Mi agradecimiento a Héctor Manuel Gutiérrez que me motivó a escribir este ensayo.
“A nosotros los poetas nos concierne mantenernos desnuda la frente, bajo las tempestades de Dios”, diría Nerval. Somos esos a quienes nos atañen los sufrimientos, los imprevistos y todos los infortunios. Somos esa especie heroica encarnada en un sacerdocio que obliga y resiste; pero a veces cansa esa memoria del dolor, ese desamparo terriblemente nuestro. Y es proeza convertir el dolor en poesía, proeza narrar lo ausente, lo que vulnera el ser. El revés indeseado y terrible del amor que llega a ser herida. Aun así, Idea Vilariño cumple con el ideal de la poesía, la dignifica. Poesía que cumple la sentencia de Eduardo Galeano: “¿Para qué escribe uno si no es para juntar sus pedazos?” ¿Qué centro se vuelve su poesía para ahondar los viejos temas? Como si la poeta quisiera narrar todo el dolor que puede haber en el mundo. Poesía descarnada, íntima, esencial y siempre intensa. Alteridad posible en su imposible, llena de contradicciones, de ascensos y descensos a su abismo personal. Lo disperso y lo agónico, el desabrigo, la soledad íntima que sólo puede ser encubierta en la convivencia disimulada. Como toda gran poesía, ésta abre y da forma a lo que no tiene voz. Una poética que parece estar siempre enfrentándonos a esa conciencia del desamparo:
Todo crucificado y corrompido
y podrido hasta el tuétano
todo desvencijado impuro y a pedazos.
Nombrar alcanza −nos dice− y nombra con un rigor y una sencillez que es médula del ímpetu más extremo. Esta poesía es una palabra de semilla abierta a la intemperie, que resiste el fuego de los ardientes soles de la cotidianidad: sufrimiento, incredulidad, desesperanza. En ella lo invariable, esa resignación solemne que justifica el no ser, es su aseveración esencial. Un no que da pujanza al sí contra la interinidad de la vida. Una rotundidad sistemática que acompañará sus obsesiones. La negación como razón de vida. Vilariño erotiza lo insospechado, lo que no es amable: el dolor y la ausencia. El dolor es lo fecundo e inagotable. La ausencia es lo que acentúa el sentimiento de pérdida; pero es donde también laten con vida propia todos los recuerdos.
La poesía es la conciencia más fiel de las contradicciones humanas, −explicaría María Zambrano− porque es el misterio de la lucidez, del que acepta la realidad tal y como se da en el primer encuentro. Y la acepta sin ignorancia, con el conocimiento de su trágica dualidad y de su aniquilamiento final. La sabiduría está en entender y aceptar quienes somos. Idea Vilariño sabe quién es y lo que espera de la vida. No está rota, se fragmenta; pero se vuelve a encolar con la palabra. Es múltiple y una misma. Ella es todas las que sufren y soportan. Ella, incólume en la brutal intimidad del silencio, burlándolo, trayendo una melodía distinta, una resonancia que lleva la pericia y el frenesí del tango. “El ritmo es fundamental en todo hecho poético. Un poema es un franco hecho sonoro –sonidos, timbres, estructuras, ritmos– o no es” expresaría Idea Vilariño. Y llama la atención ese ritmo y cadencia tan particular en su escritura, donde cada sonido y cada silencio suenan con una mixtura íntima de placer y de dolor. Aquí todo tiembla, todo coincide para mostrarnos un absoluto: sentir las cosas es mejor que poseerlas. No importa si es breve el tiempo de compartir, no importa que las flores devoren hasta el aire del sueño, no importa la esperanza. Ella pacientemente espera. Siempre esperando entre la ausencia y la escritura, entre los signos de la muerte y la imagen redentora: ese amor recobrado que vence la soledad.
¿Y qué juntará el cielo a la poesía? Acaso solo se llega a la sublimidad por el amor. Lo divino e inagotable, lo imperecedero solo puede ser expresado por el lenguaje de la poesía. Amor y poesía juntándose en esa visión cerrada y sin espacio que llega a ser la soledad. Para Vilariño el amor tiene ese amargo sabor comparable a la muerte. Porque al final los dos se asemejan no sólo en infinitud y eternidad. También en su insaciable apetencia y disolución. Como si el amor fuera un estado de la muerte. El amor es honda mentira, y es también ausencia… Qué me importa el amor… El amor para ella no existe sino como tiempo interior y del deseo. El ser amado es sólo una presencia, una presencia que siempre está yéndose. El amor dónde estuvo, cómo era, porque entre tantas noches nunca hubo nunca una noche, un amor, un amor, una noche de amor, una palabra… Los animales del amor tienen prohibido llorar –nos dice–. El amor es lo desatado, un pájaro que gorjea a su oído, que hiere y destroza, lleno todo de paz, lleno todo de guerra, lleno todo del odio del amor… Y me pide y le pido y me vence y lo venzo y me acaba y lo acabo. Contradicción, en estos juegos de palabras, en esas imágenes encontramos la batalla, por un lado el des-apego, lo triste de la espera, el abandono, y por otro una posibilidad de una plenitud anhelada. Imágenes que tratan de explicar o engañarnos, “El amor… ah, qué rosa, qué rosa verdadera”… No te amaba, no te amo… pero te amo, te amo esta tarde, hoy.
En el prólogo a Vuelo ciego, escribe Rosario Peyrou sobre esta poesía de Idea: “El suyo es un erotismo lleno de delicadeza que sin embargo no teme usar imágenes fuertes, audaces, palabras nunca antes usadas en el lenguaje amoroso femenino. Y justamente son esas palabras tan cuidadosamente elegidas las que transmiten esa impresión de verdad, de ausencia de afeites que deja su poesía”.
Poesía confesional, biográfica, la poeta entrega su yo a la escritura. Poesía que reconcilia lo particular e individual con la conciencia colectiva. En esta poesía qué desborde de mundo se convierte una habitación. Ella, despojada de fórmulas, juega con las palabras, logra comunicarnos la conmoción de su mundo interior. Sólo la palabra sucia de pasión sabe vivir, puede vivir. Se va el verso a la franqueza de lo vivido convertido en imagen, son las imágenes del silencio, imágenes reveladoras de angustia que nos entregan el trascendentalismo que nutre su poesía, en la que sentimos el drama de la pérdida y lo irrecuperable del amor. Y seguimos llevados por esa chispa cálida del verso que enciende el ruego:
Te estoy llamando
con la voz
con el cuerpo
con la vida
con todo lo que tengo
y que no tengo
con desesperación
con sed
con llanto
como si fueras aire
y yo me ahogara
como si fueras luz
y me muriera.
Desde una noche ciega
desde el olvido
desde horas cerradas
en lo solo
sin lágrimas ni amor
te estoy llamando
como a la muerte
amor
como a la muerte.
Es mucha la fuerza de estos poemas, absorta hallamos a la poeta en ese quietismo de su mundo circundante, un ser que se deshace y se reconstruye desde sí mismo. Ahí está, escribiendo la nostalgia, la tristeza en su orden aparente, la soledad que es la única certeza. Ahí está en fin, escribiendo el sinsentido de la vida, la ausencia que parece ser parte integral de su destino y la muerte como una gran metáfora de vida. Esa suficiencia en ella que puede prescindir de casi todas las cosas hasta del amor, pero jamás de la poesía. Esa conciencia de libertad que solo encuentra en la palabra, en el poema. La indiferencia como una virtud liberadora, el yo poético con un protagonismo único. Una poesía que se carga de introspección. Textos elaborados con una sobrecarga de malestar e impotencia, de agobio por la conciencia del límite. Vivencias y frustrados anhelos, una conciencia lúcida que quiere narrarnos todo el horror de la existencia. Estamos en presencia de una incertidumbre, de una angustiosa amargura que habrá de ser definidora de su poesía.
Entregada a ese suplicio heroico y de resistencia que es la continuidad. Ella, la que resiste, la que soporta las embestidas y tempestades con esa lucidez iluminadora que siempre se adentra al centro del vacío. Día a día me miro, te miro y me hace gracia, Y pienso abrir el gas y siempre lo postergo, el suicidio es sólo una idea, un pensamiento con el que convive. A diferencia de la poeta Sylvia Plast, que no pudo evitar o impedir que esa inconformidad o desasosiego prolongado terminaran destruyéndola. Vilariño triunfa viviendo en esa muerte de todos los días, aunque diga: qué asco, qué vergüenza, este animal ansioso apegado a la vida. Soporta desde lo irreductible de la poesía todo el sufrimiento sin desmoronarse. Escribe la tristeza. Ella en esa relación cercana al odio. Escribe sin arrepentimiento. Los ojos sólo ven lluvia sobre ceniza. La soledad como una sopa amarga para abrir su horrible náusea, su dolorosa insoportable náusea, la soledad que es otra forma del morir, que es muerte.
Buscar que las cosas no mueran es una tentativa de la poesía, ella es permanecía y quiere dejar memoria; por eso siempre estará trayendo el recuerdo al presente infinito. Poesía es lo sublime en ese estar contra la nada. Lo que nos ayuda a olvidar. No el olvido armónico, sino un enajenamiento incomprensible que hace algo distinto del recuerdo. Nos ayuda a sobrevivir, a sobreponernos a las circunstancias con una sobriedad insospechada.
“Haberse muerto tanto y que la boca/quiera vivir un poco todavía. Hay algo peor que la muerte para Vilariño, y es la espera, la larga espera, vivir sin ruidos. Quedarse en el silencio de las cosas, hasta que todo sea un silencio sordo y demorado, hasta que todo se confunda con esa enajenación que hace el olvido. Su poesía posee una tensión, la conciencia trágica y totalizadora de lo inexplicable. Morirse o no morirse…moviendo adiós…apenas el pobre corazón como un pañuelo. Una angustia a la que ella no quiere o no puede renunciar porque le es indispensable y tan suya como su propio cuerpo.
Quiero morir. No muero.
No me muero. Tal vez
tantos, tantos derrumbes, tantas muertes, tal vez,
tanto olvido, rechazos,
tantos dioses que huyeron con palabras queridas
no me dejan morir definitivamente.
Vivir no es otra cosa que arder en preguntas, –diría con verdad Antonin Artaud–. Y qué soy, qué soy en la tarde sin fin. La poeta se siente perpleja ante sus propias sensaciones, inmersa en lo abrumador del sentimiento, en esa asfixia creciente que es el silencio. Un silencio que puede rápidamente disiparse en la memoria de la fugacidad y precariedad de las cosas. Imágenes reiteradas que no dejan de aparecer una y otra vez. La pesantez agobiante de un destino trágico. Amurallada en esa oquedad devorante, atribulada frente al día, frente la noche, siempre interrogándose.
Cuándo yo estrella fría
y no flor en un ramo de colores
Y cuando ya mi vida,
mi ardua vida,
en soledad
como una lenta gota
queriendo caer siempre
y siempre sostenida
cargándose, llenándose
de sí misma, temblando,
apurando su brillo
y su retorno al río.
Ya sin temblor ni luz
cayendo oscuramente.
En esta poesía entramos y hay comunión. Todo se torna espera, palabra, urgencia. Idea Vilariño nos deja un gesto ansioso y desesperado, un eco rayando las distancias de la poesía con esa visión ordenada de su caos íntimo.
Dónde encontrarme y quién
soy de noche en mi casa
con los ojos cerrados
o cuando va a sonar la hora de la muerte
y me quedo sin voz enterrada en mi aire
invulnerable y ciega.
La poesía es lo que busca entre tierras pesadas y asfixiantes, ese etéreo pájaro de luz que se queda ardiendo en los espacios habituales, en el entorno inmediato de ella para revelarnos el ser en su sentido más absoluto. Pura, de nadie –nos declara– absorta en su propio callado desapegado abismo, hundida en el silencio, alcanzando la plena cerrada noche humana…donde se queda sola, ensimismada, sola, vacía, en paz de nadie. Entre lilas, jazmines, violetas, desolación, decepciones, fatigas, cansancio, mucho cansancio. A la poeta la invade a veces una nostalgia de la vida. La vida perdida que recupera en ese acierto luminoso del verso. Vilariño hace poesía con el dolor, lleva su vida a la literatura y viceversa, se anda sin pudor, no le importa mostrarse, ni mostrar el hallazgo de la intimidad en ese juego sutil de las palabras.
Hay en ese temblor austero de su poesía una serenidad, un pulso contenido, y una fina línea de belleza estridente. Ella escribe y añade paz y resignación al tremendismo del desamor. Vilariño dibuja en el verso las últimas volutas de una espiral terrible. Va quemando los candores íntimos. Va entregándole a la poesía su más alto linaje personal, Sol, amor, azucenas dilatadas, marinas, ramas rubias sensibles y tiernas como cuerpos. Nos entrega un cieno relampagueante, una inusitada intensidad que hace algo distinto de la muerte, una hora absoluta, una puerta sin par; el solo paraíso. Escribe enajenada en ese desborde de aniquilación; pero al mismo tiempo construye imágenes de resistencia, inmemoriales y permanentes.
Vilariño tiene control sobre la palabra que no dice. ¡Con qué pocas palabras nos dice su vida! Su poesía es tiempo colmado frente a lo inestable del pensamiento. Sus poemas no tienen pretensiones de hacernos reflexionar, ellos expresan una prolongación, son el testimonio de quien ha llegado al conocimiento de sí y de una realidad desde la palabra, médula de su insaciable desazón existencial. Poeta del abismo: los abismos me nombran. A veces contradictoria, siempre lúcida, mostrándonos esa otra cara de la sombra, la lobreguez que hay en todas las claridades, la fría y escasa luz que péndula en el fondo del precipicio.
Si muriera esta noche
si pudiera morir
si me muriera
si este coito feroz
interminable
peleado y sin clemencia
abrazo sin piedad
beso sin tregua
alcanzara su colmo
y se aflojara
si ahora mismo
si ahora
entornando los ojos me muriera
sintiera que ya está
que ya el afán cesó
y la luz ya no fuera un haz de espadas
y el aire ya no fuera un haz de espadas
y el dolor de los otros y el amor y vivir
y todo ya no fuera un haz de espadas
y acabara conmigo
para mí
para siempre
y que ya no doliera
y que ya no doliera.
Poesía es lo próximo y es también un reino. Es salvación cuando impide que el individuo perezca en ese caos de desolación y ruina que es la existencia, cuando puede redimirnos de tanta angustia y puede ayudarnos a sobrevivir la ausencia. La poesía es redención, si crea una imagen de nosotros mismos que revele nuestro destino y a un mismo tiempo conforme un espacio de libertad. Idea Vilariño dijo: “el tango es inmensamente triste, “y esa belleza triste es la que se encuentra en sus textos” afirmaría Enrique Estrázulas. Una belleza estremecida de tristezas. Una poesía que sacude con su única manera de decir la realidad. Desvalida, apasionada se nos muestra la poeta. Poesía en diálogo abriéndonos a esa espiral cerrada del desamor, donde vamos golpeados por un destino fatal e inevitable.
Aquel amor
aquel que tomé
con la punta de los dedos
que dejé
que olvidé
aquel amor
ahora en unas líneas
que se caen de un cajón
está ahí
sigue estando
sigue diciéndome
está doliendo
está todavía sangrando.
Toda esta poesía será un intento por dejar una huella de inconformismo. Quisiera estar dormida entre la tierra / no dormida / estar muerta y sin palabras / no estar muerta / no estar / eso quisiera / más que llegar a casa, escribe en Volver, con ese acento directo e imprecatorio y ese equilibrio entre realidad y palabra, con esa manera tan suya de narrar que logra una proximidad con el lector. En “Quiénes son” leemos: /Qué camada de muertos para el suelo que pisan/ /qué tierra entre la tierra mañana/ /y hoy en mí/ qué fantasmas de tierra obligando mi amor.
Son éstos y no otros
de antes de después
frutos de muerte son
sin remedio sin falta
irremisiblemente
antes o después
muertos
tan fugazmente cálidos alentando y erguidos
y amando
por qué no
amando sin pavor
sin conjugarse nunca
la otra alma el otro cuerpo
la otra efímera vida.
Poesía de la contrariedad. Poesía del no, del quizás, del ya no, del nunca, del poco o nada, del menos que es más. La que odia y consiente, la de todos y de nadie… Decir no, decir no, atarme al mástil pero deseando que el viento lo voltee… diciendo no no no, pero siguiéndola. Poesía del adiós, y adiós –es una palabra que repite– adiós, adiós, adiós, como si este adiós fuera el último atardecer del mundo. Arduos amores y despedidas continuas van haciendo esta poesía, también una simulación que apenas si logra ocultar un estado depresivo que padecería la poeta.
Hago muecas a veces
para no poner cara de tristeza
para olvidarme
amor
para ahuyentar mis duros
mis crueles pensamientos.
Cómo he de hacer
amor
para vivir aún
para sufrir aún
este verano.
Pesa mucho
me pesa como si el mar pesara
con su bloque tremendo
sobre mi espalda
me hunde
en la más negra tierra del dolor
y me deja
ahí deshecha
amor
sola ahí
tu abandono.
Ahí está su impronta nihilista acompañando ese desencanto y apatía que se volvía a ratos su vida. Una vida que nadie puede vivir por ella; pero que se siente incapaz de cambiar. En ocasiones como si la poeta no quisiera mostrar otra cosa que esos vacíos que nos aterran. Y vamos entre la palabra y el desaliento bordeando ese abismo que es vivir sin esperanza.
No hay ninguna esperanza
de que todo se arregle
de que ceda el dolor
y el mundo se organice.
No hay que confiar en que
la vida ordene sus
caóticas instancias
sus ademanes ciegos.
No habrá un final feliz
En ese juego frívolo, una niña, un relámpago blanco y silencioso, y yo me quede sin nombre y sin mí –nos dice–. Versos donde se abren su luz cereza y estiércol. Versos donde siempre estará faltando la honda mentira, el siempre. Poesía es ella… y son los otros, él, tú y son ellos, los muertos solos arropados de amor, de penas que están muriéndose en nosotros por siempre.
La de Idea Vilariño es una poesía enérgica e interrogativa, construida con recursos verbales concisos, donde lo insondable en ocasiones se expresa a través de un lenguaje muchas veces humilde y coloquial. Sus poemas breves llevan la fuerza y el tono de los poemas de Emily Dikinson. Poesía que se llena de silencios para entonces revelarnos lo que no dicen las palabras. Poemas con una admirable contención expresiva. “Cómo acepta la falta / de savia / de perfume / de agua / de aire. / Cómo”. “Si te murieras tú / y se murieran ellos / y me muriera yo / y el perro / qué limpieza”…Quiénes somos / qué pasa / qué extraña historia es esta / por qué la soportamos / si es a nuestra costa / por qué nos soportamos / por qué hacemos el juego. / Inútil decir más. / Nombrar alcanza.
A Idea le alcanzaba la palabra y la soledad para nombrar. Pero esa soledad tan necesaria para escribir a veces se vuelve un terrible padecimiento. Su soledad anhelada en un momento de su vida comenzó a dañarla. Como un disco acabado / que gira y gira y gira / ya sin música / empecinado y mudo / y olvidado. / Bueno / así. Una vida llena de rigor e intolerancia, de intensidad, rebeldía, autenticidad y valor. Valor de no querer engañarse nunca, de quien no espera nada y soporta todo más allá del dolor, más allá de sí misma. Ella ese liviano pájaro de luz que se nos escapa en un gemido, la que escribe en la lengua de todos los días, allí entre las rosas y debajo del árbol de magnolias. Luz, temblor, maravilla que ya no es…como un techo divino vivo y muerto.
Una lectura a su poesía es una experiencia única y perdurable. Poesía intensa, austera, sobria, tersa, que se va siempre por los extremos, como ceñida por una trascendental urgencia. Una poesía que pulsa y distingue en lo muerto el esplendor de la vida aunque diga: la vida es una lanza quebrada. La lectura de sus poemas satisface y asiente la revelación de que Vilariño es una de las voces más contundentes y discretamente bellas de la poesía contemporánea. Una poesía que insiste en la dialéctica entre ausencia y memoria. Poesía que es sentimiento, que es música, y es esa rosa abriéndose en el aire, esa rosa abriéndose en el agua. Que invade en las horas amarillas y deja una sed doblada, un ramo de flores oscuras, un ramo de lilas y un jazmín sediento. Idea Vilariño nos deja su palabra y prodigios, un desplome de prodigios para conmover la poesía.
Ya no será,
ya no viviremos juntos, no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa, no te tendré de noche
no te besaré al irme, nunca sabrás quien fui
por qué me amaron otros.
No llegaré a saber por qué ni cómo, nunca
ni si era de verdad lo que dijiste que era,
ni quién fuiste, ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido vivir juntos,
querernos, esperarnos, estar.
Ya no soy más que yo para siempre y tú
Ya no serás para mí más que tú.
Ya no estás en un día futuro
no sabré dónde vives, con quién
ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca como esa noche, nunca.
No volveré a tocarte. No te veré morir.
© All rights reserved Odalys Interián
Odalys Interián. Nació en la ciudad de La Habana. Poeta, narradora y crítica. Impartió en Cuba varios talleres de creación con niños, jóvenes y adultos. Poemas suyos aparecen en varias revistas y antologías dentro y fuera de Cuba, “Espacio Mínimo”, (Cuba 2008) y Nacieron en La Habana”, (Ecuador 2009). Tiene publicado, “Respiro Invariable” (Extramuros 2008). “Ese Mar que me vence” (Snow Fountain 2014) “Equilibrio Contrarios”, y en proceso de edición, “Atráeme Contigo” con el poeta mexicano Germán Rizo. Ganadora del concurso La Nota Latina, en la categoría cuento (2013). Más allá, obtuvo reconocimiento en el prestigioso Concurso Internacional de poesía Facundo Cabral (2013). Ha publicado en la revista literaria Metaforología, y es columnista de la revista poetas y escritores Miami, (Universo poético). Instructora del Taller de Creación Poética del Centro de Instrucción para la Literatura y el Arte, y miembro destacado de AIPEH Miami (Asociación Internacional de Poetas y Escritores Hispanos). Tiene además varios libros inéditos de poesía y cuentos.