OBITUARIO PARA UNA TIERRA BALDÍA. Elidio La Torre Lagares
El asunto es que el cadáver, como en el poema de Vallejo, ahí sigue muriendo.
Ayer. Hoy. Mañana.
Así lo vio el reverendo, el reverendo Pietri. Pedro. La piedra. En su militancia -en su poetancia- supo siempre quién era el enemigo. Esperando por el jardín del Edén, las aporías de vivir entre islas. De Manhattan a Puerto Rico un paso es.
Yo soy multitudes, dijo Whitman. Pero el obituario de Pedro, adelantado por décadas a todas nuestras muertes, no adolece del espíritu whitmaniano. Absurdo y brutal, el «Puerto Rican Obituary» da cuenta de la muerte del puertorriqueño postindustrial y despatriado. Poeta, dramaturgo y activista político, Pedro Pietri publicó hace más de cuarenta y cinco años su obra maestra, una concepción plutónica de la realidad boricua entre los rascacielos de la ciudad de Nueva York.
Lo vivido se empoza en los ojos como un charco de culpa.
Pero el «Obituario» de Pedro no era para los de aquí, sino para los de “allá”, y tal vez por eso se nos pasó el bus. La disolución era parcial, un no-me-toques-un-dedo, aunque ya en la antología de Alfredo Matilla e Iván Silén, titulada The Puerto Rican Poets (Bantam Books, 1972) se signa la sombra, el otro- el malestar.
Reconocer es volver a conocer.
Pero «reconocer» –el signo– es un palíndromo: se lee igual de derecha a izquierda.
Lo que era extraño ahora resulta tan familiar y boricua es aquí como es en la luna. Al final, como Juan, Miguel, Milagros, Olga y Manuel, los protagonistas de la epopeya urbana de Pietri, trabajamos diez días a la semana, sin días de asueto, y morimos arruinados, endeudados, y tal morimos ayer, moriremos mañana. Déja Vú. Hay verdades que en verdad valen la hoguera.
En «Puerto Rican Obituary», poema que Pietri leyese por primera vez en 1969 (el año donde marchitaron las utopías) durante una demostración de los Young Lords, la muerte es espera, sueño, odio. Inercia. Un equilibrio entre evidencia y lirismo que por cáustico no deja de ser humorístico. El tono es elegiaco. Juan, Miguel, Milagros, Olga y Manuel mueren soñando con América- mueren despertando en medio de la noche gritando: «Mira, mira». Los Jets persiguen a los Tiburones y de pronto es West Side Story. East Side Story. Spanish Harlem Story. Los hiperónimos de un transpaís. «Puerto Rico, my heart’s devotion– let it sink back in the ocean”, escucho a Anita cantar. ¡Mira, mira!
La esperanza viste azarosa. Un boleto de la lotería. Un acto de clarividencia. Mas, no, no hay luz. En «Puerto Rican Obituary» reina lo escatológico, el gueto, la pobreza del alma. El efecto es paranormal. Anormal. Hay algo de médiumnité que transita en conversación con los muertos y planos exhaustos de la materia. Rise table, rise table. Parecería que Madame Sosostris, la mentalista en “La tierra baldía” de Eliot, nos lee el Tarot. Teme a la muerte ahogado, predice la sabia mujer.
Surreal. Morirse adrede -si a falta de eufemismos nos convendría mejor decir suicidarse- es confesarse. La idea es de Camus.
El «Obituario» hiede, como el papel de los libros, a muerte. A poeta en Nueva York. A tierra baldía. Es una temporada en el infierno y por la luna nada un pez. Por necrología no timbra en elegía, sino en llanto.
El Poeta en Nueva York de Lorca, en su saudade, conversa, como Pietri, con la muerte. Pero en Pietri no hay nostalgia: lo que hay es reproche, ira, realidades estructuradas en lenguaje. Una historia. O sea, la pulsión de recuperar las pérdidas. La muerte siempre. Inmanente en las cosas de la tierra. Asesinado por el cielo. Las formas -la realidad física- se arrastran como serpientes. Los árboles mutilados. Los animales con sus cabezas rotas. Nueva York, en los ojos del poeta, brama violencia y destrucción. El poeta es un sujeto personal y culturalmente desarraigado. ¿Cuáles son las raíces que prenden?, se pregunta Eliot en su páramo. ¿Qué ramas se extienden en estos pétreos escombros?
Es inútil que la razón ciega pretenda que todo está claro. Camus, si vous plait.
La muerte pone huevos en la herida. El óxido siembra cristal y níquel.
Juan, Miguel, Milagros, Olga y Manuel: nacieron muertos y morirán muertos. Helados como Enrique, Emilio y Lorenzo en la “Fábula y rueda de los tres amigos” de Lorca. Momificados. Embalsamados. Rise table, rise table: death is not dumb and disabled.
Rareza y ansiedad persisten tanto en el «Obiturario» de Pietri como en “La tierra baldía” de Eliot. El obituario conforma la anomia y sus personajes se redifican en la futilidad. En la desolación. En la destrucción. Te mostraré el miedo en un puñado de polvo. El profeta Jeremías transmigra en Pietri, en Lorca, en Eliot. Mi pueblo, insensato, no me reconoce, dice. Puede conectar nada con nada. Hijos necios: diestros para el mal, ignorantes para el bien.
Pietri es la continuidad de lo discontinuo. El «Obituario» apalabra la experiencia. Lo testimonial. Si se quiere, un evangelio. Las ratas viven como millonarios y la gente ni siquiera vive. Parecería que el reverendo Pietri podía ver el futuro. Rise table, rise table. Las ratas viven de los desechos. De lo que queda. Es 2017 y lo que queda de país lo roen con crueldad. Puerto York no es exactamente Judá y Pietri no es Jeremías, pero largo es el trayecto desde el Spanish Harlem hasta el cementerio de Long Island.
Solo queda el vacío del sueño. El sueño del vacío.
These empty dreams/ from the make-believe bedrooms/ their parents left them/ are the aftereffects/ of television programs/ about the ideal/ white american family/ with black maids/ and latino janitors, profetiza Pietri.
El vacío es un lugar normal. Una idea de sitio. La soledad esquiva en los hoteles de Lorca es también la soledad en los hoteles baratos de Eliot. Es la soledad del barrio, cepillado por el efecto de enfriamiento del viento.
En. El puto. frío.
Y aun así, somos más afuera que adentro y no hablo de pacientes mentales. Hablo de boricuas, sin otro motivo para el viaje que el desamparo y la pérdida. La gravedad es real. Aquí no hay agua, solo piedra, dice Eliot en “La tierra baldía”. La idea de la piedra es que es dura cuando pasan a uno por ella. Si fuera otra fábula, sería funeral con té y el Sombrero Loco presidiría las exequias.
Pudiésemos pensar que La carreta de René Márquez volvió y nos saló la mala leche. Ya no hay dulce de coco, Chaguito. Juan murió odiando a Miguel porque el auto de este era mejor. Miguel murió en odio hacia Milagros porque envidiaba su televisor a color. Milagros murió en odio hacia Olga porque ganaba cinco dólares menos que ella. Olga murió en odio hacia Miguel porque él se había sacado la lotería más veces. Manuel murió en odio hacia todos porque hablaban mejor broken English que él.
Las grandes obras nacen con frecuencia a la vuelta de una esquina. O en la puerta giratoria de un restaurante. O en la mirada disuelta por los horizontes permeables de una isla que, como un Prometeo encadenado, se deja comer las entrañas por los buitres.
Entonces, de algo valdrá admiramos en el deseo sin cansarnos unos de otros. De algo servirá el Qué-Pasa Power. De algo sirve que le digan a uno negrito como una expresión de cariño para apalabrar el amor.
Aunque el cadáver siga muriendo.
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Elidio La Torre Lagares es poeta, ensayista y narrador. Ha publicado un libro de cuentos, Septiembre (Editorial Cultural, 2000), premiada por el Pen Club de Puerto Rico como uno de los mejores libros de ese año, y dos novelas también premiadas por la misma organización: Historia de un dios pequeño (Plaza Mayor, 2001) y Gracia (Oveja Negra, 2004). Además, ha publicado los siguientes poemarios: Embudo: poemas de fin de siglo (1994), Cuerpos sin sombras (Isla Negra Editores, 1998), Cáliz (2004). El éxito de su poesía se consolida con la publicación de Vicios de construcción (2008), libro que ha gozado del favor crítico y comercial.
En el 2007 recibió el galardón Gran Premio Nuevas Letras, otorgado por la Feria Internacional del Libro de Puerto Rico, y en marzo de 2008 recibió el Primer Premio de Poesía Julia de Burgos, auspiciado por la Fundación Nilita Vientós Gastón, por el libro Ensayo del vuelo.
En la actualidad es profesor de Literatura y Creación Literaria en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Ha colaborado con el periódico El Nuevo Día, La Jornada de México y es columnista de la revista de cultura hispanoamericana Otro Lunes.
twitter: @elidiolatorre