Ni un solo trazo previo del lápiz o crayón; directo el color, directo la forma y surge la simetría, las dimensiones precisas, la perspectiva, el volumen, la estructura… las esquinas, las avenidas y calles. Los edificios… ¡La ciudad!
San Salvador palpitante, vivo, a veces tan gris, a veces destellante, abigarrado, confuso. Toda la modernidad de una gran metrópoli con un añejo escenario; La arquitectura desgarrada narrándonos su historia de décadas… de centurias.
La palabra que describe este quehacer de Antonio Cañas, con nuestra cotidianidad tan pulsante y decadente, es Maestría: Una técnica de lujo, depurada en cada trazo… dibujada por milagro. Desde cerca es, cada cuadro, una abstracción casi palpable que juega con el lente de nuestro entendimiento, al convertirse a unos pasos, en un asombro fotográfico.
Por eso, en sus otros retratos; los humanos, muy por encima de su técnica, emerge ese virtuosismo latente en el artista auténtico. Su toque maestro trasciende el parecido casi acariciable de sus personajes para llevarnos más adentro, a lo más íntimo de la perturbadora psicología de cada uno de ellos. En eso Antonio Cañas, es verdaderamente un prodigio y casi roza el umbral de la genialidad.
Ahí, es cuando se descubre que él sí dibuja, con el lápiz, con el pastel, con el pincel… hasta la última pestaña de un rostro, el último cabello, la última cana, la barba rasurada, la camisa, el pliegue…, la pupila al borde de la lágrima. Pero aquí se aventó al color, al grueso del empaste, a la osadía de pintar… lo que se ve.
No es un tour por la ciudad; es penetrar en sus entrañas, sus vísceras esplendidas, oscuras y luminosas, pálidas o sangrantes; cadáveres palpitantes por los siglos de los siglos, al fulgor de la mañana, el azul del mediodía y el dorado de sus tardes.
Es la ciudad que camino, mi San Salvador auténtico; el múltiple corazón de nuestra gente, los transeúntes de siempre, aglutinados en sus calles y avenidas, en sus esquinas, en sus rincones.
Antonio también caminó esas calles, no se las inventó… las plasmó, para que queden impresas para siempre en sus esplendidos lienzos, luminosos o sombríos; en nuestra dolida historia, en la pupila hecha asombro, en el fluir de nuestra sangre, en nuestras vísceras…, en nuestras almas.
David Ernesto
Sábado 19 de septiembre de 2015
La obra de Antonio Cañas no sólo ha ido
incrementando su versatilidad técnica y su calidad resuelta en la factura, sino también su profundidad de observación e interpretación de la realidad circundante. Cañas elige motivos que en apariencia están ya neutralizados por la percepción saturada de los transeúntes urbanos. Así, los personajes que son motivo de esas indiferencias, Cañas nos los muestra para que sean observados con más atención y reconsideremos la vitalidad que prevalece en ellos, tanto en sus esencia humana como en su entorno. Esta dignificación de la vida en ese medio invadido por la fugacidad de los intereses comerciales es uno de los factores que prevalecen y hacen su trabajo meritorio y comprometido con su continuidad.
Por otro lado, su trabajo como docente de dibujo en ese sector popular del centro histórico de San Salvador es particularmente valioso. Antonio Cañas ha logrado desmitificar que el acceso del arte es ajeno a estos sectores de la población, y que presumiblemente han visto con desdén cualquier actividad artística porque no tienen en principio el mismo propósito económico que las otras actividades comerciales del sector.
Mauricio Linares-Aguilar
Madrid, Julio 7 de 2016.
“Si existe una manera de crear un retrato
colectivo, esta es mi manera de hacerlo…
un mosaico de imágenes que me hablan al oído y
me recuerdan aquello que llevo adentro”
Antonio Cañas