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Julio 2018

POÉTICA DE LA CALLE HABITADA. Eduard Reboll

 

A Ena Columbié

            

   … como lugar de residencia

 

Prólogo

 

La pobreza es una virtud -…dirían algunos-  porque te conecta con el suelo. Sentir el frío de las baldosas o el pavimento hirviendo en agosto te ubica en la realidad. A tal punto, que los que viven en él lo reciben de distintas maneras. No tener para digerir un plato de comida en una mesa o vivir en una avenida entre la acera y el tránsito es, sí o sí, una injusticia. Pertenezcas al lugar de origen que determines o vengas del tercer mundo. Seas nacionalista de bandera o apátrida. Huyas de una guerra o la violencia en tu país. Pertenezcas a la etnia gitana o abraces el nombre de Jehová descalzo. Hayas sido de cuna noble…o simplemente un obrero en una fábrica de cerámicas: los miles de vagabundos, callejeros, desahuciados o personas sin techo que hay en distintas ciudades son, ante todo, seres humanos.

(Pido indulgencia de ustedes por la evidencia y el lugar común de esta última oración)

Y reitero: lo son. Sus nombres son ficticios. Sus historias puedes traducirlas a partir de la imagen o leer mi relato.

Dirigir la mirada hacia otro ángulo bajo la poética lo ha hecho la literatura. Yo, me sumo.

 

***

 

Una tarde de junio con un hombre

 

Sentado en la puerta del mercado de la Boquería, está John Jones. Cruzado de brazos. Su reloj digital impoluto. Pulsera de plata en la mano izquierda y mostrando los tatoos en ambos brazos. Le cuelga un hacha de aluminio como collar. En la insignia de su camiseta podemos leer Church Street Tattoo. Debajo, cuatro vasitos de plástico y unas pocas monedas.

-Please… decide whatever glass you want to put coins.

-You right. I am going to put my money…Mmm, I don’t know.

John, de Liverpool, no tiene dudas dónde ubicar los vértices de este cuadrilátero existencial. Su vida circula sobre cuatro conceptos cardinales: weed, comer, beer y LSD.

No supe donde iba a depositar mi limosna, y se la di en la mano. Era la primera vez que me sentía culpable por una acción de este tipo. No por el acto en sí, sino por averiguar donde iba a ir mi diminuto dispendio: si hacia el camino de su autodestrucción, o a la vasija para ingerir alimentos.

 

***

 

 

Underground

 

Mi visita a su hogar sucede cuando el tren acaba de irse. Cuando los pasajeros han desaparecido del andén. Cuando alguien de la compañía de Transportes Metropolitanos anuncia en tres idiomas por el altavoz: Ponga atención a sus pertenencias: los ladrones aprovechan cualquier ocasión para robar. Si tiene algún problema diríjase a la estación de emergencias SOS y nos pondremos en contacto con usted.

Su cama es de piedra. O lo que es igual; es el banco de descanso de los transeúntes. Él no ha sustraído nada a nadie que yo sepa. Simplemente, la borrachera de Antonio  sigue en plena mañana de San Juan. Su dinero se ha agotado. Tendido, espera que esta lata de bebidas vacía que ven a la izquierda, la derrumbe alguien. Alguien que se harte de su sombra. Una patada que funcione como el timbre de un despertador. Cuando esto ocurra, el siguiente metro para viajar hasta la eternidad más próxima… será un hecho y mudará su cama.

Es un hombre mundano y del sur. Cuando se levante, el run run de las monedas será la música que le acompañe de vagón a vagón en busca de socorro.

 

***

 

Mi casa está detrás…a mis espaldas. ¿La ve?

 

 

-Sí la he visto. No reparo dónde está el baño ni la ducha. Sí, en cambio, el agua potable y las bolsas de plástico. Esta cantidad de papel que tiene amontonado detrás de sus hombros creo que le protegen más de lo se imagina.

-Sí lo sé.

-Vaya con cuidado con estas manzanas, no se le vayan a caer. La muda de ropa la debería colocar más arriba no sea que se la roben. Por cierto… las ruedas de la carretilla están llenas de aire intenso. ¿Cómo lo hace?

-Hágame el favor.

-Tiene su carromato en perfectas condiciones. Su gorra de béisbol me gusta. Estoy bromeando un poco porque no sé que puedo hacer por usted.

-Siga jugando, esto me divierte.

-¡Venga vamos a cruzar la calle juntos¡ No sea que se tambalee la carga y le caiga encima.

-No déjeme.

-Pero…

-Déjeme marchar por mi mismo … se lo pido; quiero que lo entienda.

 

Habla mi lengua materna, el catalán. Vive en el mismo barrio burgués donde nació, Pedralbes. En esta zona de la ciudad nadie le falta de nada. Ni la sombra del ciprés en los parques. Ni un plato de carne en el mostrador de la cocina. Ni la criada con los niños cuando llega a casa la mamá. Ni el último modelo de Porsche a la puerta, en la mansión de un marqués. Fue lo que fue; tampoco me importa…pero suscribo mi opinión: pertenece al suelo

***

 

 

Una limosna por favor.

Han matado a mi perro y necesito dinero para aprender karate y vengarme de su muerte

 

 

 

 

El hecho es real. No miento. Pero él no se encuentra en el lugar de lo hechos. Supervisa las dádivas de los turistas desde una silla roída a veinte metros de este altar. Sabe que, aunque esté pidiendo ayuda en Barcelona, los que se la van a suministrar hablan la lengua de Walt Whitman.

En sí, su poética es un Canto a sí mismo.

Una aventura que algunos centavos aparezcan en su bolsillo al final del día. Su vida anterior, una incógnita en el diccionario de la calle. La otra que se deduce a través de su karma, la desconozco; no citó los pretéritos indefinidos que uno precisa para contar su propio relato. Hablaba una lengua posiblemente caucásica; no sé.

Ignoro su nombre y quién es.

Al depositar un euro en su pequeña tacita de cerámica pienso en Marina Abramovic; aquella artista/performer que un día, en un museo, dio revólveres para que la mataran si aquel era el deseo de su público.

La muerte, como la de su fiel guardián de cuatro patas…está cerca de una lata de Coca-Cola vacía. Posiblemente, en el féretro del depósito municipal de cadáveres haya un corazón.

 

***

 

 

Cuatro historias de las mil quinientas setenta y tres actuales y bajo registro en el ayuntamiento de la municipalidad de Barcelona.

Cuatro, que no son pocas, sonsacadas de un enciclopedia que lleva por título

Aprender a sobrevivir en la superficie.

 

© All rights reserved Eduard Reboll

Eduard Reboll Barcelona,(Catalunya)

 

Tienes que llorar porque ....los días de la semana son un invento del hombre. Si fueras judía estarías contenta porque ayer fue sábado y si estuvieras en la mezquita sería viernes el origen de la queja. Ja Ja Ja Ja...
Porque tengo que llorar ahora,es domingo y descanso? Pues porque leo este artículo,porq la injuscia no se acaba,y no sé qué hacer.

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