencias con el prójimo.
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